Por supuesto que sabía a lo que Paula se refería. Lo sabía demasiado bien. Se había sentido completamente encandilado por Mariana desde el momento en el que la vio caminando por la carretera que llevaba a la casa de la plantación una tarde de enero, hacía ya muchos años. Estaba vestida con una sencilla camiseta blanca y unos pantalones cortos que mostraban en todo su esplendor sus largas piernas de modelo. Él se había sentido completamente deslumbrado, tanto que no se había parado a pensar en cómo serían sus vidas. Había dado por sentado que ella se acostumbraría a un clima tan cálido y a aquella vieja casa con pocos lujos y comodidades. Se amaban y eso era lo único que importaba. Ya encontrarían el modo de hacerlo funcionar. A Mariana le encantaba la vida al sol y la playa. El hecho de que Pedro solo la conociera de unas pocas semanas no tenía importancia. Tenían una vida entera para conocerse. ¿Por qué esperar a empezar su vida de casados juntos? No tenían nada de qué preocuparse. ¿O sí? Pedro trató de no dejar que la tristeza se le reflejara en la voz al responder. Era el momento de Paula. Era ella quien necesitaba apoyo. No necesitaba escuchar los errores que él hubiera cometido en el pasado.
—Sí. Sé exactamente a lo que te refieres. Estuve casado tres años antes de empezar a darme cuenta de la diferencia que había entre la atracción por un ser humano maravilloso y el amor verdadero y lo que eso significa cuando estás tratando de mantener a flote tu matrimonio.
—¿Qué quieres decir?
—Mariana entró en mi vida en enero y nos casamos el mes de junio siguiente. Las semanas que pasaron entre las dos fechas fueron como un torbellino. No tuvimos tiempo de pensar en lo que significaba en realidad lo que íbamos a hacer. Cuando ella me conoció, pensó que la vida en una isla del Caribe iba a ser como unas interminables vacaciones. Tres años más tarde, ya era madre, con un marido que trabajaba todas las horas del día en la finca solo para pagar las facturas. Eso es demasiado para que una persona tan joven pueda soportarlo.
Paula se dió media vuelta entre sus brazos y lo miró con una tristeza tan profunda que el corazón de él se deshizo por completo.
—En ese caso lo comprendes, pero yo pensaba… —susurró. Tragó saliva antes de apretar la frente contra el pecho de Pedro para que él no pudiera ver sus lágrimas.
—¿Qué pensabas?
—Yo pensaba que iba a pasar el resto de mi vida con David, que iba a trabajar con él. Yo confiaba en él. Lo adoraba y él me utilizó. Me rompió el corazón y jamás le perdonaré por eso. Pensaba que era la única que había hecho el tonto en lo que se refiere al amor. Parece que estaba equivocada —susurró. Entonces, parpadeó de nuevo para evitar las lágrimas—. Sin embargo, ¿Sabes lo peor? Volver a ver a David me ha vuelto a hacer sentir que no soy lo suficientemente buena. Resulta indignante que aún pueda quitarme la autoestima de ese modo.
—En ese caso, no dejes que se salga con la suya. Tú tienes el mismo derecho que cualquier persona a estar aquí. Más. Has aprendido tu oficio desde abajo. En mi opinión, ya has dejado de ser una aprendiz, Paula. Ha llegado el momento de que ocupes tu lugar entre los maestros chocolateros. No te atrevas a olvidarlo, en especial en lo que se refiere a David Barone—replicó Pedro con una fiera sonrisa—. Sabes que puedes ganar este concurso. El equipo de Barone no tendrá ni una posibilidad contra nosotros.
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