jueves, 24 de septiembre de 2020

El Millonario: Capítulo 17

 -Un chico martini es alguien a quien le gustan las cosas buenas de la

vida.


-¿No le gustan a todo el mundo? 


-Si, bueno, me refiero al buen vino, la langosta, el caviar... nada de patatas fritas en una bolsa. Además, como te gusta tanto El gran azul, ya ha quedado claro que te interesa el arte.


Pedro la miró de arriba abajo. Y, por el calor de su mirada, quedaba bien claro qué estaba apreciando en aquel momento. Pero cuando la miró a los ojos, su mirada era burlona.


-No, a mí me gustan las patatas fritas.


Paula soltó una carcajada.


-¿En serio?


-Y hace mucho tiempo que no pruebo la langosta.


-Bueno, ¿Y qué vas a hacer ahora que tu amable jefa te ha dado el fin de semana libre?


-Pescar.


-¿En un barco?


-Quizá. O en el muelle. En esta época del año se pueden pescar calamares desde allí.


-¿Y luego qué?


-Luego... seguiré pescando. Y si pesco algo, y si los peces son suficientemente grandes, los limpiaré, les quitaré las espinas los meteré en una olla y...


-No, quería decir qué más vas a hacer, además de pescar. Este fin de semana hará sol y no tienes que usar la sierra mecánica.


-¿Qué haces tú cuando no estás pintando?


Paula se quedó callada. Porque la verdad era que desde que llegó a Portsea no había hecho prácticamente nada. En Melbourne visitaba las galerías de arte, iba a fiestas, daba entrevistas, impartía clases de dibujo, iba de compras, hacía amigos... Allí, se mordía las uñas, paseaba de forma incesante, tomaba demasiado café e iba a dar una vuelta por el pueblo en su jeep porque no tenía otra cosa que hacer.


-Ya hemos dejado claro que yo no soy un chico martini -insistió Pedro-. Y supongo que tu vida aquí es muy diferente de la que llevabas en Melbourne.


-Sí, bueno, claro que es diferente. Es la primera vez que vivo sola. 


-¿En serio?


-Sí. Mi padre nos dejó cuando yo tenía dieciséis años y yo, en plena angustia adolescente, me fui a vivir con la familia de mi novio de entonces. Como te puedes imaginar, eso duró quince días. Pero siempre he vivido con alguien desde entonces.


-Y ahora eres libre para hacer lo que te dé la gana. No tienes que darle explicaciones a nadie.


-No.


-Este sitio tiene sus ventajas, ¿No crees?


-Sí, es verdad. Pero echo de menos... no sé, la sensación de que no hay suficientes horas en el día. El tiempo aquí es como un horizonte interminable.


-Ah, ese futuro por escribir -sonrió él.


-A mí me pone nerviosa.


-A mí me hace sentir cómodo. En la vida, nada sale como uno espera. Nunca. Así que he aprendido a no esperar nada. De esa forma, sólo puedes recibir sorpresas agradables.


-¿Y eso te funciona?


-Me funciona. Aunque la verdad, al principio, echaba de menos tener compañía constante.


-Yo no me puedo quejar -suspiró Paula-. Tengo a mis amigas al menos una vez por semana, tengo a Smiley... y al chico que me trae las provisiones desde Rye... aunque el pobre no es capaz de decir dos palabras seguidas. Y ahora... en fin, te tengo a tí.


Pedro la miró entonces, un poco sorprendido. Paula sabía que ésa sería su reacción, pero lo había dicho de todas formas. Quizá era el efecto de la cerveza. Se había acostumbrado a tenerlo cerca y una semana más tarde desaparecería para siempre. Quizá podrían... ¿Qué? ¿Ser amigos? ¿Ir de pesca juntos? Una vez él dijo que podían ir a jugar a los bolos.


-Me parece muy bien que cuentes conmigo.


Paula carraspeó, nerviosa.


-Bueno, señor manitas, tengo una pregunta para tí: ¿He cometido el error más grande de mi vida comprando esta casa? 

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