martes, 12 de diciembre de 2017

Irresistible: Capítulo 19

—En  ningún  sitio  —dijo  él—.  Al  menos  en  lo  que  a  propiedades  se  refiere,  ya  que no tengo —aclaró.

—Pero no vives en una cueva —se burló ella.

 —Sería  más  preciso  decir:  «debajo  de  una  roca»  —contestó  él,  bromeando  también.

Aquellos  momentos eran los más duros,  pensó  Paula.  Cuando más lo echaba  de  menos  era  cuando bromeaban,  porque  entonces  era  cuando  más  riesgo  corría  de  revelar sus sentimientos. Era el momento de dar media vuelta.

—Pues ya lo  has visto  todo.  Yo  tengo trabajo,  así  que te dejaré  para que te instales —dijo ella esperando no parecer demasiado brusca.

Pedro la siguió.

—Contestando a tu pregunta sobre dónde vivo, tengo alquilada una propiedad en Los Ángeles. La sede de mi empresa está allí.

 —Ya —dijo ella mientras caminaban por el pasillo. Sin duda él volvería allí en cuanto cumpliese con sus obligaciones en Destiny—. ¿Te gusta California?

 —Sí  —contestó  él—.  Pero  estoy  buscando  otras  oportunidades  fuera  de  allí.  Hay  zonas  de  Texas  que  están  creciendo  mucho  en  lo  que  se  refiere  a  áreas  industriales y de negocios y a centros comerciales.

—¿De verdad?

—Sí. De hecho, Destiny está creciendo, y estoy buscando proyectos aquí.

 —¿Por  eso  aceptaste  hacerte  cargo  del  rodeo?  ¿Por  los  contactos?  —preguntó  ella.

Se dijo a sí misma que eran razones egoístas y que no debería haberle hecho esa pregunta.

—No me  viene  mal  —admitió  él—.  Marcos lo  mencionó  cuando me  propuso el cargo,  pero no  es la  única  razón.  Yo  no  necesito  trabajar para vivir.  Gané  mucho  dinero  con  los  rodeos  y  si lo invierto  bien,  podré  vivir  cómodamente  el  resto de mi vida.

 —Eso suponiendo que no lo derroches en una vida loca —dijo ella sonriendo, y empezó a bajar las escaleras.

—Sí, claro —dijo él riéndose—. O que la gente no abuse de mí.

—¿Quién haría eso?

—Para empezar, mi madre.

—¿Has tenido noticias de ella?  —preguntó Paula deteniéndose a mitad de las escaleras.

Pedro se detuvo un escalón por debajo de ella para estar a la misma altura.

—Sí. Ana  me localizó cuando se enteró de que estaba ganando mucho dinero.

—¿Aún sigue casada con aquel trabajador de la construcción?

—La  verdad  es  que  no  tengo  ninguna  prueba de que  se  llegaran a  casar.  En  cualquier caso, ahora está sola. Vive en Las Vegas y trabaja en un casino.

—Así  que quería  dinero...   —musitó Paula—.   ¿Se lo diste?   —preguntó,   dándose  cuenta  enseguida de  que  aquello  no era asunto suyo—. Lo siento, no es asunto mío. Olvídalo.

Siguieron bajando por las escaleras.

—No te preocupes. Sí, se lo dí; todo el mundo quiere siempre algo de nosotros, y al menos ella es mi familia.

—Sí. Todo el mundo quiere algo —repitió ella en voz baja—. Incluso yo.

Él se detuvo al final de las escaleras y se dio la vuelta, bloqueándola el paso. El pecho de Paula rozaba el suyo, y se miraban de frente. Ella pensó en lo sencillo que sería  apoyar  los  brazos  en  sus  hombros,  como  solían  hacer  las  parejas;  podría  tocar  los labios de Pedro con los suyos sin ningún esfuerzo, y dejar que él profundizase el beso. Quería que la abrazase y la sujetase en sus brazos. Sintió que la casa que ella conocía tan bien era el lugar más solitario del mundo.

—Nunca te dan algo a cambio  de  nada  —dijo  él—.  Esa  es  otra  cosa  que  he  aprendido.

—Me parece justo. Cuando mi rancho tenga tu visto bueno, será porque me lo he ganado; si no, no lo querría.

 Lógicamente, de no ser así, la aprobación significaría que Pedro Alfonso estaba siendo amable con ella o, peor aún, sintiendo lástima, y aquello indicaría que tendría que  vigilar  sus  espaldas,  pues  un Pedro Alfonso dulce  y  considerado  era  más  peligroso que jugar a las cartas con el mismísimo diablo.

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