Pedro observó la cara de Paula. Ella seguía siendo incapaz de esconder sus pensamientos, pero en aquel momento él no sabría decir si lo que ella pensaba era: «¡Gracias a Dios!» o «¡Dios mío!» Paula tenía los ojos abiertos de par en par y la boca ligeramente entreabierta. Él aún tenía las manos alrededor de su cintura, y hacia ellas bajó Paula su mirada. Luego volvió a mirarlo a los ojos. Inmediatamente, la soltó, y los dos dieron un paso hacia atrás. Quería que ella dijese algo para así tener alguna pista sobre si estaba o no disgustada; ella se levantó el sombrero para colocarse un mechón de pelo detrás de la oreja.
—Si el campeonato se celebra en mi rancho, es lógico que tú estés allí. ¿Dónde, si no, iba a estar el presidente?
—Me refiero a instalarme de antemano para coordinarlo todo desde allí —dijo él.
—De acuerdo —contestó Paula jugando nerviosamente con el cuello de su camisa vaquera.
Pedro se fijó en aquel gesto, y vió el pulso de su cuello latir con rapidez.
—Creo que es necesario —añadió él.
—De acuerdo.
—Además, tengo algo que atender aparte del rodeo. Necesito un espacio para trabajar que tenga lo que necesito, y el motel que hay aquí no es apropiado.
—Lo entiendo —dijo ella.
—Supongo que tienes teléfono.
—Sí. Me dije que ya era hora de entrar en el siglo veintiuno e instalé uno —dijo ella irónicamente.
Él sonrió.
—¿Tienes ordenador y fax?
—El chico de la tienda me convenció para que comprase todo cuando fui por el teléfono —dijo ella sonriendo.
—Pues entonces tienes todo lo que necesito —dijo él sonriendo a su vez.
Pedro fue fijando su mirada en su cuello, donde su pulso seguía latiendo con fuerza, en su pecho, su cintura y sus piernas. Cuando volvió a mirarla a los ojos, una ola de excitación le recorría todo el cuerpo, y deseó que ella le dijese que no podía quedarse en el rancho.
—Tenemos poco tiempo, Paula—dijo volviendo a los negocios—. Tengo mucho que hacer en cuatro semanas: hay que asegurar los equipos y los suministros, y alguien tiene que ocuparse de las entregas y negociar con los vendedores. Supongo que tener que llevar el rancho mientras finalizas los planes para el turismo rural te tendrá demasiado ocupada para hacer otra cosa.
—Sí, pero...
—Además —continuó—está el tema de la publicidad para ese proyecto turístico.
—Eso es.
—Pues si quieres que promocione tu rancho, tengo que comprobarlo yo mismo —dijo él moviendo los pies nerviosamente.
—Me parece perfecto —dijo Paula cruzando los brazos y mirándolo pacientemente.
—Hay mucho trabajo que hacer, y no puedo coordinarlo todo en cuarenta y ocho horas —insistió él—. Si me ofreces hospitalidad durante unos días y lo veo todo por mí mismo, puedo darle un sincero visto bueno. Conozco a unos cuantos periodistas y puedo traer a algunas personas influyentes al campeonato; si quedan impresionados con la organización, tendrás suficientes buenas referencias para los próximos dos años por lo menos —continuó Pedro—. Si me hospedo aquí, podré hacer todo eso.
Paula sonrió.
—¿A quién estás intentando convencer?
—A tí —dijo él. «Y a mí mismo» pensó para sí.
Pedro la miró fijamente. Creía que ella se iba a negar a que se quedase en el rancho, e inconscientemente había preparado aquel discurso.
—Si tú prestas tu nombre para la publicidad, me doy por satisfecha —dijo ella sonriendo con serenidad.
¿Por qué se lo decía mirándolo e aquella forma? De repente, una imagen se introdujo en la cabeza de Pedro: ella junto a él en la cama, seductora y satisfecha. ¿Estaría cometiendo un error al mudarse a su casa? Todas las razones que le había dado para justificar su estancia en el rancho eran ciertas, pero, además, verla con Marcos Hart había hecho aflorar su instinto de protección. Estaba sola en el rancho, su familia estaba dispersa en otros lugares y él siempre se había sentido como un hermano mayor para ella. Ignoró la voz de advertencia en su interior que le decía que ella ya era una mujer adulta.
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