martes, 19 de diciembre de 2017

Irresistible: Capítulo 27

La ayudante del sheriff, Laura Johnson, estaba en la recepción.

—¿En qué puedo ayudarlo? —le preguntó.

—Vengo a ver a Gabriel O'Connor.

—¿Me dice su nombre?

—Pedro Alfonso.

—Le  diré  que  está  aquí  —dijo  descolgando  el  teléfono—.  Sheriff,  ha  venido  a  verlo Pedro Alfonso...  Sí, señor.

—Puede usted pasar —le indicó.

—Gracias —dijo.

Pedro caminó por el pasillo asomándose a los despachos hasta que vió una cara familiar.

 —Gabriel—saludó entrando.

 Su amigo no estaba solo. Una mujer alta, morena y de ojos verdes estaba con él.

—Hola, Pedro—dijo Gabriel poniéndose de pie para estrecharle la mano—. ¿Te acuerdas de Melisa Mae Arbrook?

 Pedro estrechó  la  mano  de  Gabriel  y  después  miró  a  la  mujer  intentando  hacer  memoria.

—Melisa Mae.

—No  me  recuerdas,  ¿Verdad?   —preguntó  ella  sonriendo  y  haciendo  un  mohín—. Arbrook es mi apellido de casada, aunque ahora estoy divorciada —añadió de forma significativa—. Mi apellido de soltera era Alien.

—Ha pasado mucho tiempo —dijo él recordando vagamente.

Había mantenido una corta relación con ella en el instituto, antes de salir con Camila—. ¿Cómo estás?

—Bien. Trabajo en la cafetería Road Kill.

—¿Cómo te va, Gabriel?

 —No me puedo quejar.

 El sheriff era alto, más o menos como él y llevaba el pelo cortado al cero. Sus ojos azules miraron divertidos a Pedro.

—Pues debería quejarse  —dijo  Melisa  Mae—.  Le  he traído un  sándwich  porque  siempre  se  salta  la  comida. 

Entre sus obligaciones como sheriff,  el  dirigir  el  rancho y el ser el papá de dos encantadoras gemelas de nueve años, el pobre hombre no da abasto.

—Creo que  te  vendría bien un poco de ayuda  —comentó Pedro. 

Resultaba  obvio que Melisa Mae intentaba encargarse de ello.

—Estoy bien así —dijo Gabriel.

 —¿Y tú? —preguntó Melisa Mae acercándose a Pedro.

El olor de su perfume era fuerte y cuando se acercó lo hizo toser.

—No me puedo quejar —dijo Pedro.

—¿Estás casado?

 Él negó con la cabeza. Cuando vió que los verdes ojos de Melisa brillaron con interés, se arrepintió por decir la verdad con tanta facilidad.

—Pues debes de sentirte  muy  solo  —comentó  ella— a pesar  de que  estés  en  casa de Paula Chaves.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó Pedro.

Melisa se encogió de hombros y se miró sus grandes pechos.

—Esta es una ciudad pequeña.

 Sonó el teléfono y Gabriel contestó inmediatamente.

—Sheriff O'Connor, dígame. Sí, se lo diré. Miró a Melisa mientras colgaba el auricular.

—Carla dice que te des prisa en volver a la cafetería.

Melisa tomó a Pedro del brazo y le sonrió de forma provocadora.

 —Mi turno termina a las ocho —le dijo.

—¿Sí? —contestó él.

Sabía qué sería lo siguiente.

—Podemos quedar.  Quiero saber  todo  lo  que  has  hecho en  los  últimos  diez  años; después quizá podamos retomar las cosas donde las dejamos en el instituto.

El  recuerdo  del  beso  con  Paula cruzó  por  su  mente,  envolviéndolo  en  su  sensualidad.

—No me ha pasado nada interesante hasta hoy —dijo él.

Melisa creyó que se estaba refiriendo a ella y sonrió.

 —Todo eso podría cambiar  —le  dijo—.  Me  han  dicho  que  sé  hacer  pasar  un  buen rato a un hombre.

Pedro estaba considerando aceptar la oferta cuando dos alegres ojos castaños y unos labios carnosos y sonrientes se dibujaron en su mente.

—Tengo otros planes —dijo mirándola—. Pero gracias por la invitación.

—Mucho trabajo y  poca  diversión —dijo  ella—.  Tengo que marcharme,  pero  piénsatelo. Si cambias de opinión, ya sabes dónde estoy. Adiós, Gabriel.

Gabriel se aclaró la garganta.

—Tendrías que  estar sordo,  ciego  y  mudo  para  no  darte  cuenta  de  que  te  recibiría con los brazos abiertos —dijo,  irónicamente.

—Me he dado cuenta —dijo Pedro—. Pero no...

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