-¡Pinta eso! -exclamó Laura, señalando el jardín.
-Oh, no.
Antes de que Paula pudiera evitarlo, las tres mujeres estaban en el porche.
-¡Eso sí que es nuevo! -exclamó Brenda.
Pedro estaba manejando la sierra mecánica con las piernas separadas. Los vaqueros abrazando sus poderosos muslos, el pelo oscuro despeinado y los brazos cubiertos de sudor... Laura suspiró elocuentemente y Paula tuvo que admitir que era una imagen gloriosamente masculina.
-Es Pedro Alfonso. ¿Qué hace aquí? -preguntó Florencia.
-Está cortando toda esa maleza para que esta casa parezca una casa de verdad.
-Eso podrías haberlo hecho tú.
-¿Yo? ¿Me imaginan a mí con una sierra eléctrica? Pero si no sé cómo usar el horno...
-Paula, pensé que estábamos de acuerdo en que debías reencontrarte contigo misma y con tu arte -la regañó Florencia-. No encontrándote con un... cachas.
«¡Pero si no me concentro en nada!», habría querido gritar Paula. «Me siento tan desconectada de todo, de mi vida, de mi casa».
-Así que está cachas, ¿Eh, Florencia? -rió Laura-. ¿Qué sabes de él, Pau?
-Lo que yo sé -la interrumpió Florencia- es que el verano pasado salió con esa americana divorciada que le contaba a todo el mundo que había conseguido la casa Mornington en el divorcio y estaba desando venderla para volver a California.
-Bueno, pues muy bien, salió con una mujer y el asunto no salió bien - suspiró Laura-. Eso nos ha pasado a todos. Además, la mayoría de la gente que vive aquí está divorciada. Pau, por ejemplo.
-Y al menos ella no tiene intención de vender la casa y volver a Melbourne cuando Fernando firme los papeles -añadió Florencia.
Paula no dijo nada. Estaban de muy buen humor y pensó que si les contaba la verdad sobre su situación económica sería muy desagradable. Aquel día sólo quería tomar una copa de vino, comer algo y reírse un poco. Estaba demasiado cansada para otra cosa.
-Bueno, pues ahora que sabemos que Pedro es soltero, ¿Quién se atreve a decir que Paula no se merece un romance?
-¡Laura! -exclamó Florencia.
-Estoy segura de que Paula lleva un siglo sin... bueno, ya saben. ¿Has conocido a alguien en todo este tiempo, Pau?
La respuesta era conocida para las tres. Ella nunca había tenido aventuras. Había sido una buena hija, una buena novia y una buena esposa. Y había sufrido decepciones en todos los campos. Y hasta que alguien pudiera prometerle que un romance acabaría bien, pensaba seguir como estaba.
-Estoy aquí para trabajar, señoras. No para divertirme.
-Pero él está aquí, deberías aprovechar...
-No debería aprovechar nada. Final de la discusión -la interrumpió Paula-. Bueno, a ver, vamos a hablar de otra cosa. ¿En qué estamos trabajando esta semana?
Pedro apagó la sierra. El sol primaveral golpeaba su espada y le dolía todos los músculos del cuerpo, incluso algunos que no había sentido nunca. Sudaba tanto, que deseaba haber limpiado el camino para bajar a la playa y darse un chapuzón. Pero, a pesar de las ramas que había entre él y el mar, se sentía bien. Contento consigo mismo. Y hambriento. Le sorprendía que Paula no hubiera bajado a llevarle un sandwich o un café. O con alguna excusa para charlar. ¿Qué estaría haciendo? A lo mejor las musas habían acudido en su ayuda y estaba trabajando en el cuadro, pensó, mientras subía los escalones de dos en dos.
-¡Paula, tengo fetuccini en la nevera! ¡Prepárate para...!
No terminó la frase al ver que había cuatro mujeres en el estudio. Cuatro mujeres y todas mirándolo.
-Buenas tardes, señoras -las saludó, un poco cortado.
-Hola, Pedro. ¿Qué hora es? ¿No me digas que ya es la hora de comer?
-Eso me dice el estómago.
Una especie de mujer fatal con coletas y botas militares se acercó a él entonces.
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