Dos días después de la visita de Pedro, Paulafue a la ciudad, a la tienda de su amiga del instituto Florencia Benson, que se dedicaba a vender antigüedades, regalos, artesanía y artículos elaborados a mano.
—¿No me vas a decir lo que sentiste al volver a ver a Pedro Alfonso? —preguntó Florencia, de pie tras el mostrador.
Paula negó con la cabeza.
—No sentí nada en absoluto —mintió—. Bueno, me marcho. Tengo que ir a ver si han cargado la avena en mi camioneta.
—Puedes correr, pero no te puedes esconder —dijo Florencia.
—Lo más importante para mí es asegurarme de que el rancho de vacaciones tiene éxito. Necesito a Pedro...
—¡Lo sabía! —dijo Florencia en tono triunfal.
—No me has dejado terminar, Flor. Necesito que Pedro escoja mi rancho para el campeonato; entonces tendré una posibilidad.
—Pues espero que lo haga, porque así me comprarás más cosas a mí y podrás mandarme clientes. Todos saldremos ganando.
—Ya estás haciendo un buen negocio —señaló Paula.
—Nunca es suficiente.
—No voy a discutir eso contigo —dijo Paula mirando al tractor de suministro en la calle—. Tengo que solucionar lo de la avena.
Paula abrió la puerta y se despidió de Florencia con la mano antes de cerrar. Al otro lado de la calle estaba el tractor de suministro de Charlie, y Paula había dejado su camioneta junto al dispensador para que la manguera la llenara de avena. Mientras cruzaba la calle se encontró con Marcos Hart.
—¡Qué hay, vecina! —dijo él—. Hacía tiempo que no te veía.
—Hola —dijo ella sonriendo al atractivo ranchero.
Él se quedó de pie junto a ella mientras miraban cómo la camioneta se llenaba de avena. Marcos medía al menos un metro ochenta y cinco, y tenía un hoyuelo de lo más seductor en la barbilla. Sus ojos castaños y su pelo no eran para tirar cohetes, pero en términos generales hacía que los corazones de las mujeres se aceleraran. Todos menos el de Paula, porque sus experiencias habían sido muy negativas. Pedro fue su primera lección, y su ruptura con Lucas McCoy la última. El único amor que se volvería a permitir era el que tenía por su tierra, y si su corazón se volvía a romper, al menos no sería por algo relacionado con una persona. A no ser que Pedro le hubiese mentido, porque si él no era justo y completamente objetivo en la elección del rancho, sería un dolor muy relacionado con una persona el que su rancho se hundiese. Hacía dos días que no lo veía, y estaba a punto de volverse loca preguntándose cuándo se decidiría. En aquel momento recordó que fue Marcos quien le ofreció el puesto de presidente. Paula se aproximó a él.
—¿Has visto a Pedro Alfonso? —le preguntó.
—No —dijo Marcos negando con la cabeza—. Pero he hablado con él.
—¿Sí? —dijo ella tratando de parecer indiferente.
—Me habló sobre los lugares que ya ha visto para el campeonato, si es a lo que te refieres. Paula sonrió.
—Me conoces demasiado bien, así que, aprovechándome de nuestra amistad, te voy a hacer una pregunta: ¿Crees que tengo alguna posibilidad de conseguirlo?
—Sí. ¿Por qué te preocupas? —preguntó Marcos quitándose el sombrero vaquero y pasándose una mano por el pelo.
—Teniendo en cuenta lo que las hermanas Chaves le hicieron, creo que debo preocuparme.
—Eso fue hace diez años —señaló Marcos—. Entonces éramos jóvenes e inexpertos; todos cometimos errores.
Las palabras de Marcos eran para darle ánimo, pero Paula percibió cómo una sombra cubría sus ojos y apretaba los labios con fuerza, así que no pudo evitar preguntarse qué más estaría recordando.
—¿Te refieres a Camila? —preguntó ella.
—Me refiero a todos, pero Jen se tiró de cabeza con los ojos cerrados —dijo Marcos.
—¿Cómo puedes decir eso? ¿Acaso fue un error seguir a su corazón y fugarse con el amor de su vida?
—Solo tenía dieciocho años. ¿Qué sabía ella sobre Diego Adams?
Paula se dió cuenta de que en lugar de contestar a su pregunta, Marcos le había hecho otra.
—Camila lo amaba. Era el único hombre para ella en el mundo. ¿Qué quieres decir?
—Cuando una chica es tan joven, las estrellas en los ojos pueden nublar su vista. Si hubiese esperado, quizá...
—¿Qué? —quiso saber Paula.
—Ya no importa —dijo Marcos negando con la cabeza—Diego ya no está.
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