Pedro bebió de su cerveza.
—Es la mejor oferta que he tenido en todo el día.
—Parece que no has tenido un buen día. ¿Quieres que hablemos de ello? —le preguntó Paula.
Pedro negó con la cabeza, aunque sí deseaba hablar con ella. Demasiado apetecible y eso no le gustaba, porque compartir cosas con ella significaba meterse de cabeza en algo de lo que quizá no pudiese salir.
—¿Qué has estado haciendo tú? —le preguntó desviando así la conversación de sí mismo.
—He estado enseñando a los que he contratado. Son buenos chicos, y creo que lo harán bien. Sobre todo Gastón White. Me gustaría que se quedase aquí para siempre: trabaja duro, es divertido y emplea parte de su sueldo en montar en los toros que criamos aquí para Marcos. ¿Te suena eso?
Pedro sonrió.
—No.
Paula apoyó los brazos sobre la encimera y también sonrió.
—Mientes.
Pedro se encogió de hombros.
—¿Qué más has estado haciendo? —le preguntó.
—Fui a recoger los folletos y la publicidad, y los he mandado a las grandes agencias de viajes de todo el país.
—¿Ha llamado alguien en relación con el artículo? —le preguntó, y dió un largo trago a su cerveza.
—Mucha gente. Les he mandado una carta de agradecimiento a Brenda y a Walter —dijo Paula—. Los fines de semana de las vacaciones de verano ya están todos reservados, y algunas semanas entre medias también. Incluso están haciendo reservas para el otoño y el invierno.
Los ojos de Paula brillaban con entusiasmo, como cuando la sorprendió en la bañera cubierta únicamente con burbujas.
—Bien —dijo él.
Aquella no era una contestación en condiciones, pero sabía que si decía algo más, no podría ocultar el deseo en su voz. Le habría gustado agarrarla de la cintura y bailar con ella por toda la casa para celebrar su éxito, pero su reacción ante todo lo que tuviese que ver con Paula era no bajar la guardia.
—Gracias, Pedro.
—¿Por qué?
—Por recomendarme. Por traer a Brenda aquí. No me creo que lo hicieses por el campeonato; la publicidad para el rodeo se extiende sola, a través de los competidores, sus familiares, los amigos. Eso sin mencionar las páginas de deportes de los periódicos de Texas. Me diste tu palabra, y desde luego la has cumplido.
—No tienes que agradecer nada.
—Eres un buen hombre, y lo aprecio —dijo ella.
Pedro se dió cuenta de que ella se mantenía al otro lado de la cocina. No la culpaba por ello, ni por las dudas que pudiese tener sobre él; nunca podría estar a su altura, por mucho dinero que ganase. A pesar de todo, sintió una urgente necesidad de acercarse a ella y tocarla, abrazarla. Pero ya había fracasado en dos relaciones, ¿Cómo iba a arriesgarse a intentarlo una tercera vez? ¿A que le rompiesen el corazón de nuevo?
Paula apoyó la barbilla sobre una mano.
—Pareces cansado. Cuéntame qué has hecho hoy —le dijo—. Ya sé que no quieres hablar de ello, pero cuéntamelo por encima.
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