Pedro suspiró. Le dolía la espalda y tenía arañazos en los brazos. Estaba agotado, sucio y cubierto de sudor. En aquel momento cambiaría los misterios del universo por una buena ducha y una cerveza fría. Cuando se acercó, vió que las manchas rojas de antes habían sido borradas. No, no borradas, sino difuminadas en el azul, dándole sombra y profundidad donde antes no la había. Y también se dió cuenta de que Paula estaba canturreando. Tom soltó una risita y el sonido sobresaltó a ella.
-Ah, hola, no te había visto entrar.
-Ya he terminado por hoy. Pero tardaré por lo menos una semana... o dos. Ese jardín es una jungla. Y tenías razón sobre la sierra mecánica. .. ah, también necesitaré una biotrituradora y bolsas para guardar lo que quede.
-Pero yo no tengo nada de eso.
-No te preocupes, mi primo Ariel tiene una ferretería en Rye, así que hablaré con él mañana.
-Me parece muy bien, haz lo que tengas que hacer.
-¿Estás segura?
-Sí, claro. Si quieres que te pague por adelantado...
-¿No quieres esperar a que te dé un presupuesto?
-No, bueno, creo que tengo dinero en casa -Paula se acercó a la encimera de la cocina, donde tenía el bolso, pero cuando lo abrió se puso colorada-. Ay, no, ayer me gasté lo que me quedaba en pinturas. Pero puedo darte un cheque.
-Me parece bien -Pedro se aclaró la garganta-. Pero no hay prisa. No creo que vayas a escaparte. Sé dónde vives.
Para evitar aquel momento incómodo, Pedro le guiñó un ojo, pero Paula volvió a pestañear, como sorprendida, escondiendo los pies manchados de pintura en la tela gris que cubría el suelo. Entonces vió una imagen de Melina riéndose de él por guiñarle un ojo y por sonreírle como un bobo mientras Lady Chaves lo miraba como si fuera una pelusa. Y Melina tendría razón. El ardiente romance veraniego que había imaginado no iba a tener lugar. Porque Paula olía a Sonia Rykiel. Y él olía a sudor. Ella era una chica de ciudad fingiéndose una chica de campo, y él era un chico de campo intentando fingir que nunca había tenido otra vida.
-¿Mañana a las diez te parece bien?
-A las diez, a las once, yo estaré aquí encadenada a este maldito cuadro -sonrió ella, apartando la mirada enseguida.
-Nos vemos mañana, Paula.
-Hasta mañana.
Pedro se dió la vuelta, salió del estudio, pasó por encima del perro y a través de las ruinas del jardín. Tenía la absurda impresión de que nunca olvidaría detalle alguno de su encuentro con Paula Chaves... por mucho que quisiera.
A la mañana siguiente, a las diez en punto, Pedro estacionó la camioneta frente a casa. Iba cargado de herramientas que le había prestado Ariel. Como el día anterior, Smiley levantó la cabeza al verlo y, en el interior, Lady Chaves estaba pintando. Por la noche, había logrado convencerse a sí mismo de que la fuerte impresión que había causado en él era debida al olor de la pintura y el aguarrás. Pero al verla de nuevo, tuvo que admitir que, a pesar del evidente insomnio y la falta de muebles, era una mujer absolutamente encantadora. Aquel día llevaba una camiseta de chándal amarilla con capucha y unos chinos marrones, y tenía el pelo sujeto en una coleta. Pero debajo de todo eso estaba la postura de una princesa. Si a eso añadía el delicioso aroma de su colonia... y si bajara la guardia durante más de cinco minutos, sería una mujer de escándalo. Pero cuando miró el cuadro vio las mismas manchas azules que había visto el día anterior. No parecía haber progreso alguno. Él no sabía mucho de pintura, pero sí sabía que tenía que pasar algo, algo más que una fecha tope, para esa falta de inspiración. Aunque Paula era especial. Tenía que serlo. ¿No necesitaba compañía masculina, además de la del perro? ¿Y no necesitaba algo más que café? ¿Y los muebles? ¿No necesitaba muebles? ¿Por qué no tenía muebles? Cuantas más preguntas se hacía sobre ella, más quería saber las respuestas. Por ejemplo, por qué era inmune a sus sonrisas y, sobre todo,por qué eso le importaba tanto.
-Buenos días, Paula.
-Ah, buenos días. No te había oído entrar.
Tenía ojeras y, si no llevara un atuendo diferente al del día anterior, Pedro habría podido jurar que no había dormido en toda la noche. Aunque las tres tazas de café que había sobre la mesa contaban otra historia.
-¿Has conseguido las herramientas?
-Sí. Lo tengo todo para cortar la maleza.
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