Paula lo creyó. Quizá porque lo necesitaba, pero lo creyó.
—¡Gracias! —dijo ella arrojándose a sus brazos y besándolo en la mejilla—. Gracias.
—De nada —dijo él con alegría en la voz.
Paula cerró los ojos por un momento y disfrutó de su contacto. Era arriesgado, sobre todo porque él encajaba en la categoría de hombre dulce y considerado por la que sentía tanto recelo. Pero no pudo evitarlo. Entonces sintió que Pedro la apretaba con más fuerza contra él.
—¿Qué dirán los vecinos? —dijo ella zafándose de sus brazos.
—Probablemente nada, ya que los más cercanos ni siquiera están a la vista.
—Sí, claro —dijo ella apartándose y metiéndose las manos en los bolsillos—. Bueno, repito que estoy muy agradecida.
—Me alegra poder ayudarte —contestó él.
Comenzaron a caminar en silencio. Según se acercaban a la piscina, Paula se dió cuenta de que Pedro cojeaba más que antes.
—¿Estás bien?
Él asintió.
—Solo está un poco rígida. Esa era otra razón por la que salí a buscarte: necesitaba caminar un poco.
Paula se quitó las botas para no ensuciar el borde de la piscina y se detuvo junto a la puerta que daba a la cocina. Dejó las botas junto a una alfombrilla. Observó a Pedro, que se había quedado mirando el agua, y vio algo en su expresión que le tocó el corazón. Volvió y se detuvo junto a él.
—Debiste pasarlo muy mal cuando tuviste el accidente. Tampoco debió de ser fácil tomar la decisión de dejar el rodeo —le dijo mirándolo.
—Considerando las alternativas, fue fácil.
—De todos modos, eras muy joven. Me imagino que ella se quedó contigo hasta que saliste del hospital.
—No me acuerdo —dijo él con una sombría expresión.
—Sé que nunca lo admitirías, pero debiste estar asustado.
—Tienes razón.
—¿Estuviste asustado?
Él negó con la cabeza.
—Nunca lo admitiría.
—No siempre tienes que ser el tipo duro que se lo calla todo.
—No estoy siendo nada. Pero creo que lo que no te mata te hace más fuerte.
Paula se agachó para meter la mano en el agua.
—Está bien —dijo poniéndose de pie de nuevo—. No está demasiado fría, y el jacuzzi puede mejorar la rigidez de tu pierna...
De repente, Pedro la tomó en brazos.
—¿Qué haces?
—Un ajuste de cuentas.
Sin enfado. Paula movió la cabeza.
—¿No hemos pasado ya por esto? Si no me tiraste en su momento, no creo que lo vayas a hacer ahora, Pedro Alfonso.
Pedro sonrió de forma malévola mientras caminaba hacia el lado profundo de la piscina.
—No te atreverás —le avisó ella.
—Nunca he podido resistirme a un atrevimiento —dijo él.
Y cuando quiso darse cuenta, Paula había caído al agua.
Pedro vió a Paula salir a la superficie. No estaba muy seguro de por qué la había tirado; quizá había sido un intento de borrar la tristeza que vió en sus ojos al contarle lo de su pierna. Desde que era niño, todo el mundo lo había mirado con la misma expresión de tristeza, porque era un niño al que nadie quería. Pero no toleraría que nadie sintiese lástima por él. Desde que había vuelto a Destiny, lo había perseguido la necesidad de hacer las paces con su pasado; otra sensación que no lo abandonaba era que Paula trabajaba demasiado y necesitaba un poco de diversión en su vida.
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