Vió, en los grandes ojos de ella, sorpresa y algo más. Paula tenía otra vez la respiración acelerada, y Pedro deseó que fuese por la misma razón por la que él había perdido el aliento: por la atracción que sentía por ella, que no era capaz de ignorar por mucho que lo intentase y por muchas razones que se diese a sí mismo. Sin poder evitarlo, la besó. La boca de Paula era fresca, y estaba húmeda por las gotas de agua. Era dulce y suave. Con las manos enterradas en su pelo, Pedro la acercó más hacia sí para que el contacto entre sus labios fuese más firme, y ella ladeó la cabeza para profundizar el beso. A él le latía el corazón con fuerza, y la sangre que hervía en sus venas le disparó el deseo. Con la lengua, recorrió el borde de sus labios y ella inmediatamente los abrió. Pedro acarició los dulces recovecos de la boca de Paula. Sentía que estaba a punto de incendiarse, pues las camisas mojadas le dejaban sentir el calor de la piel de Taylor cuando ella se estrechaba contra él, y su respuesta lo volvió loco. No sabía si podría detenerse.
A Paula la consumió la pasión en cuanto él le apartó suavemente el pelo de la cara. ¿Por qué era tan dulce con ella? No era capaz de resistirse a aquello. Si él hubiese mantenido las distancias, ella estaría ahora tranquila. Pero el suave y delicado tacto de las manos de Mitch en su pelo fue su perdición. A Taylor le ardía la piel, y el corazón le latía con violencia. Él era fuerte, masculino y seductor. Y muy romántico. Sentir su boca, el contacto de sus fuertes dedos y la firmeza de su torso sobre sus pechos era tan maravilloso como se había imaginado. No quería que él parase, pero en aquel momento él se apartó. La respiración de Pedro era irregular, igual que la de ella. La miró con ardor.
—Besas como una mujer —le dijo.
Aquello sirvió para que la herida que la había atormentado durante diez años desapareciese.
—Gracias, Pedro. Es un elogio viniendo del vaquero más solicitado de Texas.
—Ya no —dijo él al tiempo que la soltaba y salía del agua—. Me aparté de todo aquello —añadió ofreciéndole la mano para ayudarla a salir del agua.
Paula aylor sintió una punzada de dolor en el corazón al oír aquellas palabras. Eran un recordatorio de lo que él había sufrido, y podía comprenderlo porque sabía lo doloroso que había sido cuando Pedro la dió de lado. Volver a pasar de nuevo por todo ello sería una estupidez, así que tomaría sus palabras, y el beso, como una ofrenda de paz.
—Creo que ahora estamos en paz —dijo ella intentando dar firmeza a su voz.
—Sí —dijo él pasándose la mano por el pelo mojado.
Pero ¿No le estaban temblando los dedos? Paula pensó que no podía ser: Pedro era un hombre sereno y tranquilo. Sería su imaginación.
Paula estaba de pie en medio del charco que había hecho el agua que chorreaba de sus vaqueros, y miró su aspecto: la blusa era prácticamente transparente. Se sintió avergonzada y empezó a ponerse colorada. Se separó la blusa mojada, en la medida de lo posible, del cuerpo, y escurrió su parte inferior para disimular el temblor de sus manos.
—Se acabó el recreo —dijo ella.
—Tienes razón.
—Yo tengo que poner en marcha un negocio y tú un rodeo.
—Sí. —No sería muy inteligente por nuestra parte dejarnos llevar.
—No te lo discuto —dijo Pedro—. No debemos divertirnos demasiado.
Paula pensó irritada que él no tenía por qué estar de acuerdo con ella.
—Voy por unas toallas. La lavandería está allí —le dijo señalando una puerta a la izquierda.
—Gracias.
¿Era aquello todo lo que él tenía que decir tras el apasionado beso? De repente, furiosa, se preguntó qué veían las mujeres en los hombres fuertes y reservados. Ella prefería a los hombres que expresasen sus sentimientos. No necesitaba jugar a las adivinanzas.
—Paula.
—¿Sí? —dijo mirándolo por encima del hombro.
—Esta tarde voy a la ciudad.
—No hace falta que me informes de tus idas y venidas.
—Probablemente no vuelva para la hora de la cena.
—Gracias por avisarme —dijo ella, y la furia que sentía dió paso a la decepción.
Tenía que esforzarse por no sentir nada. Sin volverse a mirarlo, Paula se dirigió a la casa. Al igual que diez años atrás, lo dejó junto a la piscina, solo que esta vez él había sido quien la había besado. Entonces, ¿Por qué no se sentía mejor?
Después de arreglarse, Pedro se fue a Destiny. Su excusa era que el rodeo no podía esperar, que tenía que ver a su viejo amigo, el sheriff Gabriel O'Connor para tratar una serie de temas, pero en el fondo sabía que aquella escapada la provocaba lo que había sentido después de besarla, el hecho de que le habría gustado abrazarla de nuevo y continuar donde lo habían dejado. Eso era precisamente lo que quería evitar. Estacionó la camioneta delante de la oficina del sheriff y entró.
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