jueves, 17 de septiembre de 2020

El Millonario: Capítulo 12

 -Porque soy un simple manitas... para ella.


-¿Le has contado lo que solías hacer antes?


-Sí, bueno, le he dicho que me dedicaba a la restauración de edificios antiguos, pero no hemos entrado en profundidades.


Pedro nunca había escondido el hecho de que tuviera dinero. Todos los que lo conocían lo sabían perfectamente y les parecía una broma que viviera como lo hacía. Pero tampoco iba por la calle con un megáfono, anunciándolo a los cuatro vientos.


-Estoy seguro de que con la pequeña Paula Chaves, el gran presidente, el famoso ejecutivo de la restauración está deseando salir a la superficie.


-No es pequeña, es más alta que tú. Además, sólo estoy haciendo un trabajo para ella, nada más.


Ariel le dió una palmadita en la espalda. Él sabía mejor que nadie que la razón por la que había convertido Restauración Alfonso en un éxito fenomenal era ganar dinero para pagar el mejor tratamiento médico para Melina.


-Y cuando termine el trabajo, Paula sólo será otra cara más.


Pero si Ariel supiera que el precio por hacer ese trabajo era un cuadro lleno de manchurrones azules, se reiría hasta que la cerveza se le saliera por la nariz.




A la mañana siguiente, un estruendo en la entrada señaló la llegada de Florencia, Laura y Brenda, las chicas del miércoles. Irritado por el ruido, Smiley entró en la casa y buscó refugio en la parte de atrás. Sandra, la más joven del grupo, llevaba coletas y botas militares.


-Buenos días. Sentimos llegar tarde, pero la culpa es de Florencia.


Florencia, una madre soltera con dos gemelas, entró después. Era pelirroja, de pelo corto. Y llevaba en la mano una cesta llena de comida.


-¡Léelo o no lo leas, me da igual! -estaba gritando a Brenda-. Siempre estás hablando de la dominación masculina en la creación de la religión moderna, y este libro dice exactamente lo mismo.


Florencia, que llevaba en la mano una copia de El código Da Vinci, señalaba a Brenda, la antigua profesora de arte de Paula, patrona del grupo y la mayor de todas. Aunque con el pelo rubio platino y los vestidos de colores siempre había parecido una persona sin edad definida. Brenda sonrió, tan serena como siempre. 


-Ah, veo que estás trabajando, cariño. No está saliendo nada mal, ¿No?


Paula no estaba de acuerdo.


-¿Vino para todo el mundo?


-Sí, por favor -contestó Florencia.


-Yo también -dijo Laura, encendiendo un cigarrillo-. ¿Qué es? - preguntó luego, señalando el cuadro.


-No tengo ni idea -contestó Paula-. Pero ahora por lo menos tiene un nombre: El gran azul. Y, por favor, fuma fuera.


-Bueno, está bien -suspiró Laura, saliendo al porche-. Pero somos unos apestados, no hay derecho.


-¿Tú recuerdas cuando éramos tan jóvenes? -suspiró Paula.


-Yo nunca he sido tan joven -contestó Brenda.


-Bueno, ¿en qué estás trabajando exactamente? -preguntó Florencia, saliendo de la cocina con varias copas de vino.


-En eso -contestó, Paula, señalando el cuadro.


-Ah, ya. Pero es un paisaje.


-Es un paisaje, sí. Estoy probando algo nuevo.


-¿Y tú crees que es buena idea?


Brenda debió de fulminar a Florencia con la mirada, porque su amiga se puso colorada.


-¿Qué pasa? Que tú disfrutes siendo una artista torturada no significa que otras personas no puedan contentarse ganando dinero con la pintura. Que Paula pinte paisajes sería como... como si un autor de libros infantiles de repente decidiera escribir novela erótica. Es muy arriesgado.


-Me parece que no tengo elección -suspiró Paula-. No me sale ningún retrato.


Sabía que Florencia no la entendería porque para su amiga el arte siempre había sido un trabajo de nueve a cinco. Para Brenda y para ella no. Ellas creían en algo mágico. En el arte como una forma de expresarse, de expresar los sentimientos, buenos o malos. Y por eso era tan horrible cuando una se bloqueaba.


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