jueves, 21 de diciembre de 2017

Irresistible: Capítulo 30

Pero se dió cuenta de que no era posible cuando, al entrar a la cocina y verlo, se le formó un nudo. Estaba de espaldas a ella, descorchando una botella de vino. Ponía el listón de la  masculinidad muy  alto,  con  la  camisa  blanca  con  las  mangas  enrolladas  bajo  los  codos,  la ancha  espalda  estrechándose  hacia  la  esbelta  cintura, las delgadas caderas y las largas piernas, formando todo ello una imagen que agitaba  el  susceptible  corazón  de  Paula.  Debería  darse  la  vuelta  y  volver  a  su  habitación, pero no lo hizo por dos razones: la primera que no era una cobarde y, la segunda, que aún necesitaba a Pedro para el asunto del turismo.

—Aquí está el señor mirón —dijo.

Pedro miró por encima de su hombro y sonrió.

—No es para tanto, Paula.  No ví  nada.  Además,  siempre  llevas  camisas  y  vaqueros, ¿Cuándo vas a exhibir esos preciosos hombros? ¿Y una bonita pintura rosa de uñas en los dedos de los pies?

 —Como me descuide, lo  siguiente  será  decirme  que  mis  dientes  son  como  estrellas cuando brillan por la noche, que mis ojos son...

 —¿Por qué no, si es cierto?  ¿Por qué te cuesta  tanto  creer  que  eres  una  mujer  guapa? —preguntó Pedro mientras buscaba unas copas.

—Están en el armario del comedor —dijo ella.

Paula fue al comedor y volvió a la cocina con dos copas de pie alto. Se quedó al otro lado de la barra. Pedro sirvió el vino y la miró.

 —No has contestado a mi pregunta. ¿Por qué te cuesta creer que eres guapa?

 —Mi  hermana puso  el  listón muy  alto;  es  muy  difícil  intentar  competir  con  la  perfección. Y cuando mi compromiso se rompió, decidí que ya era hora de volver a la realidad y dejar de intentarlo —dijo ella encogiéndose de hombros—. Soy como soy, y tengo que aceptarlo.

Pedro le ofreció una de las copas.

—Tú no eres una persona que se dé por vencida —le dijo.

—No creo que eso sea darse por vencido. De todos modos, ¿Qué sabes tú?

—Lo sé. La niña que yo recuerdo de aquella noche no se dió por vencida con un idiota que arremetió contra ella e intentó empujarla y apartarla de su lado.

—Por lo que recuerdo,  fui  yo quien  te  empujó a  tí  —contestó  ella  sorbiendo  el  vino.

—A eso me refiero —dijo él sonriendo—. Tú no te andas con tonterías.

—Pedro, no quiero hablar sobre mí.

—Yo sí.

 Paula lo miró  mientras  bebía  de  su  copa.  Era  tan  guapo  y  masculino  que  el  corazón le latía dolorosamente en el pecho.

—¿De qué quieres hablar?  —preguntó ella deseando  no  tener  que  arrepentirse  de haber pronunciado aquellas palabras.

—Aquella noche dijiste que me amabas.

Paula se llevó la copa a los labios presa del desconcierto. El vino se le fue por otro lado y se atragantó. Enseguida Pedro se acercó a su lado y le dió unas palmadas en la espalda.

—¿Estás bien? —le preguntó sujetándola por los hombros.

—Sí  —dijo ella con  los ojos llorosos—.  Escucha Pedro, lo único  que quiero es  olvidar aquella noche.

—Yo  también,  pero  no  puedo.  Quería  que  hablásemos  sobre  ello  y  después  olvidarlo para siempre. ¿Lo dijiste en serio?

—Claro que sí, tenía catorce años —dijo ella suspirando—. Pero tenías razón.

—¿Sobre qué?

—Era una niña delgaducha —contestó.

—Tú también tenías razón —dijo él.

—¿Respecto a qué?

—Me dijiste que ya me enseñarías...

 —Estaba furiosa. No lo decía en serio.

Pedro puso la mano bajo su barbilla y le levantó la cabeza.

—Eres muy  guapa.  Estoy  seguro  de  que  atraes  todas  las  miradas  cuando  vas  por la calle.

—Estás exagerando. Yo no...

—Eres toda una mujer ahora, Paula. Ya no eres una niña delgaducha —dijo él moviendo la cabeza con admiración.

Todas las advertencias que  se  había hecho a sí  misma  se  esfumaron;  Pedro era  tan encantador, tan seductor, tan...  Su corazón se aceleró cuando él tomó su cara con la mano. La intensa expresión  de  sus  ojos  azules de  chico  malo despertó el  deseo  en  ella.  Cuando Pedro pasó  el  brazo alrededor  de  su  cintura  y  la  sujetó  contra  él,  Paula tembló  como  si  fuese gelatina. Y aún no la había besado. Sus piernas desnudas rozaron las de él , creando una fricción que se extendió como el fuego por todo su cuerpo. Entonces, él agachó  la  cabeza y  sus  labios se  encontraron.  El suave  contacto  la  dejó  sin  aliento  mientras  él  exploraba  su  boca.  Después Pedro la  besó en  los  ojos,  en  la  nariz,  en  la  mejilla, y le mordisqueó el cuello de forma seductora deteniéndose detrás de la oreja. Un  cosquilleo  se  apoderó  de  todo  su  cuerpo.  Pedro anulaba  su  capacidad  para  resistirse, pero tenía que encontrar fuerzas para apartarse; no quería volver a sufrir.

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