Paula arrancó, prometiéndose a sí misma terminar El gran azul y dejar que Pedro limpiase la maldita maraña de maleza sin recordar cómo había visto la puesta de sol con él abrazándola por detrás. Llevaba todo el día intentando no encontrarse con Pedro. Aunque no era fácil. Sólo se vieron durante la hora del almuerzo, pero estuvo todo el día pensando en él. De alguna forma, quizá por fuerza de voluntad, El gran azul parecía haber dado un salto adelante. Inclinó a un lado la cabeza, jugó con la brocha y empezó a canturrear. Nada en particular, una melodía que le resultaba conocida. Porque, aunque no fuera la mejor paisajista de la historia, aquel cuadro empezaba a parecer... algo.
-Bright eyes -oyó la voz de Pedro.
-¿Eh?
-La canción que estás cantando es Bright eyes, de Simón & Garfunkel.
-¿Y?
-Llevas horas canturreándola.
-¿Ah, sí? No me había dado cuenta.
-¿Te ocurre algo? -preguntó él entonces.
Paula no contestó. En lugar de eso se dió la vuelta y siguió pintando.
-Mi padre solía cantarme esa canción cuando era pequeña -dijo por fin-. Me pidió que le diera un retrato mío cuando tenía siete años para poder llevárselo con él cuando iba de viaje.
Pedro se acercó a la tela y vió, asombrado, el rostro que le había parecido ver una vez. No había duda: la boca, la nariz recta, el pelo rubio y los ojos tristes. Era ella.
-Vaya. Es estupendo.
-Le dí mi autoretrato, enmarcado, el día que cumplió cuarenta años. Sigue siendo mejor que el cuadro por el que gané el premio Archibald. Pero cuando se marchó, mi padre dejó el cuadro en casa. No se lo llevó con él. Eso me dolió tanto que no había vuelto a pintar un retrato mío desde entonces... hasta ahora.
-Eres tú, sí -murmuró Pedro.
-¿Tú qué crees que significa?
-Los seres humanos hacemos cosas raras para librarnos del dolor o de la pena.
-Sí, es cierto. Tú viniste a vivir aquí cuando tu hermana murió, ¿No?
-Sí.
-¿Por qué?
-Cuando Melina murió, yo estaba al otro lado del mundo intentando convencer a un especialista canadiense para que fuese a Sidney a tratarla. Murió de la mano de una enfermera que sólo llevaba tres días en casa. Cuando volví a Sidney, mi hermana estaba muerta... y entonces empecé a plantearme mi vida. Porque la que había vivido hasta entonces ya no tenía sentido para mí. Así que lo dejé todo, me mudé a la playa y aquí estoy.
A Paula se le encogió el corazón. No sabía qué decir. ¿Qué iba a decirle, que entendía que hubiera salido corriendo porque eso mismo era lo que ella había hecho?
-Y venirme a vivir aquí es la mejor decisión que he tomado en toda mi vida.
«Como podría ser la mejor decisión de la tuya», parecían decir sus ojos.
-Esta casa es un sitio sin recuerdos para mí -murmuró Paula-. Eso era lo que buscaba.
-La cuestión es, ¿por qué ahora? ¿Por qué no te salió El gran azul cuando estabas casada con... Fernando?
-No tengo ni idea. Mi padre y Fernando no se conocieron nunca, aunque podrían haber sido amigotes. Anticuados, machistas, sufriendo la crisis de los cuarenta... Podrían haber pertenecido al mismo club. Y yo sería su mascota.
-Dicen que las chicas buscan hombres que se parecen a sus padres.
-Sí, es posible. Y yo, desde luego, he caído en esa trampa.
-No seas tan dura contigo misma. Perder a alguien así puede dejar una marca terrible en una persona. No es fácil olvidarlo, ¿No?
-Quizá no debería ser fácil. Quizá perdonar debería ser difícil. Porque entonces al menos sabes que es real.
-Sí, lo es. Y terapéutico -sonrió Pedro-. Desde luego, yo llevo días mirando ese cuadro y no sé cómo has podido hacer que esas manchas azules se conviertan en un retrato. Eres una pintora estupenda, Chaves.
-Gracias.
-Pero hay una cosa...
-¿Sí?
-¿Siempre has sido tan azul?
Paula soltó una carcajada.
-Idiota.
-Oye, que no soy yo el que tiene la cara azul. ¿Has sido exploradora en el Ártico o es que sientes el frío más que los demás? A lo mejor siempre has tenido el secreto sueño de ser un pitufo.
-No digas bobadas...
-¿Yo?
Estaba sonriendo. Pero no era una sonrisa burlona, era una sonrisa comprensiva, casi compasiva. Y entonces, de repente, tomó su mano y la besó. Dejando una marca que, Paula temía, no sería capaz de borrar nunca.