-¿Qué tal con Lady Chaves? ¿Cómo es, una reclusa o una mujer sofisticada como dicen las hermanas Barclay? ¿Necesitas la sierra mecánica para el trabajo o es que no te fías de ella?
-Nada de eso. Es una chica muy simpática.
-¿Una chica muy simpática? ¿No me digas que te gusta?
Pedro estuvo a punto de negarlo, pero eso, con Ariel, no tendría sentido. El pobre vivía en una casa llena de mujeres. Incluso las mascotas de las niñas eran hembras.
-Pues sí. Mi jefa es una señora muy interesante.
-No me digas que está buena.
-Pues sí, lo está. Además, es... especial.
-Ya veo.
-Le he hablado de Melina -dijo Pedro entonces.
-¿Y eso? -preguntó su primo, sorprendido.
-No lo sé.
-¿Te recuerda a Melina?
-No, no. Es muy elegante... parece una bailarina y Melina era un chicazo. Pero Paula es pintora, y ya sabes que a Melina le encantaba el arte. A lo mejor es por eso por lo que la mencioné. Aunque no sabes qué lengua tiene. Y puede ser muy sarcástica. A Melina le habría encantado, desde luego.
Pedro seguía echando de menos a su hermana todos los días. Y seguramente seguiría siendo así durante el resto de su vida.
-¿Cómo se llama de nombre? -preguntó Ariel.
-Paula.
De repente, Ariel se dió la vuelta y empezó a teclear furiosamente.
-¿Qué haces?
-Buscarla en Google.
-Oye, no deberías...
-Mira, según Google, Paula Chaves es una chica de trece años que hace surf en Canberra o un jinete irlandés de noventa y cuatro años. Podría añadir sarcástica e interesante como datos para la búsqueda, pero no creo que eso diera resultado.
-¿Puedo? -preguntó Pedro, señalando su silla.
-Sí, claro. Esto es muy divertido.
-¿Ah, sí? Tienes que salir más.
-Dímelo a mí.
Pedro añadió «Pintora de Melbourne» en la barra de búsqueda y enseguida la encontró. Había fotografías suyas de cuando era una adolescente, sonriendo a la cámara mientras mostraba un premio... ¿El premio Archibald? Asintió con la cabeza. No había duda, era ella. La sonrisa de oreja a oreja era algo que no había visto todavía, pero era Paula.
-El premio Archibald es muy importante, ¿No? -preguntó Ariel.
-El más importante de Australia -contestó Pedro.
Luego siguió buscando y encontró fotografías de ella vestida con vaqueros y camiseta, con manchas de pintura en la cara mientras daba clases a unos niños. De nuevo, estaba sonriendo de oreja a oreja.
-¿De qué estás hablando? ¿Interesante? Es guapísima.
Guapísima. Ésa era la palabra que había estado buscando. Nada de «está buena». Paula Chaves era guapísima.
Pedro siguió buscando fotografías y encontró varias de una exposición en Armadale. La galería en la que había expuesto sus cuadros los vendió todos por un precio astronómico. Llevaba un corte de pelo muy elegante, por encima de la barbilla. Y un traje negro que la hacía parecer aún más alta y más delgada, pero con más curvas que ahora. En esas fotografías, sin embargo, no estaba sonriendo. Sus ojos parecían tristes. El brillo que los hacía parecer casi azules había desaparecido del todo. En algunas de las fotografías aparecía con un hombre de pelo cano... escuchándolo atentamente o poniendo una mano sobre su brazo. Y eso hizo que apagase el ordenador.
-¿Qué haces? -exclamó su primo.
-Ya está bien. Ya has visto cómo es y ya sabes a lo que se dedica.
-Y ahora sé por qué te tiene tan nervioso -rió Ariel-. La famosa pintora te trata como si fueras un simple manitas de pueblo, ¿Eh?
Pedro se pasó una mano por la cara.
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