Pero no debería sentir eso. No estaba lista. No era capaz de hacerlo. No estaba bien. Ni mental, ni emocional, ni moralmente... Sintió frío en el cuello cuando Tom se apartó. Pero sus ardientes ojos pardos seguían clavados en ella. Y no había ninguna duda de lo que iba a pasar. Iban a besarse e iba a ser un beso de ésos que te hacen temblar de arriba abajo. Y, aunque en aquel momento lo deseaba más que nada en el mundo, su conciencia y su memoria le dieron razones para apartarse.
-Pedro.
-Sí, Paula. Dime lo que quieres.
-Quiero... que esperes.
Lo empujó un poco hacia atrás. Un poco, sin ganas. Pero fue suficiente como para romper aquel extraño hechizo.
-¿Qué ocurre? -preguntó él, mirándola a los ojos de tal forma que casi se le olvidó lo que iba a decir. Casi.
Pero el peor error que podía cometer era romper una vieja costumbre creando una nueva.
-Pedro, no puedo. No puedo, de verdad.
-¿Por qué?
-Porque... estoy casada.
Pedro soltó una carcajada. No era exactamente la reacción que ninguno de los dos habría esperado ante el anuncio, pero era eso o liarse a patadas con el banco.
-¿Has dicho que estás casada?
Paula asintió con la cabeza, un mechón de pelo rubio cayendo sobre su frente.
-No es una broma.
Pedro sabía que no era una broma. No era por eso por lo que se habíareído. Lo había hecho porque la situación le parecía increíblemente irónica. Allí estaba, dispuesto a dar el primer paso, a olvidarse de las precauciones, a olvidar su modus operandi con las mujeres, y, de repente, Paula decía... eso.
-¿Y dónde está tu marido?
-Fernando sigue viviendo en Melbourne.
Fernando. Fernando seguía viviendo en Melbourne. Cuando la miró, se dio cuenta de que estaba temblando. Violentamente. Y tuvo que hacer un esfuerzo para no tomarla entre sus brazos. ¿Por qué estaba temblando? ¿Y por qué sentía él aquel deseo de abrazarla? Siempre le habían gustado las mujeres fuertes, seguras de sí mismas. Incluso las que daban el primer paso y nunca derramaban una lágrima cuando llegaba el momento de decirse adiós. Nunca le habían gustado las mujeres frágiles, caóticas, las cabezotas que podían vivir seis meses sin un sofá porque eran artistas y excéntricas.
-Tu marido está en Melbourne -repitió-. Y supongo que ha estado allí todo este tiempo.
-Sí.
-¿Por qué? ¿El de ustedes es un... matrimonio abierto, de ésos de los que hablan ahora? ¿Él tiene a su amante en Melbourne mientras tú te los buscas en la playa?
Paula apretó los dientes.
-Mi marido tiene una sola amante en Melbourne. Que yo sepa.
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