Estaban ultimando los últimos preparativos para el campeonato de aquella noche. Él se encontraba de pie junto a la valla, supervisando el montaje de las gradas del público. Habían colocado una gigantesca lona para dar sombra. Junto al área para el rodeo estaba la caravana de la doctora Daniela Morgan, y había un puesto de refrescos. Pedro contaba con el hambre y la sed de los asistentes, porque los beneficios de las ventas irían a la asociación de rodeo. Al igual que los obtenidos con la venta de souvenirs. Florencia Benson había aceptado encargarse del puesto en que se exhibían. A lo lejos vió que se estaba delimitando las zonas de aparcamiento para los amigos, familiares y seguidores que asistiesen a las actividades del fin de semana. Pedro estaba satisfecho. Todo parecía marchar bien. Pero aquello no era nada en comparación con el esfuerzo que tenía que hacer para no pensar en Paula. Oyó pasos detrás de él y supo que era ella. El corazón empezó a latirle con rapidez. ¿Cómo iba a tratarla como a una hermana pequeña después de haberla besado como a una amante?
—Hola, Pedro—dijo ella apoyándose en la valla.
—Hola —contestó él.
—¿Qué ocurre? —le preguntó.
—Nada. ¿Cómo van las cosas en la casa? ¿Se han instalado ya los huéspedes?
Pedro había conseguido que algunos directores de la asociación se quedasen en el rancho.
—Menos mi antigua habitación, la casa está llena —dijo ella asintiendo—. Creo que los hombres a los que recomendaste el rancho serán de gran ayuda. Muchas gracias.
—Me alegro de que todo vaya bien. Es lo menos que la asociación puede hacer, pues gracias a ti se celebrará el rodeo.
—No, gracias a tí —contestó ella—. Yo he proporcionado el terreno, pero tú lo has organizado todo.
Paula se dió la vuelta para observar los preparativos. Pedro aprovechó la oportunidad para memorizar su imagen. Llevaba un sombrero de paja blanco que la protegía del sol, y el pelo lo llevaba recogido dejando el cuello a la vista. Su pequeña naríz, que empezaba a pelarse por el sol, estaba cubierta de pecas. Una camisa vaquera de color azul claro resaltaba sus curvas. Sería tan fácil agarrarla de la cintura y abrazarla... Días atrás, Pedro había descubierto que su cuerpo se amoldaba al suyo a la perfección. Ahora se esforzaba por olvidarlo.
—Es emocionante, ¿verdad? —comentó ella.
Pedro asintió.
—Algunos de mis mejores recuerdos son del rodeo del instituto. Lo que más echo de menos es la expectación, la sensación de estar con todos los músculos preparados y en tensión —dijo él.
—¿Incluso después de tanto tiempo?
—Es una sensación que seguirá conmigo hasta que tenga ciento cinco años.
—¡Ciento cinco años! Eso es muy ambicioso —dijo ella sonriendo.
—Me encantaría poder participar de nuevo, pero desgraciadamente mis huesos están viejos. ¿Y tú, Paula?
—¿Qué pasa conmigo? —dijo ella.
Pedro recordó su expresión cuando le dijo que no había vuelto a participar en un rodeo desde hacía diez años. En aquel momento tuvo la sensación de que lo que ella le había dicho respecto a la falta de apoyo de su padre no era la única razón de su abandono. Por lo que él recordaba, el padre de Paula y Camila siempre las había apoyado a ambas en todo, así que sospechaba que había sido Paula la que había decidido dejar de competir, y no podía evitar preguntarse por qué.
—¿Echas de menos competir? —le preguntó.
—Algunos de mis mejores recuerdos son del rodeo en el instituto —le imitó ella.
—Eras muy rápida, y muy buena. Creo que nunca he visto a nadie con tantas posibilidades como tú. ¿Por qué lo dejaste? Y no me vale la excusa que me diste el otro día. Tu padre estaba orgulloso de tí; yo veía la expresión de su cara cada vez que competías. ¿Cuál fue la verdadera razón? Ella lo miró, dudando.
—Camila se fugó.
—¿Qué tenía eso que ver contigo?
Paula miró hacia el ruedo.
—Y tú te marchaste. Nada volvió a ser igual. Supongo que para mí perdió toda la emoción.
—¿Te gustaría que las cosas volviesen a ser como antes?
—Sí. —A mí no. —¿Por qué no? Tenías a muchas chicas a tu alrededor. Es por Camila.
En la voz de Paula no había ningún tipo de emoción, pero Pedro supo que fingía.
—En parte —admitió él—. Pero mis sentimientos hacia ella desaparecieron hace mucho tiempo.
—¿Admites que te hizo daño?
—Nunca lo he negado, y tú lo sabes mejor que nadie.
—O sea que, cuando llegue mi hermana esta noche, no sentirás nada.
—Eso es. Ya te he dicho que dejé de querer a Camila hace mucho tiempo.
—Está más guapa que hace diez años.
—Como la mayoría de la gente. Tú también —dijo él—. ¿Es que estás haciendo de celestina?
Taylor negó con la cabeza.
—Es que tengo una sensación...
—¿Cuál? —la animó al ver que ella dudaba.
—Te vas a reír de mí, pero desde que llegaste he estado sintiendo que una fuerza trabaja para que hagamos todos las paces con el pasado.
—Eso parece sacado de una película de ciencia-ficción —dijo él riéndose.
—Sabía que no me tomarías en serio. Camila está muy guapa, es elegante y simpática, además de una abogada con un futuro prometedor.
—Hablando del futuro —la interrumpió él—, ¿En algún momento se cruza el mío con el tuyo?
A Pedro le parecía que Paula intentaba volver a unirlo con su hermana, y no sabía por qué.
—No sé si hablabas en serio... —dijo ella— sobre qué pasará cuando vuelvas a ver a Camila. Mentiste al decir que no sientes nada por ella.
—No me hace falta verla. Puedo decirte ahora mismo que estaba mintiendo.
—¿Sí? —dijo ella.
Parecía sorprendida, pero también parecía dudar.
—Sí. Supongo que cuando vea a Camila me alegraré de volverme a encontrar con una vieja amiga.
—Ya.
Paula se metió las manos en los bolsillos y sin decir otra palabra se dió la vuelta y se dirigió hacia la casa. Pedro quería seguirla y abrazarla, pero no se atrevía. Por nada del mundo quería hacerle daño; nunca había sentido nada igual por una mujer. Pero debía hacer las paces con el pasado, y tenía que cerrar el capítulo con su hermana. Estaba casi seguro de que ya no sentía nada por Camila, pero ella fue su primer amor, la primera mujer a la que había querido.
Al día siguiente lo sabría.
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