Aquel pensamiento le dió un momento de lucidez y la resolución que necesitaba. Paula tomó la cara de Pedro en sus manos y lo besó con ternura en la mejilla. Después se apartó de él, aunque inmediatamente echó de menos la excitación que sentía estando a su lado.
—No sé tú, pero yo aún no he cenado —le dijo con la respiración entrecortada.
—¿Por qué no hablamos sobre esto?
Pedro alargó una mano y le colocó un mechón de pelo tras la oreja; Paula sintió que estaba a punto de ceder de nuevo. Sin contar el de hacía diez años, aquel era el segundo beso, y no debía probar un tercero. Dió un paso hacia atrás e intentó sonreír.
—No hay nada de qué hablar. Vamos a olvidarnos de lo que ha pasado.
—De acuerdo —dijo él respirando hondo.
Deseaba que Pedro no hubiese estado conforme, pero era mejor así.
Dos días más tarde Paula seguía intentando olvidar aquel beso. La visita de Brenda Crandall, la periodista amiga de Pedro, la ayudó. Estaban fuera haciendo fotos para el artículo y Brenda le daba ideas.
—Si yo fuera tú, Paula—le decía—, contrataría a Pedro, a Marcos y a Gabriel para que se pasearan por el rancho; las mujeres vendrían volando, te lo aseguro.
Brenda había llegado al mismo tiempo que Marcos y Gabriel, que estaban allí para hablar del campeonato con Pedro. Paula los miró divertida a los tres.
—A mí me vendría bien un poco de trabajo extra —le dijo Marcos sonriendo.
Gabriel se rió.
—Yo no tengo tiempo, pero puedes poner una figura de cartón de tamaño real con mi foto. No te cobraré mucho y seguro que atrae a muchas mujeres.
—Quizá a Melisa Mae Arbrook —dijo Pedro, y se rió al ver temblar a Gabriel—. No se preocupen, Paula no los necesita estando yo aquí.
—Acabas de lanzar hasta las nubes el ego de los tres —dijo Paula sonriendo a la reportera.
—Tú tampoco te quedas corta. ¿Nunca te han dicho lo guapa que eres? —le dijo Brenda Crandall.
Paula se sonrojó ante aquel piropo.
—Cuando el fotógrafo termine con las fotos, las enviaremos junto con el artículo sobre el campeonato. Incluiré también un pequeño artículo sobre el rancho como centro de turismo rural, junto con el número de fax que me has dado para las reservas. Vas a tener más clientes de lo que te imaginas, y no solo mujeres —dijo la periodista. Los miró y enarcó una ceja; estaban los cuatro apoyados en la valla del granero—. Desde luego son un ejemplo de todo lo bueno que puede ofrecer Texas.
Brenda comprobó sus notas y se dirigió al fotógrafo.
—Creo que tengo todo lo que necesito. ¿Y tú? —le preguntó.
Él asintió.
—Paula, Pedro, chicos —dijo ella mirándolos uno a uno—, ha sido un placer.
Pedro le estrechó la mano.
—Gracias, Brenda. Te debo una.
La periodista negó con la cabeza.
—La exclusiva que me concediste cuando tuviste el accidente lanzó mi carrera. Ahora estamos en paz.
—De acuerdo. Cuídate y gracias. A tí también, Walter —dijo Pedro estrechando la mano del fotógrafo.
Cuando se marcharon, Paula miró a Marcos, a Gabriel y a Pedro. Los dos primeros estaban tranquilos, pero Pedro parecía a punto de explotar. Removió la tierra con los pies y puso los brazos en jarras.
—Cuando salga el artículo, vas a estar más ocupada de lo que crees —le dijo.
—No me preocupa. Tengo ayuda de sobra: Javier, las personas que he contratado y los chicos del instituto.
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