Paula se metió en la bañera. Era una buena oportunidad; Pedro estaba en Destiny y no volvería para la hora de cenar. Al día siguiente ella se mudaría a la habitación que había junto a la cocina en la planta de abajo. Enrolló una toalla y la colocó sobre el borde de la bañera bajo su cabeza, se relajó y cerró los ojos, disfrutando de las burbujas perfumadas. Al principio, cuando Pedro le dijo que no volvería para cenar, se había sentido decepcionada. Descubrió que su ausencia dejaba un vacío que la irritaba. Llevaba menos de veinticuatro horas allí, ¿Cómo era posible que se sintiese de aquella manera? ¡Ojalá no hubiese vuelto! ¡Ojalá no la hubiese besado! ¿En qué había estado pensando? Un escalofrío la recorrió al recordar la sensación que el contacto de los labios de él sobre los suyos la había provocado. ¿Por qué había reaccionado de aquella manera? Ya no era una niña. Era una mujer, y ya no estaba locamente enamorada de Pedro Alfonso. Movió la cabeza mientras se tapaba con la espuma y colocaba los pies a los lados de la bañera.
—No quiero volver a sentir nada por él. Después del campeonato se marchará.
—¿Estás hablando sola otra vez?
¡Era Pedro! Su voz llegaba desde el pasillo, y ella no había cerrado ninguna de las puertas que daban al cuarto de baño. ¡Lo que daría por una toalla!
—No tendrías que estar aquí —gritó.
—Pues menos mal que sí estoy —dijo él acercándose al cuarto de baño—. Si sigues hablando sola, la gente empezará a decir cosas sobre tí: «la loca que vive sola en el rancho». No sería muy buena publicidad para tu negocio —añadió asomando la cabeza por la puerta.
—¡Sal de aquí inmediatamente! —gritó Paula deslizándose bajo la espuma. La toalla en que tenía apoyada la cabeza cayó al agua—. Hay leyes contra el acoso en Texas.
—Lo siento. No sabía que te estabas dando un baño —dijo él, pero su sonrisa decía lo contrario.
—Dijiste que no vendrías a cenar —dijo ella.
No tenía nada con que taparse.
—Cambié de opinión.
—¿Por qué? ¿Es que no hay nada interesant en Destiny un sábado por la noche?
—Yo no diría eso. Melisa Mae Arbrook me hizo saber que estaba libre.
Paula resopló.
—Desde luego. «Disponible» es su apellido desde que se divorció.
¿Por qué mantenía una conversación con él mientras estaba en la bañera, sin nada que la tapase excepto un poco de espuma que se estaba deshaciendo?
—Sal de aquí, Pedro.
—¿Por qué? No tengo rayos X para ver a través de las burbujas. En el chapuzón en la piscina ví más a través de tu blusa.
Paula le tiró la esponja, pero él se metió riendo en el dormitorio y no lo alcanzó.
—No eres un caballero, y mientes si dices que lo eres.
—Soy un hombre. No sería humano si no intentase echar una ojeada a una mujer guapa.
¿Pensaba Pedro que ella era guapa? Paula sonrió, aunque preferiría morir antes de que él supiese que su adulación había funcionado.
—Lo menos que podías hacer es marcharte al piso de abajo para que yo pueda salir de la bañera.
—Sal. No miraré.
—No me lo creo.
—Palabra de boy scout, Paula.
—¿Cuándo has sido tú boy scout?
—Lo importante es que tengo su corazón y su espíritu —dijo él con humor.
A pesar de sí misma, Paula sonrió.
—Eres incorregible —le dijo.
—Algunas cosas nunca cambian.
—El agua se está enfriando. Tendré que fiarme de tí, pero como te pille mirando recuerda que tengo una piscina y que sé cómo utilizarla.
—Has logrado asustarme —dijo él a modo de tregua—. Te espero en la cocina.
Paula oyó cómo se alejaba por las escaleras, salió rápidamente de la bañera y se tapó con una toalla. Después vació la bañera y se encerró en su habitación. Tras secarse, se puso unos pantalones cortos y una camiseta color melocotón. Se cepilló el pelo y se lo recogió en una coleta, dejando mechones sueltos alrededor de la cara, y finalmente se maquilló un poco. Cuando salió de la habitación su corazón estaba alegre y su paso era ligero, y todo porque Pedro estaba en el piso de abajo. Sentía un gran vacío cuando él no se encontraba en la casa. La expectación y el nerviosismo se apoderaron de ella. Tenía que controlar aquella ridícula reacción antes de llegar a la cocina.
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