-Hola -la saludó él entonces.
-Hola. Había oído música...
-Espero que no esté muy alta.
-No, no, está bien. Me encanta esa canción. No la había oído desde que era una cría.
Pedro subió el volumen del estéreo.
-Me alegra que te guste.
-Yo antes siempre trabajaba con música -le contó Paula. Aunque, normalmente, era música clásica-. A veces me ponía una pieza y la oía durante semanas sin parar mientras pintaba algún cuadro. Volvía loco a todo el mundo.
-Puedo prestarte este CD, si te gusta.
-Sí, bueno, la verdad es que ahora mismo necesito toda la ayuda que pueda -sonrió Paula. Y era una canción muy bonita, evocadora.
-¿Tienes un iPod?
Ella negó con la cabeza. Lo había tenido una vez. Y debería habérselo llevado, pero... tenía tanta prisa, tanta rabia la noche que se fue de Melbourne. En lo único que pensaba era en marcharse. Quizá la idea de comprar un estéreo no estaría mal. Podría comprar uno barato.
-¿Por qué necesitas ayuda? -preguntó Pedro.
-Porque no me sale lo que busco... en fin, la verdad es que me resulta increíble haber dicho eso en voz alta. No suelo contarle a la gente que estoy bloqueada.
-¿Por qué no? Todo el mundo tiene derecho a pasar por un mal momento.
-Ya, pero una vez que lo has dicho, ya no puedes volver atrás. Es como si dijera que mi pintura es mala... sería como hacerlo realidad.
-Pues a mí me gusta.
-¿Mi cuadro? No te creo.
-Claro que me gusta. El azul es mi color favorito. Pero no sé qué estás pintando.
Paula dejó escapar un suspiro.
-Es el último intento de una larga lista de... manchas azules. Y como te gusta tanto el azul, si lo quieres, es para tí.
-Muy bien. Pero sólo si acordamos que puedo quedarme con El gran azul a cambio de desbrozar esta jungla.
Paula abrió la boca para discutir, para preguntar cómo iba a sobrevivir dos semanas si le pagaba con un cuadro, pero el diablillo que tenía sobre el hombro le gritaba que aceptase el acuerdo. Tenía muy poco dinero, aunque no quisiera admitirlo. Pero el ángel que tenía sobre el otro hombro le recordaba que eso no estaba nada bien.
-O el cuadro o el dinero. No aceptaré las dos cosas -insistió Pedro.
-Muy bien, de acuerdo.
-Pero aún no está terminado, ¿No?
-¿Cómo lo sabes?
-No te pasarías tanto tiempo mirándolo si estuviera terminado.
Paula se encogió de hombros.
-Sí, bueno.
-Yo tengo dos semanas para recortar toda esta maleza, así que tú tienes dos semanas para terminar el cuadro.
-¿Dos semanas? Al paso que voy, creo que tardaré más bien dos años.
-Y si sigues tomando tanto café, podrían ser cuatro. Tienes que dormir un poco, Paula. Además, yo seguiré aquí dentro de dos años. Si eso es lo que tardas en acabar el cuadro, tendré que esperar...
Paula parpadeó. Imaginar dónde estaría en dos semanas ya era difícil, pero ¿Dos años? Dos años atrás ella vivía en otro planeta, era otra persona. Dos años atrás era la pintora más famosa de Melbourne y vendía más que ningún otro artista australiano. Además, estaba felizmente casada... o eso había pensado. Con un suspiro que no era precisamente de contento, se volvió para dirigirse de nuevo hacia la casa.
-¿Vas a buscar alguna distracción? -le preguntó Pedro, con un brillo travieso en los ojos.
-Siempre lo hago. ¿De verdad crees que podría terminar ese cuadro en dos semanas?
No hay comentarios:
Publicar un comentario