—Buenos días —dijo.
Ella volvió la cabeza y sonrió.
—Buenos días. ¿Has dormido bien?
—De maravilla —dijo él mintiendo a medias.
—¿Te apetece un café?
—Me encantaría.
Paula le sirvió una taza y se la acercó. Sobre el mostrador dejó leche, azúcar, sacarina y una cucharilla.
—¿Tienes hambre? —le preguntó.
Automáticamente, Pedro desvió la mirada hacia su boca. Tenía hambre, pero no de comida.
—Sí —dijo expulsando aquel deseo de su cabeza—. Me comería un caballo.
—Lo siento, no forma parte del menú del rancho. Tendrás que conformarte con huevos, beicon, galletas, patatas fritas, fruta y zumo.
—¡Vaya!
Pedro miró a su alrededor mientras ella volvía su atención a la comida. Al otro lado de la cocina, a través de la puerta de cristal, vió la piscina. Recordó aquella noche hace diez años, cuando ella lo besó y le dijo que lo amaba. Se preguntó qué sentiría por él ahora. Más concretamente: ¿Qué ocurriría si él la besaba ahora? El delicioso aroma excitó su estómago. Tomó un sorbo de café, y una grata sensación de satisfacción se apoderó de él. Solo una vez en la vida había llegado a sentir algo parecido, cuando pensaba que Camila era suya. Pero había algo más y no conseguía hacer aflorar los recuerdos que estaban ocultos. Camila era la chica con la que todos soñaban. Él siempre había tenido que esforzarse por estar a su altura cuando se encontraban juntos. Con Paula era distinto, hablar con ella siempre le resultó relajante, y cuando lo hacían se sentía mejor. Paula era la hermana pequeña, y no planteaba ningún peligro; si se reía de él, no le importaba, porque solo era una niña.
Ella se dió la vuelta y levantó los brazos hacia el armario. La blusa se estrechó alrededor de sus pechos, resaltando sus formas. Pedro sujetó la taza del café con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos, y tragó saliva para aliviar la sequedad de su garganta. La hermana pequeña se había convertido en una mujer, ya no se sentía seguro con ella. En otro tiempo había sido su amiga, y ahora, al verla de nuevo, se había dado cuenta que había echado de menos aquella amistad. De ninguna forma quería poner su amistad en peligro. No cometería el mismo error dos veces.
—El desayuno está listo —dijo ella.
—Bien. Estoy a punto de desfallecer —dijo él.
«Y no de hambre» pensó.
—Pasa al comedor —le dijo Paula.
—¿Puedo ayudarte? —preguntó él.
Paula negó con la cabeza.
—Eres mi cobaya. Voy a tratarte como a un cliente de verdad, así que tienes que actuar como tal.
—Pero, Paula...
—Insisto —dijo ella pasando a su lado con una cazuela en las manos.
—Necesito que me hagas publicidad —dijo ella desde el salón—, pero no quiero nada que no me haya ganado. Todo tiene que ser justo y transparente. Además, ahora es el momento de averiguar los problemas, antes de que vengan los huéspedes —añadió volviendo a la cocina—. Tú eres el primero —le dijo mirándolo.
«Ojalá». Aquel pensamiento se le pasó por la cabeza sin que él pudiese evitarlo. Por supuesto, ella se refería a los clientes, pero él había pensado directamente en su novio. O su amante. ¿Habría habido alguien más en su vida? Claro que sí, ¿Cómo no? Paula era muy guapa y seguro que muchos hombres se sentían atraídos por ella. Marcos Hart, por ejemplo. Los dos tenían muchas cosas en común. Aquel pensamiento lo atravesó como un dolor.
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