Le gustara o no, se estaba enamorando de ella. Jamás había esperado volver a tener aquella clase de sentimientos. Además, a menos que se hubiera equivocado totalmente, ella sentía lo mismo sobre él. Solo pensar que ella pudiera sentir algo por él le alegraba el corazón. ¿Qué podría ofrecerle a Paula? ¿Cuántas veces le había dicho ella que su sueño era abrir su propia chocolatería en la ciudad? Eso no ocurriría nunca si terminaban juntos. Él lo había sacrificado todo para hacer que Alfonso Estate fuera un éxito. Decirle lo que sentía por ella sería el mejor modo de reservarles a ambos muchos años de duro trabajo y una vida de arrepentimiento y sueños rotos.
Paula se estiró suavemente en sueños y suspiró. Pedro contempló su relajado rostro. Veinticuatro horas más tarde, los dos estarían de camino a Londres, a punto de iniciar sus vidas por separado. Él tenía la fiesta de cumpleaños de Camila y Paula un montón de trabajo con su amiga Sofía. Después, él se marcharía a casa. Regresaría a Santa Lucía. Solo. Sin Camila y sin Paula. Se acercó a la mujer que amaba y le dio el más suave de los besos en el revuelto cabello para que ella ni siquiera se despertara. Ansiaba tocarle el cabello con los dedos igual que su cuerpo deseaba tumbarse junto al de ella y tomarla entre sus brazos. Sin embargo, no podía ser tan egoísta. El peso de su pasado y lo que ella había empezado a significar eran demasiado importantes como para que él pudiera ignorarlo. Había llegado el momento de dejar que Paula Chaves volara, aunque ello significara que él debía ocultar sus verdaderos sentimientos durante el breve espacio de tiempo que les quedaba juntos. Tenía que dejarla marchar. Para que ella pudiera volar sin sentirse atrapada en una isla en la que no tuviera posibilidad alguna de hacer realidad sus sueños. Por eso, lentamente, se apartó de ella. No se detuvo hasta que llegó a la puerta del dormitorio para luego dirigirse hasta su propio dormitorio, donde sabía que la posibilidad de poder dormir sería imposible. Resultaba difícil aceptar la verdad. Él había roto la promesa que le había hecho a Paula. La había defraudado. Apretó la palma de la mano contra la puerta. No quería romper aquel vínculo. Entonces, vio que al lado de la puerta había un poster del hotel más nuevo de la cadena. Estaba construido en una vieja plantación de té en Sri Lanka. Resultaba extraño ver cómo aquella casa se parecía mucho a la que él tenía en Santa Lucía. Según el poster, el hotel estaba buscando otros lugares similares. Ofrecían ecoturismo, empleo y garantizaban la inversión en la comunidad. Tal vez él debería seguir el ejemplo de Paula y tomar una perspectiva totalmente nueva sobre cómo resolver sus problemas. Decidió consultar su ordenador. Tenía que investigar un poco y debía hacerlo rápidamente. Pedro tiró de la silla y se sentó a desayunar. Estaban en el dormitorio de ella. Se sirvió un zumo de naranja recién exprimido con mango.
—Ah, lo necesitaba.
Sonrió a Paula, que estaba sentada junto a él con una enorme taza de café entre las manos. Parecía agotada y le había agradecido a Pedro que sugiriera que llamaran al servicio de habitaciones en vez de bajar a desayunar con el resto de los participantes en el comedor principal.
—¿Has desayunado ya algo? —le preguntó Pedro mientras empezaba a tomarse su desayuno de beicon, salchichas, setas, huevos y pan frito—. Deberías. Necesitas fuerza y energía.
—¿Te sientes débil?
—¿Quién? ¿Yo? No. Solo estoy muerto de hambre. Además, te olvidas de que un desayuno inglés completo resulta difícil de encontrar en el Caribe, a menos que me lo prepare yo. En esa parte del mundo, encontrar beicon y salchichas inglesas resulta algo difícil —dijo él sin dejar de comer—. En una ocasión, traté de preparar unos huevos. Creo que mi ama de llaves tiró la sartén en vez de tratar de limpiarla. No lo hice bien. ¿Y tú? ¿Has comido lo suficiente?
—Estoy bien. Muchos carbohidratos. Zumo. Ahora, lo único que necesito es más café y así tal vez pueda mantenerme despierta lo suficiente para poder cocinar esta mañana.
—Tiene que haber alguna ventaja en estar la quinta. En primer lugar, puedes ver a los cuatro primeros y observar cómo trabajan, o no, antes de empezar tú.
—Es demasiado tarde para eso. Ya he entregado mi menú completo y mis recetas en cuanto abrieron las oficinas a las ocho de la mañana. Por lo tanto, a menos que tenga una especie de desastre, no puedo variar ninguno de esos tres platos, tan solo pequeños detalles. Ya está. Estoy acabada. Todo ese trabajo antes de venir aquí y me lo he cargado todo de un plumazo por una arriesgada decisión. Ahora, seguramente debería disculparme.
Pedro se limpió los labios con la servilleta y observó cómo ella se golpeaba la frente dos veces sobre el mantel antes de cerrar los ojos.
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