martes, 5 de diciembre de 2017

Irresistible: Capítulo 10

¿Acaso  estaban  destinados  a  hacer  negocios  mutuamente  con  un  cebo?  ¿Acaso  era  aquella  la  forma  de  llevar  un  rodeo?  Deseaba  simplemente  poder  decirle  que  la  avisara  cuando  hubiese  tomado  una  decisión,  pero  había  llegado  demasiado  lejos  como para echarse atrás.

 —Iba  a  decir  que  una  promoción  por  parte  de  un  campeón  de  rodeo  famoso  ayudaría bastante a correr la voz —dijo enarcando una ceja—. Una persona como tú atraería la atención incluso de las personas que no van a los rodeos.

—¿Publicidad  gratuita?  —preguntó  él,  aunque  empezaba  a  sonreír  y  aquello  hizo que Taylor también sonriese.

—Una chica tiene que hacer lo que tiene que hacer. No me licencié en Dirección de Ranchos para nada.

 ¿Cómo puede salir mal algo que es gratis? Estaban llegando a la piscina y al jacuzzi que ella había instalado. Tenía sentido que  los  huéspedes  quisiesen  relajarse  y  refrescarse  después  de  un  acalorado y polvoriento paseo a caballo. Su idea era atraer a los huéspedes con la experiencia del rancho al mismo tiempo que les ofrecía todas las comodidades de una casa. Desgraciadamente  la  visión  de  la  piscina  la  hizo  sentirse   incómoda.  ¿Lo ayudaría a recordar lo que ocurrió  hace  diez  años?  Si  hubiese  estado  atenta,  habría  estacionado al otro lado de la casa, pero desde que estaba él allí no había tenido un solo pensamiento coherente. Ojalá él no se fijase en la piscina. A  medida  que  se  acercaban,  ella  se  puso  entre  él  y  la  piscina  y  deseó  ser  más  alta para taparle la vista. Paula señaló en la dirección contraria.

—Mira qué nubes. ¿Crees que habrá tormenta?

 Él se dió la vuelta para ver de qué estaba hablando y volvió a mirarla a ella.

—No lo creo, son nubecillas muy pequeñas.

Mientras continuaban andando, ella le señaló otra cosa para enseñarle.

—Quiero plantar flores  allí  —dijo  ella esperando  distraerlo.  Un  poquito  más  lejos y llegaría a casa a salvo—. Para darle color al rancho.

Pedro la miró.

—Muy bien.

—Y allí —dijo señalándole un punto vacío junto a la casa—, estoy pensando en hacer un huerto.

—¿Todo eso en tu abundante tiempo libre?

—¿Por qué no?

—¿Desde cuándo eres granjera? —le preguntó sorprendido.

—Haré lo que sea y me convertiré en lo que haga falta para que esto funcione. Si yo puedo evitarlo, nadie que no sea mi familia pondrá las manos en este rancho.

—Tu  determinación  es  digna  de  admiración  —dijo  él  deteniéndose  junto  a  la  piscina. Miró al agua cristalina y cuando se encontró de nuevo con su mirada, vió un brillo  de  algo  en  sus  ojos—.  Pero  incluso  aunque  elija  otro  lugar,  tus  ideas  son  buenas. No deberías tener ningún problema en atraer turistas.

 —No con la suficiente rapidez —dijo ella.

—¿Qué quieres decir?

Mientras hacía la pregunta, Pedro miró por encima de su hombro al agua. Cuando Paula volvió a verle los ojos, la expresión que vió en ellos la hizo temblar. Ella lo tocó en el brazo para volver a tener su atención, pero el calor del fuerte antebrazo   de   Pedro calentó   la   piel  de su  mano  y  atrajo  la  atención  de  ella.   Rápidamente retiró  la  mano  como  si  se  hubiese  quemado.  En  cierto  sentido  era  lo  que había ocurrido.

—Si no sale bien este año, el siguiente funcionará, o el siguiente —le dijo él.

 Paula negó con la cabeza.

—Dispongo de un año, después mi capital se habrá terminado. El rancho tiene que  estar   pagando sus  propios  gastos  para  entonces.  Tengo  un  presupuesto  publicitario limitado, y esta sería la mejor forma de que la gente se enterase.

—Ya  veo  —dijo  él  volviendo  a  mirar  la  piscina  de  nuevo—.  No  recuerdo  esta  piscina.

Ella  quería  decirle  que  se  olvidara  de  ese  tema  pero  no  lo  hizo.  Tenía  la  sospecha de que él acababa de recordarlo todo.

 —Es nueva —dijo ella—. ¿Vas a darme el contrato a mí?

 —El  rancho  cumple  todos  los  requisitos  —comentó  él.  De  repente  sonrió—.  Pero no quisiera meterme en nada de cabeza antes de tener todos los datos.

Paula tragó saliva.

—Los datos siempre son buenos.

—«Todos» los datos, para no hacer algo de lo que arrepentirse. No es que haya aprendido eso de tí.

Y sin avisar, la tomó en brazos como si fuese una muñeca y la sujetó por encima de la piscina.

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