—Yo también estuve comprometida, hace un año y medio más o menos.
Pedro no estaba preparado para el ataque de celos que estaba a punto de sufrir.
—Has dicho dos veces, ¿Ha habido alguien más?
Paula bajó la mirada a su plato y removió los huevos con el tenedor.
—Eso no importa.
—¿Qué quieres decir?
—Que no te preocupes.
—¿Te fue infiel?
—No exactamente —dijo ella suspirando— Cuando nos conocimos, me dijo desde el principio que estaba intentando superar una relación anterior.
—Vaya, se merecía un premio por ser tan bueno —dijo él con sarcasmo.
—Nunca me mintió. Fue sincero. Así que cuando me dijo que me amaba y que quería casarse conmigo, lo creí.
—¿Qué pasó?
—Su antigua novia decidió volver con él.
—¿Y él se marchó?
—Me dijo que nunca había dejado de quererla —dijo Paula y la alegre expresión de su cara desapareció—. Fue doloroso, pero ya lo he superado —añadió con fingida alegría.
—No tienes por qué disimular conmigo —dijo Pedro.
—No lo hago. No digo nada que no sienta de verdad —dijo ella tomando una galleta—. Destiny sigue siendo un buen sito para asentarse —añadió en voz baja mirándolo.
—Quizá desde tu punto de vista. A mí nunca me lo pareció.
Él la miró. Estaba sentada tan cerca de él que habría podido tomarla de la mano. Le gustaba hablar con ella; la prueba es que le había contado lo de su compromiso y eso no lo hacía con cualquiera. ¿Cómo sería compartir el desayuno con ella cada mañana? ¿O llegar por las noches y que ella lo recibiese con un beso y se pusiesen a hablar sobre lo que habían hecho durante el día? Tenía que haber algo en el ambiente de Destiny, porque él no era dado a fantasías como aquellas. Al menos desde hacía mucho tiempo. Pedro continuó comiendo en silencio, y finalmente dejó el tenedor en el plato.
—No puedo más. Ha sido la mejor comida que he probado en mucho tiempo.
—¿De verdad?
—No eres la única que dice lo que siente, Paula.
—De acuerdo —dijo ella sonriendo tímidamente.
—Ahora tengo que empezar a trabajar —dijo él poniéndose de pie.
—Mi oficina está a la entrada de la casa. Puedes usarla si quieres —le ofreció ella.
Paula sonrió, pero no fue una sonrisa sincera. Pedro se preguntó cuál sería la razón.
—Gracias —dijo aceptando—. Si no he dado señales de vida a la hora de cenar, asómate a ver si aún respiro.
—No te preocupes.
Pasado un rato, Paula seguía con el mismo estado de ánimo que cuando Pedro le contó lo de su compromiso. No conseguía animarse, y finalmente descubrió por qué.
—Me siento más viva de lo que me he sentido en los diez últimos años, y es por él —murmuró para sí.
Clavó la horca en el montón de heno y se pasó el brazo por la frente. Recordó lo que Pedro había dicho sobre ser abandonado por otro.
—Para mí él es el único —se dijo a sí misma suspirando—. Pero ya se ha quemado dos veces y no creo que quiera intentarlo de nuevo.
Dicen que a la tercera va la vencida, pero Pedro no es de los que se fían. Ella también se había quemado dos veces. La primera fue con él.
—Tendría que ser idiota.
—¿Quién es idiota?
Paula se dió la vuelta y vió la silueta de un hombre en la puerta del granero.
—¡Pedro! Me has asustado.
—Y tú me estás asustando a mí. Estabas hablando sola —dijo él acercándose.
—Deformación profesional —murmuró ella.
El corazón le latía deprisa, pero no se debía a que la hubiese sorprendido. Era únicamente porque él estaba allí, con vaqueros y la camisa enrollada por debajo de los codos.
Paula respiró hondo.
—No suelo tener a nadie con quien hablar. Además, siempre que hablo conmigo misma la conversación es inteligente.
A no ser, claro, cuando hablaba sobre Pedro Alfonso.
—Por cierto, he visto algunos de los toros que estás criando para Marcos.
—¿Y eso? ¿Es que se han metido en la oficina para acceder a Internet?
Pedro sonrió.
—Te estaba buscando y me encontré con Javier Foster en el prado. Me dijo dónde estabas.
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