Paula respiró profundamente para tranquilizarse mientras Sofía comprobaba por tercera vez en los últimos quince minutos que la corona de orquídeas amarillas y fragante jazmín que llevaba puesta no se le caía. Entonces, se marchó para ir a ver dónde estaba Camila. La niña se habíaescapado corriendo hacia la playa hacía una hora y no se la había visto desde entonces. La pesada seda bordada del vestido color crema susurró cuando salió de la carpa blanca para mirar el mar azul de la bahía y llegar hasta los volcanes Pitons, que hacían que Santa Lucía fuera una de las islas más hermosas de las Indias Occidentales. Una orquesta tocaba ya bajo la sombra de las palmeras que alineaban la arenosa playa y llenaba el aire de alegre música que se mezclaba con las risas de los invitados a la boda. Estos estaban saliendo del Alfonso Estate Hotel, donde se iba a celebrar el banquete nupcial. La boda de Paula y Pedro iba a ser la primera boda en la playa del hotel, sobre todo porque este aún estaba construyéndose alrededor de la vieja casa de él.
Paula sintió que se le hacía un nudo en la garganta. Había pasado mucho tiempo desde que era la hija del panadero de una pequeña ciudad de la Inglaterra rural hasta estar allí, rodeada de unas espectaculares vistas. Incluso siete meses después de su llegada a la isla, ella seguíaasombrándose de que aquel hermoso lugar fuera a ser su hogar. Le habría gustado que sus padres estuvieran aquel día a su lado para compartir su felicidad. Les habría gustado mucho la isla, Pedro, Camila y los nuevos amigos de su hija. Les habría encantado la vida que ella se había forjado gracias a todo lo que ellos le habían enseñado. El sonido del poderoso motor de un barco atrajo la atención de ella hacia el mar. Sintió que se le cortaba la respiración cuando, cerca del embarcadero, vió que Pedro detenía una hermosa lancha. A su lado, estaban Mariana y Antonio, que habían ido hasta la isla en su yate, que iba a ser parte del regalo de bodas. Ellos iban a pasar una semana recorriendo las islas en la lujosa embarcación mientras que Antonio, Mariana y Camila se alojaban en los bungalows que el hotel había construido sobre la plantación.
Todos los presentes lanzaron vítores y la orquesta comenzó a tocar una pieza más animada. Paula suspiró al ver cómo Pedro avanzaba por el embarcadero con una amplia sonrisa en los labios. Parecía tan feliz que cada segundo de trabajo a lo largo de aquellos meses para crear un hotel en su hogar mereció la pena mil veces. Pedro. Las últimas horas habían pasado rápidamente por la incesante actividad. Paula, Sofía y las maravillosas mujeres de la finca se habían ocupado de la comida que iba a servirse en el banquete hasta el punto de Sofía había tenido que mandar a Paula a la ducha hacía una hora para que se arreglara y se vistiera. El pobre Pedro apenas había tenido tiempo de tomar su ropa e irse en la lancha al yate para cambiarse. Y allí estaban. El famoso pastel de chocolate, que se había convertido en la especialidad de la cadena hotelera después de que el equipo Alfonso ganara por sorpresa en el hotel en Cornualles, se había terminado con el tiempo justo. Tenía un aspecto magnífico.
En aquel momento, Sofía regresó de la playa con Camila de la mano. Por suerte, la niña no se había metido en el agua con su vestido de dama de honor, pero había perdido las flores. Sofía sonrió y asintió. Estaban listas. Paula arrancó una flor de hibisco roja de un arbusto cercano y se la colocó a Freya en la oreja. La niña se echó a reír encantada. Tras mirar a su amiga, Paula respiró profundamente y dio un paso al frente. Las notas de la Marcha nupcial resonaron en la playa, pero solo tenía ojos para una persona. El hombre tan guapo como un dios griego que esperaba bajo un arco de ramas de vid, hibisco y orquídeas junto al agua del mar. Esperaba decir sus votos. Esperaba que ella se convirtiera en su esposa. Paula apenas se fijó en nadie de los que habían acudido para compartir su felicidad en aquel sol de enero. Aquella era su iglesia. Sus vidrieras eran el azul del cielo y los tonos verdes de la selva tropical que se reflejaban sobre el mar tranquilo como un espejo. El dulce perfume de las flores de su tocado y de su ramo la acompañaba a cada paso.
Pedro iba vestido de blanco completamente y estaba tan guapo que, cuando él le dedicó una sonrisa, Paula creyó que iba a desmayarse. Cada paso que daba sobre la arena, sintiendo los granos entre los dedos, la acercaba más al hombre que tanto amaba. De todas las mujeres del mundo, él la había elegido a ella para compartir su vida. La amaba. Le había dado un nuevo hogar y una nueva familia. A él le pertenecía su corazón. Entre sus fuertes brazos había encontrado un amor para el resto de su vida. Era increíble lo que se podía conseguir con unas cuantas delicias de chocolate.
FIN
Hermoso final!!! 😍
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