La cama era suficientemente grande para él, pero con su tamaño no quedaría mucho sitio para otra persona. Paula se sonrojó ante aquel inesperado pensamiento; aunque no debía pensar aquellas cosas, le resultaba difícil no hacerlo estando Pedro Alfonso estaba bajo su techo. Aquello no presagiaba nada bueno para su paz mental durante el mes que iban a estar conviviendo. Paula se aclaró la garganta.
—El papel floreado de la pared puede que sea algo femenino, pero a Florencia y a mí nos gustó mucho.
Dejó la puerta abierta y se dirigió al final del pasillo.
—Estas son las dos últimas habitaciones. Comparten el cuarto de baño. Creo que serían idóneas para una familia: los niños en una y los padres en otra. Los mayores tienen intimidad, pero al mismo tiempo están cerca de los niños.
Paula volvió a sonrojarse ante la escena tan íntima que había descrito, pero de todas formas miró a Pedro. Este esbozó una media sonrisa, lo que confirmó las sospechas de ella de que la había visto sonrojarse.
—¿En qué habitación me instalo? —le preguntó él.
—¿Por qué no escoges tú? —sugirió ella.
Pedro asintió.
—Esta me recuerda a Ricitos de oro. Pero creo que alguien ya está usando aquella cama —dijo señalando una de las habitaciones.
—Es la mía —dijo Paula—. Pero voy a dejarla. Hay una habitación y un baño junto a la cocina. Mis padres la convirtieron en cuarto de invitados. Es cómoda, y me dará intimidad mientras haya huéspedes, al mismo tiempo que tengo acceso inmediato a la cocina —continuó —. No me llevé mis cosas ayer porque no esperaba tener un cliente tan pronto.
Pedro pasó por el baño compartido a la otra habitación. Tanteó con la mano el colchón de matrimonio y miró a su alrededor; una expresión pensativa se adueñó de su cara.
—Esta me parece bien —dijo mirándola.
Aquella había sido la habitación de Jensen antes de que se marchase de casa, y era la habitación que usaba cuando iba de visita. Paula se preguntó por qué se le había hecho un nudo en la garganta ante la elección de Pedro.
—¿No estarías más cómodo en el dormitorio principal? —preguntó ella apoyándose contra el marco de la puerta—. Después de todo, si vas a alabar mis servicios, deberías probar la mejor habitación de la casa.
Pedro miró por la ventana, después se dió la vuelta y se encogió de hombros.
—Aquí estoy bien. Desde aquí puedo ver los ruedos, y la piscina. Tengo buenos recuerdos de las piscinas —añadió con un brillo en los ojos.
—¿Estás seguro?
—Además, será más cómodo para tí—asintió.
—¿Por qué piensas eso? —dijo ella, preguntándose a sí misma cómo iba a conciliar el sueño teniéndolo tan cerca.
—Si no ocupamos toda la casa y compartimos el baño tendrás menos trabajo y todo será más fácil.
En eso tenía razón. Paula estaba pensando contratar a alguien para que la ayudase con la casa, pero hasta el momento seguía haciendo todo ella sola. Tener que limpiar más podía ayudarla a mantener las distancias entre ellos. Además, seguro que él estaría más cómodo en la habitación principal, al otro lado de la casa. ¿Cómo podía apetecerle estar en una habitación tan cerca de la suya? Una pequeña llama de esperanza se encendió en algún lugar de su corazón. Pedro estaba de espaldas a ella, mirando por la ventana.
—Tu hermana y tú se lo han pasado muy bien de niñas en esta casa —dijo él.
De repente la llama de esperanza se extinguió. Paula se sorprendió por no haberse dado cuenta enseguida: él había escogido aquella habitación porque había sido la de Camila. Sin que pudiese evitarlo, una punzada de dolor hirió su corazón; eso demostraba el poder que Pedro Alfonso tenía aún sobre ella. Lo primero que debía hacer era mudarse de habitación al piso de abajo cuanto antes. Pedro se volvió para mirarla.
—¡Paula!
—Disculpa —dijo ella frotándose la nariz—. Tenía la cabeza en otra parte. ¿Has dicho algo?
—Me preguntaba si no te sientes sola aquí, ahora que tu familia no está —dijo acercándose a ella.
—No. Probablemente en cualquier otro sitio sí, pero mis raíces están aquí —dijo ella. Nada más pronunciar aquellas palabras vió el destello de tristeza en sus ojos—. Lo siento, Pedro. No debí mencionar un tema tan doloroso para tí.
—No me preocupa —dijo él moviendo la cabeza—. Ya no.
—¿Has aceptado por fin tu pasado?
—En parte —contestó él.
Había aceptado la parte que no incluía a Camila, supuso Paula. Pero como ya había metido la pata una vez, no iba a hacerle ninguna pregunta sobre su hermana.
—¿Dónde está tu hogar ahora?
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