¿Acaso estaban destinados a hacer negocios mutuamente con un cebo? ¿Acaso era aquella la forma de llevar un rodeo? Deseaba simplemente poder decirle que la avisara cuando hubiese tomado una decisión, pero había llegado demasiado lejos como para echarse atrás.
—Iba a decir que una promoción por parte de un campeón de rodeo famoso ayudaría bastante a correr la voz —dijo enarcando una ceja—. Una persona como tú atraería la atención incluso de las personas que no van a los rodeos.
—¿Publicidad gratuita? —preguntó él, aunque empezaba a sonreír y aquello hizo que Taylor también sonriese.
—Una chica tiene que hacer lo que tiene que hacer. No me licencié en Dirección de Ranchos para nada.
¿Cómo puede salir mal algo que es gratis? Estaban llegando a la piscina y al jacuzzi que ella había instalado. Tenía sentido que los huéspedes quisiesen relajarse y refrescarse después de un acalorado y polvoriento paseo a caballo. Su idea era atraer a los huéspedes con la experiencia del rancho al mismo tiempo que les ofrecía todas las comodidades de una casa. Desgraciadamente la visión de la piscina la hizo sentirse incómoda. ¿Lo ayudaría a recordar lo que ocurrió hace diez años? Si hubiese estado atenta, habría estacionado al otro lado de la casa, pero desde que estaba él allí no había tenido un solo pensamiento coherente. Ojalá él no se fijase en la piscina. A medida que se acercaban, ella se puso entre él y la piscina y deseó ser más alta para taparle la vista. Paula señaló en la dirección contraria.
—Mira qué nubes. ¿Crees que habrá tormenta?
Él se dió la vuelta para ver de qué estaba hablando y volvió a mirarla a ella.
—No lo creo, son nubecillas muy pequeñas.
Mientras continuaban andando, ella le señaló otra cosa para enseñarle.
—Quiero plantar flores allí —dijo ella esperando distraerlo. Un poquito más lejos y llegaría a casa a salvo—. Para darle color al rancho.
Pedro la miró.
—Muy bien.
—Y allí —dijo señalándole un punto vacío junto a la casa—, estoy pensando en hacer un huerto.
—¿Todo eso en tu abundante tiempo libre?
—¿Por qué no?
—¿Desde cuándo eres granjera? —le preguntó sorprendido.
—Haré lo que sea y me convertiré en lo que haga falta para que esto funcione. Si yo puedo evitarlo, nadie que no sea mi familia pondrá las manos en este rancho.
—Tu determinación es digna de admiración —dijo él deteniéndose junto a la piscina. Miró al agua cristalina y cuando se encontró de nuevo con su mirada, vió un brillo de algo en sus ojos—. Pero incluso aunque elija otro lugar, tus ideas son buenas. No deberías tener ningún problema en atraer turistas.
—No con la suficiente rapidez —dijo ella.
—¿Qué quieres decir?
Mientras hacía la pregunta, Pedro miró por encima de su hombro al agua. Cuando Paula volvió a verle los ojos, la expresión que vió en ellos la hizo temblar. Ella lo tocó en el brazo para volver a tener su atención, pero el calor del fuerte antebrazo de Pedro calentó la piel de su mano y atrajo la atención de ella. Rápidamente retiró la mano como si se hubiese quemado. En cierto sentido era lo que había ocurrido.
—Si no sale bien este año, el siguiente funcionará, o el siguiente —le dijo él.
Paula negó con la cabeza.
—Dispongo de un año, después mi capital se habrá terminado. El rancho tiene que estar pagando sus propios gastos para entonces. Tengo un presupuesto publicitario limitado, y esta sería la mejor forma de que la gente se enterase.
—Ya veo —dijo él volviendo a mirar la piscina de nuevo—. No recuerdo esta piscina.
Ella quería decirle que se olvidara de ese tema pero no lo hizo. Tenía la sospecha de que él acababa de recordarlo todo.
—Es nueva —dijo ella—. ¿Vas a darme el contrato a mí?
—El rancho cumple todos los requisitos —comentó él. De repente sonrió—. Pero no quisiera meterme en nada de cabeza antes de tener todos los datos.
Paula tragó saliva.
—Los datos siempre son buenos.
—«Todos» los datos, para no hacer algo de lo que arrepentirse. No es que haya aprendido eso de tí.
Y sin avisar, la tomó en brazos como si fuese una muñeca y la sujetó por encima de la piscina.
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