martes, 8 de septiembre de 2020

Chocolate: Capítulo 45

 Los latidos del corazón de Pedro se aceleraron para igualar los de ella. Su respiración era cálida y rápida, profundamente unida al vínculo que compartían dos adultos solteros que se atraían profundamente, que estaban tumbados sobre una cómoda cama un sábado por la mañana y que, al menos durante una hora, no tenían nada que hacer.  Paula podría permanecer así para siempre sin lamentarlo. Sin embargo, justo cuando ella dejaba caer la cabeza sobre la almohada, sintió que la actitud de Pedro cambiaba. Fue como si una fría brisa entrara en la habitación. Sus cuerpos se separaron de repente. Pedro se levantó de la cama y se dirigió de nuevo a la mesa. Verse separada de Pedro fue prácticamente como un golpe físico para ella. Sin embargo, fue la mirada que se le reflejaba en el rostro lo que la aturdió verdaderamente. Angustia. Reproches… y un inconfundible deseo. Hacia ella. Justo en aquel instante, Paula comprendió que él sentía algo por ella. Y que la deseaba. No se había equivocado. Sin embargo, no sabía si sonreír y gritar de alegría mientras tenía oportunidad de hacerlo o ser paciente y dejar que él llevara la iniciativa. Por eso, cuando él habló por fin, las palabras que utilizó le llegaron profundamente al corazón.


—No puedo hacerlo, Paula. Eres una mujer encantadora y cualquier hombre se sentiría honrado por tenerte en su vida, pero los dos sabemos que yo estaré de vuelta en Santa Lucía a esta hora de la semana que viene. No sería justo para ninguno de los dos hacer promesas que no podemos cumplir, por mucho que queramos que las cosas sean diferentes.


Paula tenía dos opciones: aceptar lo que él había dicho y dejarlo ir con una sonrisa en el rostro o cometer la locura de desafiarlo. Solo pensar que podía tener a Pedro en su vida le provocaba un escalofrío por la espalda. Era suyo, de nadie más. No se había dado cuenta de eso hasta aquel momento. Lo quería. No podía perderlo. Deseaba a Pedro y lo deseaba lo suficiente para luchar por él. A menos, por supuesto, que él estuviera excusándose para deshacerse de ella y Paula estuviera completamente equivocada.


—¿No puedes hacer qué, Pedro? ¿Ser mi amigo? ¿Querer pasar tiempo conmigo? ¿Querer abrazarme? ¿Es eso lo que no puedes hacer? Te ruego que me digas la verdad, porque me estoy empezando a sentir muy confundida por lo que me dice tu cuerpo y por las palabras que terminan saliéndote de la boca. ¿Acaso no soy lo suficientemente buena para tí?


Antes de que Paula se diera cuenta de lo que estaba ocurriendo, Pedro recorrió la distancia que los separaba y comenzó a besarla. Sus labios eran tiernos, suaves aunque firmes, como si él estuviera conteniendo una pasión que estaba a punto de estallar y de abrumarlos a ambos. Lo sentía y temblaba con solo pensarlo. Y, en aquel momento, supo que ella lo deseaba tanto como él. Cerró los ojos y lo abrazó con fuerza para disfrutar de aquel beso, devolviéndoselo, gozando con el calor sensual que emanaba del cuerpo de Pedro. Se acercaba más y más, hasta que casi fueron uno. El físico de aquel hombre era abrumador y el movimiento de su musculoso cuerpo apretado contra el de ella, combinado con el adorable aroma que sabía que era propiedad de él, era imposible de resistir. Pedro le llenaba los sentidos con una intensidad que ella no había experimentado nunca entre los brazos de otro hombre. Era embriagador.Delicioso. Justo cuando Paula estaba empezando a pensar que era imposible que existiera algo más agradable en el mundo que aquel beso, este se profundizó. Sin pensárselo dos veces, ella se rindió al sabor de sus labios. Café, chocolate y Pedro. Aquel era el beso que Paula no había conocido nunca. El vínculo que los unía era la causa, pero este iba más allá de la amistad y de los intereses comunes. Era un beso que señalaba el principio de algo nuevo, la clase de beso que empujaba a dos personas a compartir sus más íntimos secretos y sus más profundos sentimientos con la otra persona. La pasión, la intensidad, el deseo de aquel hombre quedaban presentes en aquel beso para que ella los viera, cuando rompió aquella unión y abrió los ojos temblando. Pedro se retiró también, pero levantó el rostro para besarle a Paula los ojos, la frente y las sienes. Ella tardó unos segundos en recuperarse y en abrir los ojos. Se encontró con que él seguía mirándola con una sonrisa en los labios. Él le acarició la mejilla. Sabía perfectamente el efecto que aquel beso había tenido sobre ella. El rostro de Paula ardía con el calor que había experimentado. Los corazones de ambos latían al unísono.


—¿Es así como obligas a guardar silencio a las mujeres que te hacen preguntas difíciles? —le preguntó Paula.

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