Pedro sabía que Paula estaba actuando de forma extraña. Finalmente se dió cuenta de que era porque no estaba segura de si él recordaba que lo había empujado a la piscina diez años atrás, así que ahora podían jugar los. Dobló las rodillas y bajó los brazos repentinamente, como si fuese a soltarla. Ella gritó y se agarró a él. A Pedro le gustaba la forma en que Paula le rodeaba el cuello con sus brazos. Pero, sobre todo, le gustaba sentirla apretada contra él; era dulce y femenina, y tenía unas curvas perfectas, incluyendo sus pechos. Estos eran nuevos para él, pues la última vez que la vio, cuando se lanzó contra él y lo besó, estaba más lisa que una tabla. Tragó saliva y miró su cara, admirando aquellos grandes y bonitos ojos castaños. Y su boca, tan cercana. Lo único que tenía que hacer era inclinarse hacia delante un poco y robarla un beso.
—¿Puedo hacerte una pregunta? —dijo él.
No podía resistirse a mantenerla suspendida un poco más.
—¿Qué? —dijo ella mirando el agua antes de mirarlo a él.
—Si aquella noche hubieses sabido que había descubierto a tu hermana y a Diego juntos, ¿Me habrías empujado de todos modos a la piscina?
—Sí —dijo ella sin dudarlo—. Te lo tenías merecido. Te portaste muy mal conmigo.
Los recuerdos de la única vez en su vida que había sido casi completamente feliz volvieron a apoderarse de Pedro. Camila, su primer amor; la chica con la que todos querían estar y que él pensaba que era suya hasta que la encontró con Diego. Aquello lo destrozó. Perdió la cabeza y pegó a Diego hasta que Camila consiguió apartarlo. Después, furiosa, le dijo que no quería volver a verlo. Ellos se marcharon y él se fue a la piscina a pensar, sintiéndose engañado, furioso y queriendo hacerle a otra persona tanto daño como le habían hecho a él, y así es como se lo encontró Paula. Ella le había dicho que lo amaba y lo besó inocentemente. Pedro arremetió contra la única persona que le había dado amistad. Pasó mucho tiempo hasta que se arrepintió de aquello y del hecho de no haber tenido la oportunidad de contarle a Camila la verdad sobre Diego antes de que se casasen. Cuando éste murió, ya no tuvo sentido. Se encontró con la mirada de Paula.
—Tienes razón, no era buena compañía aquella noche, pero intenté avisarte.
—Éramos amigos, y los amigos intentan ayudarse cuando surge un problema. Yo no abandono a la gente por la que me preocupo.
—¿Te preocupabas por mí?
—Sí.
Pedro sintió que los pechos de ella estaban apretados contra él; las estilizadas caderas y la estrecha cintura estaban apoyadas contra su estómago, y su dulce respiración le abanicaba la cara. También se dió cuenta de que pensar era una cosa, pero actuar en consecuencia sería una estupidez.
—Por cierto —dijo ella agarrándolo con fuerza— ¿Te importaría dejarme en el suelo?
Claro que sí le importaría. Cuando la miró a los ojos, vió una preocupación que estaba seguro de que no tenía nada que ver con caer a la piscina. ¿Qué la preocupaba? ¿Y por qué lo molestaba que ella estuviese preocupada?
—Aún no he decidido dónde dejarte —dijo sinceramente.
Ella se agarró con más fuerza aún.
—¿Has cambiado de opinión sobre lo de no ver o hablar con nadie que se apellide Chaves?
—¿Cómo? —preguntó él.
No tenía ni idea de qué estaba hablando.
—La noche que te empujé a la piscina me dijiste que no querías tener nada que ver con Jen o conmigo porque...
—Porque te apellidabas Chaves—terminó él.
Pedro se había olvidado de aquello, pero Paula no. Obviamente le había hecho mucho daño. ¿Habría sido él su primer amor?
—Para contestar a tu pregunta —dijo él— no me importa ser amigo de cualquiera. La amistad pura es algo muy bonito.
—¿Pura? —preguntó ella.
—Sí, me refiero a cuando a alguien le gustas por tí mismo, no por lo que puedas hacer por él.
Camila había sido su primera lección. Ella lo quería porque su padre no lo aprobaba. En el circuito, las mujeres se le acercaban porque ganaba mucho dinero y era famoso. Lo que Paula quería era que se celebrase el rodeo en su rancho para dar publicidad al rancho de vacaciones. Lo único que la diferenciaba de las demás es que ella había sido sincera. Sería un idiota si se dejase atraer por ella. Nadie se había interesado nunca por él. ¿Por qué iba a ser ella distinta?
—Sé cómo funciona el mundo real —dijo dejándola en el suelo—. Ya no soy un niño.
—Yo tampoco —dijo ella alejándose.
Tomó aire y suspiró.
—¿Sabes lo que pesan unos vaqueros empapados? —le preguntó Pedro—. ¿Y unas botas llenas de agua? Podría haberme ahogado.
—Te merecías eso y más después de lo que me dijiste. Había niños alrededor de la piscina —le dijo—y se rieron cuando...
—¿Qué?
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