Pedro estaba con Gabriel de pie junto a la puerta de la casa de Paula. Desde allí vió cómo un BMW rojo descapotable levantaba nubes de polvo a lo largo del camino y se acercaba rápidamente. El campeonato iba a iniciarse en un par de horas, y los espectadores no tardarían en empezar a llegar.
—Parece que alguien tiene estropeado el sistema de navegación —le comentó Pedro a Gabriel.
El sheriff miró a través de las gafas de sol el vehículo que se les acercaba.
—Yo me ocupo de esto —dijo—. Estoy aquí para vigilar que se cumpla la ley.
—Y para asistir al campeonato —le aclaró Pedro.
—Y para devolver a las señoritas extraviadas al buen camino —añadió Gabriel señalando con la cabeza al lujoso coche que acababa de detenerse.
—Tiene las lunas tintadas. ¿Cómo sabes que conduce una mujer? —le preguntó Mitch intrigado.
—Me lo dice mi instinto. El coche, el color... Además, al cabo de un tiempo los policías desarrollamos un sexto sentido para este tipo de cosas. Si pones en duda mi experiencia, espera un segundo —añadió Gabriel mirando hacia el coche.
Se abrió la puerta y aparecieron un par de piernas delgadas y morenas. Una mujer con un vestido color lima salió del coche revelando unas estilizadas caderas. Llevaba unas sandalias de cuero marrón que dejaban a la vista las uñas pintadas de rosa. Pedro recordó fugazmente los pies de Paula en la bañera, también pintados de rosa. Una sensación de familiaridad se apoderó de él. Vió que la mujer tenía más o menos la misma altura que Paula. Era delgada, pero estaba bien formada. El pelo marrón con reflejos color caoba le cubría el cuello y le llegaba justo a la altura de los hombros. Pedro adivinó quién era. Miró a Gabriel preguntándose si la había reconocido, y vió por la expresión de la cara de este que le gustaba lo que veía. Gabriel miró a Pedro.
—Camila—dijeron al unísono.
—¿Cómo lo has sabido? —le preguntó Pedro.
Sabía que Gabriel había salido con ella, pero lo sorprendió que fuese capaz de reconocerla de espaldas.
—No parece la típica espectadora de rodeos —apuntó Gabriel—. No lleva vaqueros ni botas.
—Eso no es concluyente. A este tipo de acontecimientos viene mucha gente que no viste así. ¿Cuál ha sido la verdadera pista?
Gabriel sonrió.
—Que son las mejores piernas que he visto en mi vida.
Gabriel se acercó a saludarla. Sonriendo por lo que acababa de decir, Pedro lo siguió.
—Hola, Camila—dijo Gabriel quitándose las gafas de sol y sonriendo.
—Hola, Gabriel—contestó ella.
Entonces vió a Pedro.
—Hola, forastero.
Pedro dudó un instante antes de alargar la mano.
—Hola, Camila. Me alegro de verte. Paula no te esperaba hasta más tarde.
—¿Sabías que iba a venir? —le preguntó Gabriel.
—Sí.
—O sea que podrías habérmelo dicho en cualquier momento.
—No tardaste mucho tiempo en averiguar quién era —le dijo Pedro—. Además, no quería interrumpir tu sexto sentido en acción. Me ha impresionado.
Camila los miraba intrigada.
—¿Y cómo averiguaste que era yo, si puede saberse? —le preguntó a Gabriel.
—Por las... ruedas —dijo Gabriel finalmente—. Bonito coche.
—Gracias —contestó ella.
Gabriel volvió a ponerse las gafas de sol.
—Me alegro de verte, Camila. Tengo que volver al trabajo, pero ya los alcanzaré después.
—De acuerdo —contestó ella.
Gabriel se tocó el borde del sombrero a modo de despedida y se marchó. Camila lo miró por unos instantes mientras se alejaba y después se fijó en la casa.
—Estoy deseando ver lo que Paula ha hecho en la casa.
—¿Aún no la has visto?
—Terminada del todo, no. Trabajo en Dallas y estoy bastante ocupada. No vengo a casa tan a menudo como quisiera.
Otra vez aquella palabra. «Casa». Desde que estaba allí, Pedro había sentido su peso. Paula le había hecho pensar en echar raíces y en formar parte de una familia.
—Vamos dentro. Yo te llevo la maleta.
—Gracias —dijo ella abriendo el maletero del coche.
No hay comentarios:
Publicar un comentario