martes, 8 de septiembre de 2020

Chocolate: Capítulo 47

 Aquel sábado, Paula regresó a su habitación después de la seis de la tarde y solo porque el jefe de cocina la había echado físicamente de allí. Se había pasado más de diez minutos paseando delante de sus platos, mirándolos y añadiendo pequeños detalles. No se atrevía a marcharse hasta que no estuvieran absolutamente maravillosos. Casi le había resultado doloroso ver cómo se llevaban los platos terminados a la sala donde esperaba el jurado, sabiendo que ya no había nada que pudiera hacer para cambiar su trabajo. Ya todo dependía de la decisión que el jurado tomara. Había terminado su Fleur Delice a las cuatro de la tarde y había sido el mejor pastel de chocolate que había hecho nunca. Durante una hora aproximadamente, había estado adornándolo y, durante todo ese tiempo, le había parecido sentir la presencia de su padre junto a ella en la cocina. Sabía que era una locura, pero las sensaciones habían sido mágicas y especiales al mismo tiempo. Con su padre al lado, animándola, ni siquiera se había sentido intimidada por los equipos de televisión. «Gracias, papá».


Ya todo había terminado. Ella había terminado. Había aceptado el desafío y había trabajado más duro que nunca. Había hecho todo lo que había podido para demostrar que el chocolate de Alfonso Estate podíaser realmente maravilloso. Ya no había vuelta atrás. Lo único que podía hacer era esperar a la entrega del premio. Se dejó caer sobre la cama y miró el reloj. Las bebidas estaban programadas a las siete, después vendría la cena, en la que se servirían una selección de los postres presentados por los participantes y, por último, el jurado anunciaría al ganador. No sabía si podría soportar tanta tensión, pero, afortunadamente, tendría a Pedro a su lado. Se sentó en la cama y tomó su teléfono móvil. A lo largo de todo el día, había sentido la tentación de salir de la cocina para recibir unas palabras de apoyo de Pedro, pero no lo había hecho. Sabía que él también tenía que centrarse en lo que estaba haciendo. Vió que tenía dos mensajes de Sofía deseándole buena suerte y, sí, ahí estaba. Pedro le había enviado un mensaje de texto cada hora, a en punto, durante todo el día. Su discurso había ido bien, tenía algunos clientes y la echaba de menos. Entonces, notó que también le había dejado un mensaje en el buzón de voz. Apretó el botón y pudo escuchar la voz de Pedro. Parecía estar en el coche o corriendo. Fuera como fuera, Paula se tumbó en la cama para poder saborear mejor sus palabras.


—¡Hola! Esperaba poder hablar contigo antes de que empezaras a cocinar. En vez de eso, voy de camino a la reunión número cuatro. Bueno, pues aquí está. Esto sería lo que yo te diría con mi estilo torpe si pudiera estar junto a tí ahora mismo. Soy solo un pobre agricultor que se dedica al cultivo del cacao. Tú solo llevas en mi vida un breve espacio de tiempo, pero quiero que sepas una cosa. Sé que eres hermosa, que llamas la atención y que tienes mucho talento. Sé que creo en tí y sé que no podría tener una mejor maestra chocolatera con la que trabajar. Siempre harás todo lo que puedas, por lo que prepárate para salir y ser valiente. El mundo se merece ver tu hermosa luz. Va siendo hora de que salgas de la cocina, Paula, y dejes que esa deslumbrante luz rompa la oscuridad. Los dos llevamos viviendo en las sombras mucho tiempo. Voy algo retrasado con las reuniones, pero estaré allí para acompañarte a la cena. Sea lo que sea lo que decida el jurado, nosotros ya hemos ganado porque tú sabes que eres capaz de conseguir lo que desees. Puedes hacer todo lo que te propongas, Paula Chaves. Donde te lo propongas. Esta es tu vida, así que prepárate para disfrutar de la velada. Te veré sobre las siete. ¡Ah! Y no me perderé. Me guiará tu deslumbrante luz.


