—Nada.
—No importa, me las arreglé yo solo —dijo Pedro.
—Ya sabía eso antes de marcharme. Bueno, ya no tengo que preguntarme si te acuerdas o no —dijo ella intentando sonreír—. La pregunta es: ¿Realmente piensas que es agua pasada o me guardas algún rencor?
Le había gustado sentirla en sus brazos y a pesar suyo,echaba de menos su calor y suavidad, y la forma en que ella le había rodeado el cuello. Pero si le contaba aquello, sería mejor esperar a no estar tan cerca de la piscina. Si la historia se repetía, ella no dudaría en volver a empujarlo. Pedro se dió cuenta de que además de sus otros encantos, le gustaba el pronto que tenía.
—¿Quieres decir que si lo voy a utilizar para no darte el contrato del rodeo?
—No juegues conmigo, Pedro. Claro que me refiero a eso. Necesito la publicidad y tiene que estar dentro de mi presupuesto.
—Ya me he enterado —dijo Pedro tratando de ignorar la forma en que su sinceridad la hacía sonrojar como si un hombre acabase de hacerle el amor.
—Esta es tu oportunidad, Pedro.
—¿A qué te refieres?
—Podrás tomarte la revancha con las dos hermanas Chaves—dijo ella metiendo las manos en los bolsillos del pantalón—. De hecho, es la ocasión perfecta para vengarte también de mi padre, por la forma en que te trató.
—Él ya no está, Paula. ¿Por qué querría yo hacer eso?
Ella se encogió de hombros.
—Solo quería comentarlo, se me pasó por la cabeza. Creo que los dos deberíamos dejar nuestras cartas sobre la mesa.
—Pero tú las pones solo ahora, cuando sabes que yo lo recuerdo.
Paula hizo una mueca con la boca.
—Seré muchas cosas, pero nunca me han llamado idiota. Si el desafortunado incidente de la piscina se te hubiese olvidado, no habría sido muy inteligente por mi parte recordártelo, ¿Verdad?
—Supongo que no —acordó él.
—Entonces, ¿Cuál es tu plan? ¿Te vengarás o serás benévolo para demostrar que hemos enterrado el hacha de guerra?
Pedro se quedó pensativo. Paula nunca hizo nada para hacerle daño, y la idea de hacer algo que la perjudicase no le gustaba. Ella sería la más afectada por su decisión. Hizo un esfuerzo para apartar aquellos pensamientos; de ninguna manera iba a ablandarse.
—Estoy aquí para encontrar un sitio para el rodeo. Eso es todo. Tu rancho cumple los requisitos, pero tengo que ir a ver otro sitio. El rancho de Gabriel O'Connor.
—Pero si él es el sheriff. No sabía que estuviese interesado.
—Me dijo que no le importaría que se celebrase allí si era necesario —dijo Pedro metiendo los pulgares en los bolsillos—. Si tu rancho es el mejor tendrás el contrato, si no... —añadió pero no terminó la frase.
—¿Será una evaluación justa? —preguntó ella.
—Lo será.
—Lo único que pido es que la evaluación de mi rancho sea tan objetiva como las de los demás.
—Y la tendrás —contestó él—. Este evento es importante para los muchachos.
Paula asintió y después sonrió.
—¿Estás seguro de que no hay nada que pueda hacer para ganarme tu favor?
Aquello sonaba peligroso. Sus palabras se burlaban de forma inocente y él lo sabía, y no estaba siendo seductora a propósito, pero lo era. Él la miró con escepticismo, haciendo un esfuerzo por mostrar despreocupación al tiempo que su respiración se aceleraba por las ideas que le cruzaban la mente. Lo primero en la lista eran besos lentos y apasionados.
—¿En qué estabas pensando? —preguntó él con la voz un poco más profunda de lo normal.
—Dicen que se llega al corazón de un hombre, en este caso a su aprobación, a través de su estómago. Podría prepararte la cena.
—Ya —dijo él y se preguntó si se notaría la decepción que sentía.
No debería estar pensando en aquellas cosas; Paula no era como las admiradoras que lo acosaban en el circuito. Además, ella pertenecía a la familia fundadora de Destiny. El tiempo y la experiencia le habían mostrado por qué lo suyo con Jen no había funcionado, por lo mismo por lo que no funcionaría con su hermana pequeña. Por mucho que se sintiese atraído por el cuerpo de Paula, por sus grandes ojos castaños y su pelo, en el que le gustaría enterrar las manos, no iba a permitir que aquello interfiriese en los negocios.
—Me gustaría quedarme a cenar —dijo él—, pero tengo una cita. Después tengo que buscar un sitio donde quedarme e instalar el centro de operaciones para que todo empiece a funcionar.
—De acuerdo —asintió ella—. Quizá en otro momento.
—Quizá —dijo él.
Pero pensaba que sería un idiota si estrechaba la relación con ella. Paula Chaves activaba sus señales de alarma, podía acarrearle problemas.
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