A Paula el día se le hizo interminable. Se preparó una bolsa de mano e hizo todo lo que pudo para tomarse la comida que Julia Smith le preparó. Intentó pensar en el futuro inmediato, pero su mente volvía a su madre y la rapidez con la que todo había sucedido. Necesitaba saber qué era exactamente lo que había pasado. Quizá cuando lo supiera no se sentiría tan mal. Por eso deseaba marcharse inmediatamente. Por fin dieron las cinco y bajó al recibidor a esperar a que Pedro llegara. Él solo tardó diez minutos, pero los nervios de ella ya estaban a flor de piel. Cuando Julia Smith le ofreció al médico un café y algo de comer, hubiera querido gritar. Él notó la tensión con solo una mirada y declinó la oferta, a pesar de que se encontraba cansado y hambriento. Se despidió con rapidez de Julia y se preguntó dónde tomarían el transbordador. Seguro que llegaban a la casa del señor Trump bien entrada la noche. Como si le hubiera leído el pensamiento, él le dijo:
-No tardaremos mucho. Hay un avión esperando por nosotros en Schipol, llegaremos a Heathrow en una hora.
Paula apenas se enteró del viaje, pero se sentía muy agradecida de poder llegar tan pronto. Cuando llegaron al aeropuerto, había un coche esperándolos para llevarlos a Richmond. El doctor, que no había hablado mucho en todo el camino, le preguntó:
-¿Sabes dónde vive el señor Trump? Tengo su dirección, pero no estoy muy familiarizado con la ciudad.
Media hora más tarde, estaban sentados en el despacho del señor Trump tomando un café mientras su esposa preparaba unos sandwiches. Le ofrecieron una cama al doctor para que pasara la noche, pero este la rechazó.
-Es muy amable -respondió agradecido-, pero tengo que ver muchos pacientes por la mañana y no puedo faltar a la consulta. Mi avión sale a las once.
La normalidad de la casa del señor Trump había restaurado la calma de Paula.
-No puedes marcharte así -declaró-. Debes estar exhausto. ¿No hay alguien que pueda sustituirte...?
Cuando llegó a ese punto, deseó no haber dicho nada. Él se había tomado muchas molestias para acompañarla hasta allí, pero, por supuesto, tenía que volver a su casa y a su consulta lo antes posible.
-Perdona. Por supuesto, tú sabes lo que es mejor. Te estoy muy agradecida. Nunca podré agradecértelo lo suficiente...
Pedro se levantó para marcharse.
-Volveré para el funeral de tu madre, Paula -dijo tomándola de, las manos-. El señor Trump se encargará de todo -se inclinó y le dió un beso en la mejilla-. Sé fuerte.
El señor Trump lo acompañó hasta la puerta. Los dos hombres habían hablado por teléfono a lo largo del día y Pedro le dijo al abogado:
-Voy a dejarlo todo organizado para venir al funeral y quedarme unos cuantos días. Han sido muy amables al invitar a Paula.
-Mi esposa y yo le tenemos mucho cariño. Se portó con mucha entereza cuando murió su padre. Ahora queda por resolver el asunto de Salcombe.
-Yo la puedo llevar hasta allí.
-Quizá sea una buena idea.
Pedro condujo de vuelta a Heathrow y de allí voló a Schipol, donde estaba su coche esperándolo para regresar a casa. Al día siguiente lo arreglaría todo para volver con Paula.
La señora Trump intentó evadir la pregunta de Paula sobre la muerte de su madre.
-Ahora estás muy cansada, cariño, y es mejor que te vayas a la cama -le aseguró-. Mañana por la mañana, te lo contaré todo. Pero puedes estar tranquila: Tu madre y su amiga murieron instantáneamente, no se enteraron de nada.
Paula, agotada por el dolor y por un día de pesadilla, se quedó inmediatamente dormida. Al día siguiente, sentada frente al señor Trump en el despacho, este le contó todo lo que había pasado y le explicó lo que había que hacer.
Una semana más tarde, la noche anterior al funeral de su madre, Paula fue al despacho del señor Trump y se encontró allí a Pedro.
Él se levanto y fue a saludarla.
-Paula, ¿Qué tal estás?
-¿Has venido...? ¿Estarás aquí mañana?
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