Paula permaneció tumbada unos instantes, con los ojos cerrados y el teléfono contra el pecho. Estaba escuchando el sonido del mundo a su alrededor. El canto de los pájaros, las animadas conversaciones de la gente en el pasillo y el sonido de su propia respiración cuando las lágrimas comenzaron a caerle por las mejillas. ¡Qué hombre más alocado y maravilloso! ¿Qué hacía dejando mensajes como ese? Menos mal que no había escuchado aquel mensaje antes de entrar en la cocina. Si lo hubiera escuchado antes, se habría puesto a llorar de tal manera que las lágrimas le habrían impedido hacer sus recetas. ¡Pedro creía en ella! Pensaba que era capaz de conseguir cualquier cosa. De hacer cualquier cosa. 


Se levantó de la cama y se sentó, aún con el teléfono agarrado en la mano. Desde allí, podía ver su reflejo en el espejo que había sobre el armario. Desde que regresó de París, tras sufrir la humillación de David, su único objetivo había sido abrir su propia chocolatería. Se lo había contado a todo el mundo. Les había dicho que en dos años, tres como mucho, tendría su tienda en la ciudad. Su nombre encima de una puerta. Su marca. Sin embargo, allí sentada, lo comprendió todo. Por fin. Pedro había sabido comprender que la única razón por la que ella había querido abrir su chocolatería era porque su padre había querido y él nunca había tenido oportunidad de hacerlo. Ella sería un pobre ejemplo para nadie si no aprovechara al máximo cada segundo de su vida. Adoraba su trabajo. Le encantaba ver el rostro de placer de completos desconocidos cuando probaban los postres que ella creaba. Esas eran las cosas que le daban alegría y satisfacción. Ni el dinero en el banco ni un enorme cartel sobre la puerta de una tienda, solo la verdadera felicidad, con las personas a las que amaba a su alrededor. Pedro tenía razón. Aún seguía viviendo a la sombra de su padre. Por fin, había llegado el momento de salir a la luz. Tenía varias posibilidades en su vida y la de estar en una isla tropical con él había pasado de repente a ocupar el primer puesto de la lista.


En aquel momento, una sorprendente idea comenzó a rondarle por la cabeza. No necesitaba pasar su vida atada a una tienda en la ciudad para expresar su talento creativo. Eso podía hacerlo donde eligiera. Sin embargo, había una cosa sobre la que estaba completamente segura. Sabía exactamente con quién quería pasar su vida. Pedro Alfonso, el hombre al que había conocido tan solo hacía unos días. El hombre del que estaba completamente enamorada. El hombre por el que estaba preparada para luchar. Si eso significaba que tenía que aprenderlo todo sobre el cultivo del cacao en una isla caribeña, pues eso era precisamente lo que iba a hacer. No iba a dejarlo escapar. No se conformaría con menos. Nunca más.  Por primera vez en muchos años, se sintió libre. Sintió que podía vivir el momento y disfrutar de donde estaba y de lo que estaba haciendo. Ya no iba a luchar ni a correr de un sitio a otro con pedidos y repartos. Libre por fin de David y del doloroso pasado. Aquella noche, iba simplemente a ser ella misma.  Pedro tenía razón, había hecho todo lo que había podido para impresionar al jurado. Las recetas que había elegido representaban la esencia de lo que ella era. Ya no podía hacer nada más que disfrutar de aquella encantadora velada. De repente, sintió como si se le quitara un peso de los hombros, el de la responsabilidad de vivir la vida que había planeado con su padre tantos años atrás. Cerró los ojos y lenta, muy lentamente, respiró. Debería tener miedo, pero no era así. Podría trabajar donde quisiera. Ir a cualquier lugar. Divertirse. Aquel pensamiento la llenó de alegría y excitación. Comenzó a desabrocharse la chaqueta. ¡Qué estaba haciendo allí sentada! Tenía que prepararse para una fiesta. Aquel era el principio de su nueva vida. 


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