Cuando volvió a bajar, Pedro no había vuelto, así que pensó que habría ido al centro de salud a saludar a sus colegas. Se preparó un café y se concentró en una tarea que llevaba algún tiempo posponiendo: Revisar el escritorio de su madre. Era algo que tenía que hacer. Llevaba varios días viviendo en una especie de limbo, haciendo lo que él sugería; ya era hora de hacer frente a la realidad. Cuando llegara, le hablaría sin falta de su idea. Pero ese día tampoco iba a poder ser. Pedro llegó y le explicó que había ido a ver sus antiguos colegas. Después añadió de manera casual:
-No quiero que me presentes como el doctor Alfonso, Paula.
-Bueno pensé que era una manera formal...
Él no la dejó continuar.
-Paula, ¿Quieres casarte conmigo?
Ella dejó lo que estaba haciendo y lo miró fijamente.
-¿Por qué?
A él le divirtió al pregunta.
-Una pregunta muy sensata. Tengo treinta y seis años, Paula. Necesito una esposa que me lleve la casa, que atienda a mis amigos y que... Me apoye.
-Pero si Kulk te lleva la casa de maravilla... Y puede que a tus amigos no les guste. Además, no necesitas a nadie que te apoye. De hecho, tú eres el que me ha estado apoyando a mí todo el tiempo. Gracias por pedírmelo, pero he tenido una buena idea esta mañana. Voy a vender el chalet y así podré pagarte todo el dinero que has dejado en el banco.
-¿Y después?
-Buscaré trabajo.
-Para ser una chica sensata tienes unas ideas muy extrañas, Paula. ¿Qué trabajo? ¿Dónde vivirás? ¿Cómo pagarás la renta y de qué te alimentarás?
-Bueno -dijo Paula enfadada-, pensé que te alegrarías de estar libre para volver a casa. Esta conversación es muy extraña.
-Desde luego. Vamos a comenzar de nuevo. Paula, ¿Quieres casarte conmigo?
Se quedó mirándolo estupefacta.
-Pero tú no... No es posible queestés enamorado de mí.
-Yo no he hablado de amor, Paula. Estoy convencido de que un matrimonio solo puede ser feliz si las dos personas que lo forman son compatibles y se gustan. Si se dan esas dos primeras condiciones, después irá surgiendo un afecto mayor. Por otro lado, los matrimonios basados en una decisión tomada bajo los efectos de un enamoramiento pueden ser desastrosos -la miró con una sonrisa-. ¿Te sueno como un hermano mayor dándote un consejo? Lo único que pretendo es dejar las cosas claras y no hacerte creer en un sentimiento romántico que no existe.
-¿Qué pasaría si dijera que sí?
-Nos casaríamos lo antes posible y volveríamos a Ámsterdam. Tú te quedarías con el chalet, por supuesto. A los dos nos gusta este pueblo y podríamos venir de vez en cuando.
-¿Has estado alguna vez enamorado? -preguntó Paula, y si a él le sorprendió la pregunta, no se le notó.
-Innumerables veces. Suele pasarles a los jóvenes. ¿Y tú?
-Sí, de los actores de cine y los cantantes. Y en el colegio, del hermano de mi mejor amiga, pero se fueron a vivir al extranjero y se me pasó. Y, por supuesto, también estaba Diego, pero nunca estuve enamorada de él. A mi madre le gustaba y yo me acostumbré a su compañía; además, era muy atento. Hasta que mi padre murió y descubrió que estaba en la ruina; entonces pensó que la situación podría dañar su carrera. ¿Yo podría dañar tu carrera?
Él respondió con solemnidad.
-Por supuesto que no. Incluso creo que serías una gran ventaja; un hombre casado siempre da más confianza.
-Podrías encontrar a alguna mujer y enamorarte de ella... Entonces yo...
-Existe la posibilidad, pero recuerda que ya no soy un joven impetuoso y tú, si me permites decirlo, has alcanzado la edad de la razón.
-Tengo veintisiete años -le espetó Paula-. Y si piensas que soy una solterona, estás muy equivocado.
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