—Por supuesto, te pagaré por la habitación y la comida —dijo.
—Ni se te ocurra —replicó inmediatamente ella negando con la cabeza.
—Supongo que no servirá de nada insistir —dijo él viendo la testaruda expresión de su cara.
—Así es.
—En ese caso, será un placer prestarme para la campaña de publicidad, señorita, si todo sale bien.
—Me parece justo —dijo ella alargando la mano—. Bienvenido al Círculo S, compañero.
Al día siguiente, Paula miraba a Pedro mientras éste dejaba un par de bolsas de viaje en el cuarto de estar. Él le sonrió de forma burlona, y ella sintió que algo le oprimía el pecho, un nudo se le formaba en el estómago y las rodillas se le debilitaban. Pedro era muy masculino. Llevaba unos gastados pantalones vaqueros que se ajustaban a sus musculosas y largas piernas, y las mangas enrolladas de la camisa revelaban unas muñecas fuertes. El brillo de sus ojos suavizaba la dureza de su cara, pero de ninguna manera disminuía el efecto que tenía sobre sus sentidos femeninos. ¿En qué habría estado pensando cuando aceptó su plan con tanta facilidad? No se había resistido lo más mínimo. ¿Y por qué estaba allí para recibirlo? Sobre todo después de haber pasado la larga noche en vela, repasando mentalmente todas las cosas que podían salir mal, empezando por la aparentemente imperecedera atracción que sentía por él. La respuesta le vino enseguida; ahora se dedicaba al negocio de la hostelería. Tenía que recibir a sus huéspedes con una sonrisa y con palabras amables de bienvenida. Si quería ganarse la buena opinión de Pedro, tenía que ser la más hospitalaria.
—Voy a tu camioneta a recoger el resto de las cosas —se ofreció.
Pedro la miró con sus brillantes ojos azules.
—Primero: un buen caballero de Texas nunca deja que una señorita cargue con su equipaje; segundo: este es todo mi equipaje.
Paula apoyó una mano sobre la cadera mientras lo estudiaba.
—Primero: llevar el equipaje de mis huéspedes está incluido en el servicio —dijo ella imitando su tono de voz—; segundo: no puedo creer que alguien viaje con tan poco equipaje.
Pedro se encogió de hombros.
—Así es como lo hacen los vaqueros —dijo él.
Pero una sombra oscura nubló el seductor brillo de sus ojos, y Paula se preguntó qué habría recordado.
—De acuerdo. Sígueme, te enseñaré tu habitación.
Él recogió de nuevo las bolsas y la siguió.
—Hay cuatro habitaciones en el edificio principal, y otras cuatro, que estamos pintando, adyacentes al barracón —le explicó deteniéndose al final de las escaleras—. Esta zona común de aquí es el cuarto de estar del segundo piso; hay en ella televisión, vídeo y videoteca. El mobiliario es nuevo y cómodo, espero. Tendrás que probarlo y decirme qué te parece.
—Lo haré.
—Este es el dormitorio principal —dijo ella señalando una puerta abierta a su izquierda—. Es el más grande, así que será el más caro. Lo he decorado yo, y Florencia Benson hizo la colcha y los cojines a juego con las cortinas.
—¿Aún vive aquí Florencia?
Paula lo miró de reojo. ¿Acaso había estado con todas las chicas de la ciudad? se preguntó. Pero aunque así fuese, no era asunto suyo.
—Sí. Tiene una tienda estupenda en el centro de Destiny, y gana el dinero suficiente como para vivir bien ella y su hija.
—¿Tiene una hija?
—Sí, de nueve años.
—Siempre me gustó Florencia—comentó Pedro.
Una extraña sensación oprimió el pecho de Paula. Deseó que no fuesen celos.
—¿A tí? —dijo ladeando la cabeza mientras lo miraba—. Creía que no te gustaba nadie —añadió intentando que su tono fuese burlón.
—Por favor, que no se entere nadie, tengo que mantener mi reputación.
—De acuerdo —dijo ella irónicamente—. «Discreción» es mi apellido.
Pedro pasó junto a ella y se asomó a la habitación.
—Es bonita —comentó.
—Gracias. Deja que te enseñe el resto —dijo ella continuando por el pasillo—. La parte trasera de la casa tiene un balcón, y todas las habitaciones del piso de arriba tienen acceso a él.
Pedro asintió.
—Impresionante. Siempre me pregunté qué aspecto tendría el segundo piso.
—¿Nunca lo viste? —preguntó Paula.
—¿Bromeas? A tu padre solo le faltaba estar con una escopeta al pie de las escaleras.
—Estás exagerando.
—De acuerdo.
Pero Paula percibió que no la creía. La entristecía que su padre nunca llegara a darse cuenta de lo equivocado que había estado con Pedro. Abrió la puerta de la habitación de la izquierda.
—Esta es la habitación más pequeña, pero a mí me parece cómoda y encantadora; la cama es doble, y hay sitio para una otomana y una silla en aquel rincón.
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