Había esperado dormir bien así. Pero, por el momento, el asunto no estaba funcionando. Quizá si compraba un estéreo y ponía algo de música...
-Ah, qué fresca -murmuró él, después de tomar un trago de cerveza.
Paula también tomó un trago.
-Sí, está bien.
-Tus amigas son un grupo muy interesante.
-Espero que no te molestasen.
-¿A mí? No, fueron muy amables.
-¿Ellas, amables? Nunca. La amabilidad es sólo una máscara para la gente que no se atreve a decir las cosas a la cara, y mis amigas lo dicen todo... hasta lo que no deberían decir.
Pedro parpadeó. Y Paula pensó entonces en lo amables que habían sido el uno con el otro desde ese día. Recordaba los «gracias», los «buenos días», los «hasta mañana, Paula», «hasta mañana, Pedro».
-Me parece que a la pelirroja no le gusté nada. ¿Por qué? ¿Algún día la adelanté en la carretera o algo así?
-Lo dudo. Aunque Florencia es ferozmente protectora con todas nosotras... Por eso debiste de pensar que no le gustabas. Al fin y al cabo, habías invadido el sancta santorum de las mujeres. No te lo tomes como algo personal.
-Muy bien. Me gustó conocer a Brenda Caruthers. No sabía que viviera aquí.
-Brenda es la razón por la que compré esta casa.
-¿Ella te ayudó a encontrarla?
-No. Este enorme elefante blanco fue cosa mía. Hace dos años decidí comprar una casa de verano en Portsea porque... en fin, era una reacción por algo que estaba pasando en casa. Ésta fue la primera que me ofrecieron y la compré sin verla.
-¿Siempre eres tan espontánea?
Paula se encogió de hombros.
-Tengo mis momentos. Curiosamente, comprar esta casa y venirme a vivir aquí fueron dos de los más sorprendentes.
-Ya. Esperaba que fueras una persona de carácter impetuoso.
¿Esperaba? Debía haber querido decir «imaginaba».
-Hablame de Laura -dijo Pedro entonces.
-¿De Laura? Es tremenda, ¿Verdad? Pero es demasiado joven para tí.
-Oye, que yo no... ¿Y qué edad crees que tengo?
Paula inclinó a un lado la cabeza, examinándolo en silencio.
-No sé... si digo que unos cuarenta seguramente me tirarás la cerveza a la cara -contestó por fin-. Y si digo que tienes veintinueve, como yo, te echarás a mis pies. Así que, entre una y otra edad.
-Has acertado. Pero no tengas miedo, Paula, nunca te tiraría una cerveza a la cara. Tengo demasiada sed.
-¿He elegido una buena?
-Es estupenda -contestó él, moviendo la botella.
-¿De verdad?
-De verdad. Es buenísima.
-Ah... estoy empezando a preguntarme si debajo de ese aspecto de hombre tranquilo bebedor de cerveza no se esconderá un chico martini.
En realidad, le gustaba la idea de que Pedro fuese un bebedor de cerveza y no de martini o de vodka. Le daba una cualidad más... real, más masculina incluso. Especialmente ya que, por primera vez desde que llegó a Port-sea, disfrutaba tomando una cerveza como lo haría cualquier otra chica de su edad.
-¿Se puede saber qué es un chico martini?
-Un nombre que lleva vaqueros Diesel y unos mocasines de doscientos dólares para desbrozar el jardín -sonrió Paula, señalando sus zapatos.
Por un momento, le pareció que Pedro se ponía colorado. Pero ella sabía mejor que nadie que la ropa no hacía a un hombre. Un tipo con un estupendo traje de chaqueta de Armani podía ser el mayor villano del planeta. Y con el dinero que ella ganaba vendiendo un solo retrato, podía comprar accesorios de Salvatore Ferra-gamo, los más caros del mundo. Pero eso no significaba nada. Eso no decía nada de una persona.
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