—Por favor, siéntate. Estoy cansada de tener que rodearte, y eres demasiado grande para no estorbar.
Paula dijo aquello en un tono burlón, como si estuviese hablando con su hermano mayor. Todos sus sentimientos se rebelaron frente aquella idea. Ella volvió a pasar a su lado. Llevaba una cesta cubierta con un paño, de la que salía un olor exquisito. Aunque no lo suficiente para anular su sutil y seductor aroma: Paula olía igual que una pradera llena de flores. Pedro no pudo evitar recordar todos los frascos del cuarto de baño con la palabra «cuerpo» escrita en ellos. El suyo se acaloró repentinamente y se puso rígido. Sería mejor hacer lo que ella le había dicho, así que entró en el comedor, se sentó a la mesa y se puso la servilleta sobre los muslos.
—¿Vas a dar órdenes también a los clientes? —le preguntó.
Ella dejó sobre la mesa unos platos con patatas, huevos y guarnición de cebolla, pimiento verde y pimiento rojo.
—Voy a ser una anfitriona amable, y trataré a mis clientes como me gustaría que me tratasen a mí. Pero sí les diré, lo más amablemente por supuesto, que si tienen hambre tardarán menos en comer si no acorralan a la cocinera. Esto es un hogar además de un establecimiento público y quiero que experimenten este modo de vida.
Él tomó el plato de huevos revueltos que ella le ofrecía.
—Tu modo de vida me gusta; es bueno —dijo.
Paula no apartó la mirada de él en ningún momento; en sus ojos había muchas preguntas.
—¿Por qué nunca echaste raíces, Pedro? ¿Fue por lo que pasó con Camila?
—No voy a negar que aquello no ayudó, pero hubo otra razón.
—¿A qué te refieres?
—En una ocasión, mientras aún participaba en los rodeos, estuve comprometido.
Paula lo miró con sorpresa.
—No lo sabía.
—O sea, que hubo algo de lo que la prensa no se enteró.
—No lo sé, pero desde luego, yo nunca lo oí.
—Mejor así. Los detalles posteriores estuvieron en todas las revistas de cotilleos.
—¿Qué pasó?
—Ella se acostó con el campeón del rodeo.
—Lo siento.
Pedro se encogió de hombros.
—Fue después del accidente de la pierna, cuando dejé el rodeo.
—Oye...
—No te preocupes. Mi nombre ya estaba en los libros de récords y seguía siendo muy conocido. Pero ella quería ser el centro de atención e ir del brazo del campeón del momento, y yo ya no lo era.
—Lo siento —repitió Paula — no sé qué decir.
—Fue hace mucho tiempo. Además, no era la primera vez que me dejaban por otro.
Los recuerdos volvieron a él: cuando descubrió a Camila y a Diego juntos, cuando se enteró de lo que Diego había hecho, saber que no le convenía a Camila y no poder decírselo a ella porque no lo hubiese creído. Intentó ignorarlos. Intentó olvidar el dolor que sentía. Se concentró todo lo que pudo en los rodeos y en ganar a Diego Adams en cada competición; el éxito sería su mejor venganza. Pero no llegó a ser el número uno hasta que Diego murió, y ya nunca sabría si él era el mejor.
—Ir de un lado a otro no es la solución, Pedro. No puedes huir de los sentimientos. Sé cómo te sientes. No eres el único al que le han roto el corazón dos veces.
—¿Dos veces? —preguntó él.
Paula asintió.
No hay comentarios:
Publicar un comentario