—En ningún sitio —dijo él—. Al menos en lo que a propiedades se refiere, ya que no tengo —aclaró.
—Pero no vives en una cueva —se burló ella.
—Sería más preciso decir: «debajo de una roca» —contestó él, bromeando también.
Aquellos momentos eran los más duros, pensó Paula. Cuando más lo echaba de menos era cuando bromeaban, porque entonces era cuando más riesgo corría de revelar sus sentimientos. Era el momento de dar media vuelta.
—Pues ya lo has visto todo. Yo tengo trabajo, así que te dejaré para que te instales —dijo ella esperando no parecer demasiado brusca.
Pedro la siguió.
—Contestando a tu pregunta sobre dónde vivo, tengo alquilada una propiedad en Los Ángeles. La sede de mi empresa está allí.
—Ya —dijo ella mientras caminaban por el pasillo. Sin duda él volvería allí en cuanto cumpliese con sus obligaciones en Destiny—. ¿Te gusta California?
—Sí —contestó él—. Pero estoy buscando otras oportunidades fuera de allí. Hay zonas de Texas que están creciendo mucho en lo que se refiere a áreas industriales y de negocios y a centros comerciales.
—¿De verdad?
—Sí. De hecho, Destiny está creciendo, y estoy buscando proyectos aquí.
—¿Por eso aceptaste hacerte cargo del rodeo? ¿Por los contactos? —preguntó ella.
Se dijo a sí misma que eran razones egoístas y que no debería haberle hecho esa pregunta.
—No me viene mal —admitió él—. Marcos lo mencionó cuando me propuso el cargo, pero no es la única razón. Yo no necesito trabajar para vivir. Gané mucho dinero con los rodeos y si lo invierto bien, podré vivir cómodamente el resto de mi vida.
—Eso suponiendo que no lo derroches en una vida loca —dijo ella sonriendo, y empezó a bajar las escaleras.
—Sí, claro —dijo él riéndose—. O que la gente no abuse de mí.
—¿Quién haría eso?
—Para empezar, mi madre.
—¿Has tenido noticias de ella? —preguntó Paula deteniéndose a mitad de las escaleras.
Pedro se detuvo un escalón por debajo de ella para estar a la misma altura.
—Sí. Ana me localizó cuando se enteró de que estaba ganando mucho dinero.
—¿Aún sigue casada con aquel trabajador de la construcción?
—La verdad es que no tengo ninguna prueba de que se llegaran a casar. En cualquier caso, ahora está sola. Vive en Las Vegas y trabaja en un casino.
—Así que quería dinero... —musitó Paula—. ¿Se lo diste? —preguntó, dándose cuenta enseguida de que aquello no era asunto suyo—. Lo siento, no es asunto mío. Olvídalo.
Siguieron bajando por las escaleras.
—No te preocupes. Sí, se lo dí; todo el mundo quiere siempre algo de nosotros, y al menos ella es mi familia.
—Sí. Todo el mundo quiere algo —repitió ella en voz baja—. Incluso yo.
Él se detuvo al final de las escaleras y se dio la vuelta, bloqueándola el paso. El pecho de Paula rozaba el suyo, y se miraban de frente. Ella pensó en lo sencillo que sería apoyar los brazos en sus hombros, como solían hacer las parejas; podría tocar los labios de Pedro con los suyos sin ningún esfuerzo, y dejar que él profundizase el beso. Quería que la abrazase y la sujetase en sus brazos. Sintió que la casa que ella conocía tan bien era el lugar más solitario del mundo.
—Nunca te dan algo a cambio de nada —dijo él—. Esa es otra cosa que he aprendido.
—Me parece justo. Cuando mi rancho tenga tu visto bueno, será porque me lo he ganado; si no, no lo querría.
Lógicamente, de no ser así, la aprobación significaría que Pedro Alfonso estaba siendo amable con ella o, peor aún, sintiendo lástima, y aquello indicaría que tendría que vigilar sus espaldas, pues un Pedro Alfonso dulce y considerado era más peligroso que jugar a las cartas con el mismísimo diablo.
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