jueves, 3 de septiembre de 2020

Chocolate: Capítulo 44

 —Vamos —le dijo con una sonrisa. 


Se puso de pie y, antes de que Paula pudiera quejarse, le deslizó un brazo por debajo de las piernas, colocó el otro alrededor de su cintura y la levantó rápidamente. Ella no tuvo más remedio que rodearle el cuello con los brazos para no caerse.


—¿Qué estás haciendo?


—Te llevo a la cama, por supuesto. Necesitas tumbarte en un lugar cómodo mientras me cuentas lo del nuevo postre que vas a hacer. La última vez que hablamos no hubo mucho progreso en ese sentido.


Pedro la dejó sobre la cama y volvió a la mesa para servirse una taza de café antes de sentarse en la cama, al lado de Paula.


—No me tengas en suspenso. ¿Qué se te ha ocurrido?


Paula se apoyó contra el cabecero y agarró una almohada.


—¡Ay, Pedro! Cuanto más lo pienso, más segura estoy de que he cometido un error terrible. Es demasiado arriesgado para un concurso en el que hay tanto en juego. Soy una idiota. Debería haber elegido algo más convencional.


—Ya hablamos de eso antes. Eso es precisamente lo que David y el resto de los competidores esperan que hagas. ¿Qué delicia se te ha ocurrido?


—Cuando mi padre fue a visitarme a París, el chef Barone se pasaba horas con nosotros todas las tarde, cenando, bebiendo y hablando. Compartíamos nuestro amor por la pastelería y el chocolate. La última noche, preparamos la cena juntos. Estábamos solo los tres. Mi padre preparó un postre. Solo tardó veinte minutos en prepararlo, pero ¡madre mía! Y lo digo en serio. Chef Barone le pidió la receta, pero él se negó a entregársela. El postre se llama Fieur Delice y me dejó la receta a mí — susurró ella.


Una lágrima comenzó a deslizársele por la mejilla. Pedro le entregó una caja de pañuelos de papel que había sobre la mesilla de noche.


—En ese caso, debe de ser algo muy especial.


—Sí, pero no por eso deja de ser un error. En realidad, lo he hecho solo en una ocasión. Era el cumpleaños de mi padre y él estaba teniendo muchos problemas. Los dos sabíamos que ya había vivido mucho más de lo que los médicos habían esperado y que aquel iba a ser su último cumpleaños. 


Sin decir una palabra, Pedro se dirigió al lado de la cama que no estaba ocupado, se quitó los zapatos y se sentó junto a ella. Además, le pareció lo más natural entrelazar los dedos de la mano derecha de ella entre los suyos. Paula lo miró y comenzó a hablar.


—Era un precioso día de verano, por lo que nos marchamos corriendo a la playa. Estuvimos paseando por la orilla y comimos pescado con patatas fritas. Entonces, regresamos a casa y, tras ver una película, preparé una cena con todos sus platos favoritos. El postre, por supuesto, era su Fieur Delice. Acababa de servir el vino. Fui a despertarle de su siesta y me lo encontré muerto, Pedro. Había fallecido mientras dormía —dijo, con la voz entrecortada—. Aquella noche, cuando me quedé sola, me tomé el Fieur Delice. Entero. Estaba delicioso. Seguramente sería un postre con mucho éxito, pero no lo he vuelto a preparar desde entonces.


—No me extraña. Es demasiado especial y demasiado personal para ti como para poder servirlo a otros —susurró él mientras la tomaba entre sus brazos.


Paula cerró los ojos y gozó con la sensación de sentir la calidez del cuerpo de Pedro contra el suyo. Sin pensar en las consecuencias, se dejó llevar. Él le rodeó la cintura con un brazo para estrecharla aún más contra su cuerpo. Ella notaba los latidos del corazón de él bajo la camisa azul que llevaba puesta. Era consciente de que tan solo unas finas capas de tela los separaban. Tal vez la arrugada camiseta de algodón no era el atuendo más adecuado para desayunar con su socio… ¿A quién estaba intentando engañar? Pedro era mucho más que eso para ella. Nunca le había hablado a nadie de ese pastel, ni siquiera a Tara. Hasta aquella semana, no hubiera creído posible forjar un vínculo tan poderoso con aquel hombre. David había sido su amante y su socio durante unos meses en una de las ciudades más románticas de Europa. Ella había creído que su futuro estaba en París, pero los años la habían ayudado a ver que el francés ni siquiera había sido su amigo. El aroma que emanaba del cuerpo de Pedro, una mezcla del desayuno, del café, de su perfume y, por supuesto, del aroma personal de él, resultaba tan embriagador que era capaz de bloquear todas las excelentes y racionales razones que ella tenía para no empezar una relación con él. De hecho, la empujó a acurrucarse más aún contra su cuerpo. 

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