—¿Por qué has hecho eso? —le gritó.
—Parecías acalorada —le contestó.
—Pues ahora sí lo estoy —Paula se retiró el pelo mojado de los ojos y nadó hacia el bordillo de la piscina.
—Los pantalones vaqueros pesan.
—Creo recordar algo parecido —dijo él ofreciéndole la mano—. Pero a diferencia de tí, yo te ayudaré a salir.
—Porque eres un hombre amable —dijo ella, dudando antes de agarrarle las manos—. ¿Qué tal está tu pierna? —le preguntó con excesiva amabilidad.
—Bien —contestó él, pero el tono de voz de Paula lo había puesto sobre aviso.
Cuando ella apoyó los pies en el borde de la piscina y tiró de él con todas sus fuerzas, Pedro ya estaba preparado. Podría haberse resistido, pero dejó que ella lo tirara a la piscina. Cuando volvió a la superficie, vio que ella intentaba salir del agua.
—No lo harás —le dijo, y alargando un brazo la agarró de la cintura y la atrajo hacia sí, colocándola de espaldas a él.
Paula intentó zafarse.
—Suéltame. Ya estamos en paz.
—Ni hablar. Aún me llevas ventaja.
Al mirar por encima de los hombros de Paula, Pedro no pudo evitar fijarse en sus pechos. La blusa rosa que se había puesto limpia aquella mañana, estab ahora mojada y se transparentaba, dejando ver con claridad el sujetador blanco que llevaba debajo. Dudoso, podía ver la oscura sombra de sus pezones. A pesar de estar dentro del agua a Pedro se le secó la boca, y sintió calor por todo el cuerpo. Tener a Paula Chaves empapada en sus brazos le hacía pensar en cosas que no debía. Por ejemplo, en el aspecto que tendría sin ropa.
Pedro no se dioó cuenta de que había aflojado el brazo hasta que ella se dió la vuelta, y se apoyó con fuerza sobre sus hombros y le hizo una ahogadilla. En cuanto pudo, fue tras ella, que intentaba llegar a la zona poco profunda de la piscina.
—No tan deprisa —le dijo—. Has hecho trampa.
—No he hecho trampa. En el amor y en la guerra todo vale —contestó ella mirando por encima del hombro, cuando la agarró del tobillo—. Y esto es la guerra —dijo tirando de la pierna para alejarse.
—Desde luego —dijo él.
Pedro hacía pie, lo que le daba ventaja. La agarró de la cintura, la aupó y la volvió a tirar al agua. Cuando apareció de nuevo, Paula se estaba riendo, y gritó al ver que él se acercaba otra vez.
—Me ganas en fuerza y tamaño, pero no tengo ningún inconveniente en usar las uñas y los dientes.
—De acuerdo, me rindo —dijo él levantando los brazos mientras Paula se apartaba el pelo mojado de la cara.
Pedro se acercó al bordillo con intención de salir de la piscina, pero ella no se daba por vencida. Lo siguió e intentó hacerle otra ahogadilla, pero él se mantuvo firme y no pudo moverlo.
—Hay otras formas de darte tu merecido —dijo Paula, y ahuecando las manos lanzó agua a su cara.
Pedro movió la cabeza para sacudirse el agua y sonrió.
—Te la has ganado —dijo.
—¿De verdad? Estoy temblando.
Pedro empezó a salpicarla a su vez. Y aunque sus manos eran más grandes, ella le hizo frente. No se daba por vencida pero estaba cansada, y él se compadeció de ella.
—Tú ganas —dijo levantando las manos, sabiendo que aquella era la única forma de pararla.
—¿Te rindes?
—Sí.
Pedro se apoyó en el bordillo y Paula se acercó a él riéndose. Apoyó un brazo en el borde mientras intentaba normalizar su respiración. Él se fijó en su boca, sin poder apartar la mirada de aquellos labios carnosos. Sus caras estaban a escasos centímetros de distancia y podía sentir la respiración de Paula sobre su mejilla. Pedro fijó la mirada en su pecho. Quería saborear y sentir a la mujer en la que se había convertido, y se preguntó si ella sentiría lo mismo. Sin pensárselo dos veces, le apartó el pelo de la cara y enterró las manos en su melena. Luego rodeó el fino cuello de Paula con la mano y la atrajo hacia sí.
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