Paula sintió que Pedro le rodeaba la cintura con un brazo para que ella pudiera reclinarse contra su pecho. La calidez que emanaba de su cuerpo era tan reconfortante que ella estuvo a punto de gritar de gozo.
—Me sentí tan culpable, Pedro. Tan egoísta…
Pedro apoyó la barbilla sobre el hombro de ella y la estrechó un poco más por la cintura contra su cuerpo.
—Sin embargo, esa fue su decisión. Quería que su hija fuera feliz. Como padre, lo comprendo perfectamente. Seguramente, yo haría lo mismo. Debió de ser un hombre maravilloso.
—Lo era. Cuanto más lo pienso, más me doy cuenta de lo mucho que él había sacrificado para darme un hogar y una vida segura, en especial después de que mi madre muriera y nos quedáramos solos. Podría haberse ido a trabajar a un restaurante u otra cosa, pero dejó a un lado sus sueños por mí. Esto me destrozó por completo, Pedro.
—¿Cómo lograste superar su pérdida? —preguntó más con voz suave como la brisa—. ¿Regresaste a París y trabajaste como una posesa en la cocina de Barone?
—No. Ese fue precisamente el problema. Me sentía paralizada. ¡No sabía qué hacer! Perdí interés por mi trabajo. Perdí la pasión. Mis ganas de vivir. Ni siquiera mi trabajo me parecía importante. Mi padre me había demostrado lo inútil que puede llegar a ser atarte a un lugar y dejar que los sueños se te escapen entre los dedos. Lo que siempre había creído que deseaba ya no tenía atracción alguna para mí. Lo único que sabía con toda seguridad era que David seguía en París esperándome. Por eso, una mañana, metí mis cosas en el coche y me marché a Francia. Por el camino, comencé a crear una nueva y maravillosa vida con él, los planes que habíamos hecho sobre lo de abrir nuevas tiendas y nuevos mercados para los deliciosos chocolates que yo había creado. ¡Qué idiota fui! —exclamó apretando los puños.
—¿Qué ocurrió? ¿Habían cambiado las cosas en tu ausencia?
—Ah, sí. Claro que habían cambiado. Llegué a última hora, muy tarde, después de estar todo el día conduciendo, esperando que mi amando novio me recibiera con los brazos abiertos. No le había dicho que iba. Se suponía que iba a ser una maravillosa sorpresa después de que él me hubiera suplicado que regresara pronto porque me echaba mucho de menos. Y menuda sorpresa que fue. No te daré todos los sórdidos detalles, pero digamos que, a pesar de todas sus desesperadas llamadas telefónicas en las que me decía cómo me echaba de menos, ya no estaba durmiendo solo. La nueva aprendiza en la tienda de su tío era más guapa y más rica que yo. David se había limitado a instalar a otra enamorada mujer en su departamento para que ocupara mi lugar —susurró Paula sacudiendo la cabeza—. Incluso llevaba puesta la misma pulsera que él me había regalado para mi cumpleaños. Simplemente, no me lo podía creer.
Pedro guardó silencio mientras que Paula parpadeaba para evitar que le cayeran las lágrimas.
—¿Qué hiciste? —preguntó él por fin.
—¿Hacer? Hice lo único que él no había esperado que yo hiciera. Le monté una buena bronca. Grité, llore, pataleé y luego metí todas mis cosas en mi maleta mientras él trataba de excusarse diciéndome que había sido todo culpa mía por haberlo dejado solo tres meses, justo cuando él más me necesitaba para ayudarle a construir su nuevo imperio. Recuerdo que estuve de pie en la oscuridad, en el exterior del departamento con una maleta y un par de bolsas de plástico, sintiéndome como si lo hubiera perdido todo. La gente caminaba a mi lado por la acera y yo no me podía creer que pudieran seguir con sus vidas y ser felices mientras mi vida se estaba desmoronando.
—Debió de ser terrible.
—Sí. Estaba demasiado cansada como para conducir a ninguna parte, por lo que pasé la noche en un hotel cercano. Después, a la mañana siguiente, fui a ver al chef Barone. Después de todo, aún seguía trabajando para él y le debía mantener mis promesas. Sin embargo, David se había llevado todas las recetas que se me habían ocurrido a mí durante el tiempo que trabajamos juntos en nuestro proyecto y todos los postres más populares de su tío. Afirmaba que era todo producto de su trabajo. Su tío se puso furioso y se sintió totalmente traicionado. Yo estaba destrozada, pero ¿Qué podía hacer? Yo solo estaba estudiando y su tío era un hombre de honor, que no iba a destrozar a su familia demandando a su propio sobrino. Por supuesto, toda la familia lo sabía, pero David era el ojito derecho y, para ellos, no podía hacer nada mal. Eran simplemente negocios. Nada personal. Nada personal —repitió—. Si David supiera lo furiosa que me puso cuando me lo dijo a la cara…
—¿Furiosa porque te había robado tu trabajo y estaba fingiendo que era suyo o porque te había engañado?
Paula apretó la mejilla contra el rostro de Pedro y le agarró con fuerza los dos brazos.
—Por las dos cosas, pero principalmente me sentí furiosa porque me había permitido ser utilizada por un timador profesional como David Barone. Él nunca me amó. Vió que era una chica tímida, que estaba en París por primera vez sola y que tenía el suficiente talento para crear algo que él podría utilizar para su propio beneficio. Me utilizó para conseguir lo que quería. Entonces, cuando consiguió todo lo que necesitaba para volar solo, me dejó.
—No sé… ¿No se te ocurrió reírte en su cara y amenazarle con recurrir a los abogados?
—¿Es que nunca has estado enamorado, Pedro? ¿Nunca has confiado tanto en alguien que serías capaz de dar la vida sin pensarlo? ¿No lo puedes comprender? ¿Comprender lo que es estar tan ciego de amor que solo ves lo bueno en la otra persona, que no puedes imaginar ni siquiera un instante que tu amante te pueda defraudar o no querer estar contigo? ¿Te ha ocurrido alguna vez?
Pedro se quedó helado al recibir el impacto de cada una de las palabras que Paula acababa de pronunciar, penetrándole en el corazón y en la mente con tal ferocidad que tuvo que detenerse un instante para poder recuperar la compostura antes de responder.
No hay comentarios:
Publicar un comentario