Pedro condujo la camioneta por el camino y estacionó delante de la casa de Paula. Echó la cabeza hacia atrás y suspiró. Faltaba una semana para el campeonato, y él había trabajado largas horas en el rancho y fuera de él para asegurarse de que todo salía bien. También había estado ocupado con sus negocios; había salido de la última reunión poco después de las ocho y continuarían temprano al día siguiente. Estaba cansado y lo único en lo que podía pensar era en ver a Paula. Por ocupado que estuviese no dejaba de pensar en ella y de preocuparse por cómo le iría todo cuando él no estaba. Hacía tres semanas que la periodista la había entrevistado. También hacía tres semanas que él la había besado y ella se había apartado. Desde entonces habían compartido muchas cenas y charlas juntos, pero nada más íntimo. El beso la había cambiado, pero no para bien. Era amable y educada, pero se mantenía distante. Además, se había cambiado a la habitación que estaba junto a la cocina. Pedro debería sentirse agradecido. Eran totalmente distintos uno del otro, y a ella le iría mucho mejor con Marcos Hart o Gabriel O'Connor. Con cualquiera menos con él. ¡Ojalá pudiese convencer a su corazón de aquello! Ahora que se había cambiado de habitación, echaba de menos hablar con ella. Las pequeñas conversaciones que tenían sobre el tiempo no era lo que esperaba de Paula. De repente no pudo esperar más para verla y se bajó de la camioneta. Entró en la casa, dejó su maletín en la oficina y fue a buscarla. La encontró en la cocina, preparando la comida. No pudo evitar sonreír al darse cuenta de que, por su aroma floral y por la ropa que llevaba puesta, sabía que acababa de ducharse. Se quedó embelesado mirándole las piernas que los pantalones cortos dejaban a la vista; llevaba una ajustada camiseta rosa que le llegaba hasta la cintura, y cuando levantó los brazos hacia el armario pudo ver la suave piel de su estómago. Su bonita cara estaba limpia de maquillaje, y el pelo lo llevaba recogido. Si volvía a hablar del tiempo él convertiría la conversación en algo personal, aunque tuviese que abrazarla y besarla hasta dejarla sin sentido. Se aclaró la garganta para que Paula no se sobresaltase.
—Veo que tú también acabas de llegar del trabajo.
Ella se dió la vuelta y sonrió; en sus ojos brillaba una cálida expresión de bienvenida.
—Hola, forastero.
—Si esa es tu forma de decir que he estado ocupado, no soy el único. Tú también.
—Sí. ¿Cómo lo sabes?
Porque la había observado y sabía que hasta que no terminaba de trabajar no se quitaba los vaqueros y se ponía los pantalones cortos.
—Una suposición —dijo él.
Paula abrió la nevera y sacó una cerveza. Era la marca favorita de Pedro. Por lo visto, ella también se fijaba en los detalles. Abrió la botella y se la dió.
—Supuse que te apetecería.
—Muchas gracias.
Ella le dedicó una amplia sonrisa, y Pedro sintió alegría y dolor al mismo tiempo. Se daba cuenta de que las semanas que había pasado en el rancho probablemente habían sido las más felices de su vida. Desde que había vuelto a ver a Paula y había pasado tiempo con ella, sentía cada vez más intensamente la presencia de lazos en su vida. ¿Con ella? ¿Con Destiny? ¿Empezaba a saber lo que era tener raíces?
—Estoy preparando un poco de arroz con pollo y verduras. ¿Te apetece? He hecho suficiente por si volvías a casa para cenar —dijo ella.
¿Se habría dado cuenta de lo que acababa de decir? ¿Que él estaba en «casa»? Pedro nunca había considerado ningún sitio como su hogar, pero aquel lugar, y Paula, estaban calando muy hondo en él. El problema era que no estaba seguro de si aquello lo alegraba o no. No creía que estuviese preparado para los altibajos de una relación.
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