martes, 12 de diciembre de 2017

Irresistible: Capítulo 20

A  la  mañana  siguiente,  después  de  pasar  intranquilo  la  primera  noche  en  casa  de Paula, Pedro salió de la ducha. Sabía que ella había estado allí hacía poco tiempo, pues  su  aroma  aún  perduraba,  haciéndolo  imaginarla  desnuda:  una  piel  suave,  sinuosas   curvas   brillantes   y   mojadas   y...   ¡Alto!   Furioso ante aquella serie de pensamientos que no podía controlar, tomó el neceser y sacó la cuchilla de afeitar, el cepillo  y la pasta de dientes  y  un  peine.  Buscó  un  lugar  sobre  el  tocador  donde  dejarlo todo, pero la mayor parte del espacio estaba ocupado por las cosas de Paula: crema  hidratante,  jabón  corporal,  lociones  para  el  cuerpo...  «Cuerpo».  Aquella  palabra estaba escrita en cada artículo de tocador. ¿En qué estaría pensando cuando eligió la única habitación de la casa en la que tenía  que  compartir  un  espacio  tan  íntimo  con  Paula?  Solo  la  propia  habitación  de  ella podría ser aún más sugerente. No  podía  dejar  de  pensar  en  ello.  No  había  tenido  un  solo  pensamiento  coherente  desde  que  llegó  al  rancho  y  vió  a  Paula Chaves de nuevo, convertida en una mujer. Tomó una toalla, se secó el pelo y después se la colocó alrededor de la cintura. Tras lavarse los dientes y cepillarse el pelo, se vistió deprisa en su habitación. Había  mucho  que  hacer  en  poco  tiempo.  Tenía  que  quitarsela de  la  cabeza y dejar de distraerse con cosas en las que no tenía ningún derecho a pensar. Pero primero necesitaba una taza de café. Cuando  abrió  la  puerta  de  la  habitación,  el  olor  a  café  recién  hecho  llegó  hasta  él.  Aquello,  junto  con  el  olor  a  galletas  recién  horneadas  y  beicon  le  despertó  el  hambre.  Pero  más  poderoso  que  el  hambre  era  el  dese  de ver a Paula.  Aunque  le  hubiese ido la vida en ello, no habría podido entenderlo, y menos aún controlarlo. Se asomó a la habitación de ella. Su cama estaba ya hecha. Siguiendo el aroma, bajó al piso inferior. Paula estaba en la cocina, de espaldas a él. El pelo, iluminado por el sol, lo llevaba  recogido  en  una  trenza,  dejando  a  la  vista  el  cuello  que  él deseó  besar.  Llevaba una camisa rosa de algodón recogida dentro de los pantalones vaqueros, tan desgastados que eran casi transparentes. Bajó un poco más la mirada y vio que no llevaba botas; solo tenía puestos unos  calcetines  blancos.  Se  preguntó  qué  aspecto tendrían sus  pies.  ¿Se  pintaría  las  uñas? ¡Ya está bien!, pensó irritado consigo mismo. Café,  desayuno  y  un  largo  día  de  trabajo  era  lo  que  necesitaba  para  volver  a  centrarse y dejar de pensar en una guapa ranchera.

—Buenos días —dijo.

Ella volvió la cabeza y sonrió.

—Buenos días. ¿Has dormido bien?

—De maravilla —dijo él mintiendo a medias.

—¿Te apetece un café?

—Me encantaría.

Paula le  sirvió  una  taza  y  se  la  acercó.  Sobre  el  mostrador  dejó  leche,  azúcar,  sacarina y una cucharilla.

—¿Tienes hambre? —le preguntó.

Automáticamente, Pedro desvió la mirada hacia su boca. Tenía hambre, pero no de comida.

—Sí —dijo expulsando aquel deseo de su cabeza—. Me comería un caballo.

—Lo siento, no forma parte del menú del rancho. Tendrás que conformarte con huevos, beicon, galletas, patatas fritas, fruta y zumo.

—¡Vaya!

Pedro miró a su alrededor mientras ella volvía su atención a la comida. Al otro lado de la cocina, a través de la puerta de cristal, vió la piscina. Recordó aquella noche hace diez años, cuando ella lo besó y le dijo que lo amaba. Se preguntó qué sentiría por él ahora. Más concretamente: ¿Qué ocurriría si él la besaba ahora? El delicioso aroma excitó  su  estómago.  Tomó un  sorbo  de  café,  y  una  grata  sensación  de  satisfacción  se  apoderó  de  él.  Solo una vez  en  la vida había llegado a sentir  algo  parecido,  cuando  pensaba  que  Camila era  suya.  Pero  había  algo  más  y  no conseguía hacer aflorar los recuerdos que estaban ocultos.  Camila era la  chica  con  la  que  todos soñaban.  Él  siempre  había  tenido  que  esforzarse por  estar  a  su  altura  cuando  se  encontraban  juntos.  Con  Paula era  distinto,  hablar  con  ella  siempre  le  resultó  relajante,  y  cuando  lo  hacían  se  sentía  mejor. Paula era la hermana pequeña, y no planteaba ningún peligro; si se reía de él, no le importaba, porque solo era una niña.

Ella se  dió  la  vuelta  y  levantó  los  brazos  hacia  el  armario.  La  blusa  se  estrechó alrededor de sus pechos, resaltando sus formas. Pedro sujetó la taza del café con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos, y tragó saliva para aliviar la sequedad de su garganta. La hermana pequeña se había convertido en  una  mujer,  ya no se sentía  seguro  con ella. En otro tiempo  había sido su amiga, y ahora, al verla de nuevo, se había dado  cuenta  que  había  echado  de  menos  aquella amistad. De ninguna forma quería poner su amistad en peligro. No cometería el mismo error dos veces.

—El desayuno está listo —dijo ella.

—Bien. Estoy a punto de desfallecer —dijo él.

«Y no de hambre» pensó.

—Pasa al comedor —le dijo Paula.

—¿Puedo ayudarte? —preguntó él.

Paula negó con la cabeza.

—Eres mi cobaya. Voy a tratarte como a un cliente de verdad, así que tienes que actuar como tal.

—Pero, Paula...

—Insisto —dijo ella pasando a su lado con una cazuela en las manos.

—Necesito que me hagas publicidad —dijo ella desde el salón—, pero no quiero nada que  no me haya  ganado.  Todo  tiene que ser  justo  y  transparente.  Además,  ahora es el momento de averiguar los problemas, antes de que vengan los huéspedes —añadió volviendo a la cocina—. Tú eres el primero —le dijo mirándolo.

«Ojalá». Aquel  pensamiento  se  le  pasó  por  la  cabeza  sin  que  él  pudiese  evitarlo.  Por  supuesto,  ella se refería a  los clientes,  pero  él  había  pensado  directamente  en  su  novio. O su amante. ¿Habría  habido  alguien  más  en  su  vida?  Claro que sí,  ¿Cómo  no? Paula era  muy guapa y seguro que muchos hombres se sentían atraídos por ella. Marcos Hart, por ejemplo. Los dos tenían muchas cosas en común. Aquel pensamiento lo atravesó como un dolor.

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