martes, 5 de diciembre de 2017

Irresistible: Capítulo 12

—Nada.

—No importa, me las arreglé yo solo —dijo Pedro.

—Ya sabía eso antes de marcharme. Bueno, ya no tengo que preguntarme si te acuerdas  o  no  —dijo ella intentando sonreír—.  La pregunta es:  ¿Realmente piensas que es agua pasada o me guardas algún rencor?

Le había gustado sentirla en sus  brazos y a pesar  suyo,echaba de  menos  su calor y suavidad,  y  la forma en que ella le había rodeado el cuello. Pero si le contaba aquello, sería mejor esperar a no estar tan cerca de la piscina. Si la historia se repetía, ella  no  dudaría  en  volver  a  empujarlo.  Pedro se dió cuenta  de  que  además de sus otros encantos, le gustaba el pronto que tenía.

 —¿Quieres decir que si lo voy a utilizar para no darte el contrato del rodeo?

—No juegues conmigo, Pedro.   Claro que me refiero a  eso.   Necesito  la  publicidad y tiene que estar dentro de mi presupuesto.

—Ya me he enterado  —dijo  Pedro tratando  de  ignorar  la  forma  en  que  su  sinceridad la hacía sonrojar como si un hombre acabase de hacerle el amor.

—Esta es tu oportunidad, Pedro.

—¿A qué te refieres?

—Podrás  tomarte  la  revancha  con  las  dos  hermanas  Chaves—dijo  ella  metiendo las manos en los bolsillos del pantalón—. De hecho, es la ocasión perfecta para vengarte también de mi padre, por la forma en que te trató.

—Él ya no está, Paula. ¿Por qué querría yo hacer eso?

Ella se encogió de hombros.

—Solo  quería  comentarlo,  se  me  pasó  por  la  cabeza.   Creo  que  los  dos deberíamos dejar nuestras cartas sobre la mesa.

—Pero tú las pones solo ahora, cuando sabes que yo lo recuerdo.

Paula hizo una mueca con la boca.

—Seré muchas  cosas,  pero nunca me han  llamado  idiota.  Si  el  desafortunado  incidente de la piscina se te hubiese olvidado, no habría sido muy inteligente por mi parte recordártelo, ¿Verdad?

 —Supongo que no —acordó él.

—Entonces, ¿Cuál es tu plan? ¿Te vengarás o serás benévolo para demostrar que hemos enterrado el hacha de guerra?

Pedro se quedó pensativo. Paula nunca hizo nada para hacerle daño, y la idea de  hacer  algo  que  la  perjudicase no le  gustaba.  Ella  sería  la  más  afectada por su decisión.  Hizo un esfuerzo para apartar aquellos pensamientos; de ninguna manera iba a ablandarse.

—Estoy aquí para encontrar  un  sitio  para  el  rodeo.  Eso es  todo.  Tu  rancho  cumple  los  requisitos,  pero  tengo  que  ir  a  ver  otro  sitio.  El  rancho  de  Gabriel O'Connor.

—Pero si él es el sheriff. No sabía que estuviese interesado.

—Me dijo que no le importaría que se celebrase allí si era necesario —dijo Pedro metiendo los pulgares en los bolsillos—. Si tu rancho es el mejor tendrás el contrato, si no... —añadió pero no terminó la frase.

 —¿Será una evaluación justa? —preguntó ella.

—Lo será.

—Lo  único que pido  es  que  la  evaluación  de  mi  rancho  sea  tan  objetiva  como  las de los demás.

—Y la tendrás —contestó él—. Este evento es importante para los muchachos.

Paula asintió y después sonrió.

—¿Estás seguro de que no hay nada que pueda hacer para ganarme tu favor?

Aquello  sonaba  peligroso.  Sus  palabras  se  burlaban  de  forma  inocente  y  él  lo  sabía,  y  no  estaba  siendo  seductora  a  propósito,  pero  lo  era.  Él  la miró  con  escepticismo,  haciendo  un  esfuerzo  por  mostrar  despreocupación  al  tiempo que su  respiración se aceleraba por las ideas que le cruzaban la mente.  Lo primero en la lista eran besos lentos y apasionados.

—¿En  qué estabas pensando?  —preguntó  él con  la  voz  un  poco  más  profunda  de lo normal.

—Dicen que se llega al corazón de  un  hombre,  en  este  caso  a  su  aprobación,  a  través de su estómago. Podría prepararte la cena.

—Ya —dijo él y se preguntó si se notaría la decepción que sentía.

 No debería estar pensando en aquellas cosas;   Paula no era  como  las  admiradoras  que  lo  acosaban en  el circuito.  Además,  ella  pertenecía  a  la  familia  fundadora de Destiny. El tiempo y la experiencia le habían mostrado por qué lo suyo con Jen no había funcionado, por lo mismo por lo que no funcionaría con su hermana pequeña. Por mucho que se sintiese atraído por el cuerpo de Paula, por sus grandes ojos castaños y su pelo, en el que le gustaría enterrar las manos, no iba a permitir que aquello interfiriese en los negocios.

—Me gustaría quedarme a cenar —dijo él—, pero tengo una cita. Después tengo que  buscar un  sitio  donde quedarme e instalar  el  centro  de  operaciones  para  que  todo empiece a funcionar.

—De acuerdo —asintió ella—. Quizá en otro momento.

—Quizá —dijo él.

Pero pensaba que sería un  idiota si estrechaba  la  relación  con  ella.  Paula Chaves activaba sus señales de alarma, podía acarrearle problemas.

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