La ayudante del sheriff, Laura Johnson, estaba en la recepción.
—¿En qué puedo ayudarlo? —le preguntó.
—Vengo a ver a Gabriel O'Connor.
—¿Me dice su nombre?
—Pedro Alfonso.
—Le diré que está aquí —dijo descolgando el teléfono—. Sheriff, ha venido a verlo Pedro Alfonso... Sí, señor.
—Puede usted pasar —le indicó.
—Gracias —dijo.
Pedro caminó por el pasillo asomándose a los despachos hasta que vió una cara familiar.
—Gabriel—saludó entrando.
Su amigo no estaba solo. Una mujer alta, morena y de ojos verdes estaba con él.
—Hola, Pedro—dijo Gabriel poniéndose de pie para estrecharle la mano—. ¿Te acuerdas de Melisa Mae Arbrook?
Pedro estrechó la mano de Gabriel y después miró a la mujer intentando hacer memoria.
—Melisa Mae.
—No me recuerdas, ¿Verdad? —preguntó ella sonriendo y haciendo un mohín—. Arbrook es mi apellido de casada, aunque ahora estoy divorciada —añadió de forma significativa—. Mi apellido de soltera era Alien.
—Ha pasado mucho tiempo —dijo él recordando vagamente.
Había mantenido una corta relación con ella en el instituto, antes de salir con Camila—. ¿Cómo estás?
—Bien. Trabajo en la cafetería Road Kill.
—¿Cómo te va, Gabriel?
—No me puedo quejar.
El sheriff era alto, más o menos como él y llevaba el pelo cortado al cero. Sus ojos azules miraron divertidos a Pedro.
—Pues debería quejarse —dijo Melisa Mae—. Le he traído un sándwich porque siempre se salta la comida.
Entre sus obligaciones como sheriff, el dirigir el rancho y el ser el papá de dos encantadoras gemelas de nueve años, el pobre hombre no da abasto.
—Creo que te vendría bien un poco de ayuda —comentó Pedro.
Resultaba obvio que Melisa Mae intentaba encargarse de ello.
—Estoy bien así —dijo Gabriel.
—¿Y tú? —preguntó Melisa Mae acercándose a Pedro.
El olor de su perfume era fuerte y cuando se acercó lo hizo toser.
—No me puedo quejar —dijo Pedro.
—¿Estás casado?
Él negó con la cabeza. Cuando vió que los verdes ojos de Melisa brillaron con interés, se arrepintió por decir la verdad con tanta facilidad.
—Pues debes de sentirte muy solo —comentó ella— a pesar de que estés en casa de Paula Chaves.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó Pedro.
Melisa se encogió de hombros y se miró sus grandes pechos.
—Esta es una ciudad pequeña.
Sonó el teléfono y Gabriel contestó inmediatamente.
—Sheriff O'Connor, dígame. Sí, se lo diré. Miró a Melisa mientras colgaba el auricular.
—Carla dice que te des prisa en volver a la cafetería.
Melisa tomó a Pedro del brazo y le sonrió de forma provocadora.
—Mi turno termina a las ocho —le dijo.
—¿Sí? —contestó él.
Sabía qué sería lo siguiente.
—Podemos quedar. Quiero saber todo lo que has hecho en los últimos diez años; después quizá podamos retomar las cosas donde las dejamos en el instituto.
El recuerdo del beso con Paula cruzó por su mente, envolviéndolo en su sensualidad.
—No me ha pasado nada interesante hasta hoy —dijo él.
Melisa creyó que se estaba refiriendo a ella y sonrió.
—Todo eso podría cambiar —le dijo—. Me han dicho que sé hacer pasar un buen rato a un hombre.
Pedro estaba considerando aceptar la oferta cuando dos alegres ojos castaños y unos labios carnosos y sonrientes se dibujaron en su mente.
—Tengo otros planes —dijo mirándola—. Pero gracias por la invitación.
—Mucho trabajo y poca diversión —dijo ella—. Tengo que marcharme, pero piénsatelo. Si cambias de opinión, ya sabes dónde estoy. Adiós, Gabriel.
Gabriel se aclaró la garganta.
—Tendrías que estar sordo, ciego y mudo para no darte cuenta de que te recibiría con los brazos abiertos —dijo, irónicamente.
—Me he dado cuenta —dijo Pedro—. Pero no...
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