jueves, 28 de diciembre de 2017

Irresistible: Capítulo 38

Estaban  ultimando  los  últimos  preparativos para el campeonato de aquella noche.  Él se  encontraba  de  pie  junto  a  la  valla,  supervisando  el  montaje  de  las  gradas  del  público.  Habían  colocado  una  gigantesca  lona  para  dar  sombra.  Junto  al  área  para  el  rodeo  estaba  la  caravana  de  la  doctora  Daniela  Morgan,  y  había  un  puesto de refrescos. Pedro contaba con el hambre y la sed de los asistentes, porque los beneficios de las  ventas  irían  a  la  asociación  de  rodeo.  Al  igual  que  los  obtenidos  con  la  venta  de  souvenirs. Florencia Benson había aceptado encargarse del puesto en que se exhibían. A lo  lejos  vió  que  se  estaba  delimitando  las  zonas  de  aparcamiento  para  los  amigos,  familiares y seguidores que asistiesen a las actividades del fin de semana.  Pedro estaba satisfecho. Todo parecía marchar bien. Pero  aquello  no  era  nada  en  comparación  con  el  esfuerzo  que  tenía  que  hacer  para no pensar en Paula. Oyó  pasos  detrás  de  él  y  supo  que  era  ella.  El  corazón  empezó  a  latirle  con  rapidez. ¿Cómo iba a tratarla como a una hermana pequeña después de haberla besado como a una amante?

—Hola, Pedro—dijo ella apoyándose en la valla.

—Hola —contestó él.

—¿Qué ocurre? —le preguntó.

 —Nada. ¿Cómo van las cosas en la casa? ¿Se han instalado ya los huéspedes?

Pedro había conseguido que algunos directores de la asociación se quedasen en el rancho.

—Menos mi antigua habitación, la casa está llena —dijo ella asintiendo—. Creo que  los  hombres a los que  recomendaste  el  rancho serán de gran  ayuda.  Muchas  gracias.

 —Me alegro de que todo vaya bien. Es lo menos que la asociación puede hacer, pues gracias a ti se celebrará el rodeo.

—No,  gracias  a  tí —contestó  ella—.  Yo  he  proporcionado  el  terreno,  pero  tú  lo  has organizado todo.

Paula se  dió  la  vuelta  para  observar  los  preparativos.  Pedro aprovechó  la  oportunidad para memorizar su imagen. Llevaba un sombrero de paja blanco que la protegía del sol, y el pelo lo llevaba recogido dejando el cuello a la vista. Su pequeña naríz,  que  empezaba  a  pelarse  por  el  sol,  estaba  cubierta  de  pecas.  Una  camisa  vaquera de color azul claro resaltaba sus curvas.  Sería  tan  fácil  agarrarla  de  la  cintura  y  abrazarla...  Días  atrás,  Pedro había  descubierto  que  su  cuerpo  se  amoldaba  al  suyo  a  la  perfección.  Ahora  se  esforzaba  por olvidarlo.

—Es emocionante, ¿verdad? —comentó ella.

Pedro asintió.

—Algunos  de  mis  mejores  recuerdos  son  del  rodeo  del  instituto.  Lo  que  más  echo  de  menos  es  la  expectación,  la  sensación  de  estar  con  todos  los  músculos  preparados y en tensión —dijo él.

—¿Incluso después de tanto tiempo?

 —Es una sensación que seguirá conmigo hasta que tenga ciento cinco años.

 —¡Ciento cinco años! Eso es muy ambicioso —dijo ella sonriendo.

 —Me encantaría poder participar de nuevo, pero desgraciadamente mis huesos están viejos. ¿Y tú, Paula?

—¿Qué pasa conmigo? —dijo ella.

Pedro recordó  su  expresión  cuando  le  dijo  que  no  había  vuelto  a  participar  en  un rodeo desde hacía diez años. En aquel momento tuvo la sensación de que lo que ella le había dicho respecto a la falta de apoyo de su padre no era la única razón de su  abandono.  Por  lo  que  él  recordaba,  el  padre  de  Paula y  Camila siempre  las  había  apoyado  a  ambas  en  todo,  así  que  sospechaba  que  había  sido  Paula la  que  había  decidido dejar de competir, y no podía evitar preguntarse por qué.

—¿Echas de menos competir? —le preguntó.

—Algunos  de  mis  mejores  recuerdos  son  del  rodeo  en  el  instituto  —le  imitó  ella.

—Eras  muy  rápida,  y  muy  buena.  Creo  que  nunca  he  visto  a  nadie  con  tantas  posibilidades  como  tú.  ¿Por  qué  lo  dejaste?  Y  no  me  vale  la  excusa  que  me  diste  el  otro día. Tu padre estaba orgulloso de tí; yo veía la expresión de su cara cada vez que competías. ¿Cuál fue la verdadera razón? Ella lo miró, dudando.

—Camila  se fugó.

—¿Qué tenía eso que ver contigo?

 Paula miró hacia el ruedo.

—Y tú te marchaste. Nada volvió a ser igual. Supongo que para mí perdió toda la emoción.

—¿Te gustaría que las cosas volviesen a ser como antes?

—Sí. —A mí no. —¿Por qué no? Tenías a muchas chicas a tu alrededor. Es por Camila.

En la voz de Paula no había ningún tipo de emoción, pero Pedro supo que fingía.

—En parte —admitió él—. Pero mis sentimientos hacia ella desaparecieron hace mucho tiempo.

—¿Admites que te hizo daño?

—Nunca lo he negado, y tú lo sabes mejor que nadie.

—O sea que, cuando llegue mi hermana esta noche, no sentirás nada.

 —Eso es. Ya te he dicho que dejé de querer a Camila hace mucho tiempo.

—Está más guapa que hace diez años.

 —Como la mayoría de la gente. Tú también —dijo él—. ¿Es que estás haciendo de celestina?

Taylor negó con la cabeza.

—Es que tengo una sensación...

—¿Cuál? —la animó al ver que ella dudaba.

—Te  vas a reír de mí,  pero  desde  que  llegaste  he  estado  sintiendo  que  una  fuerza trabaja para que hagamos todos las paces con el pasado.

 —Eso parece sacado de una película de ciencia-ficción —dijo él riéndose.

—Sabía que no  me tomarías  en  serio.  Camila está  muy  guapa,  es  elegante  y  simpática, además de una abogada con un futuro prometedor.

—Hablando del futuro  —la  interrumpió  él—,  ¿En algún  momento  se  cruza  el  mío con el tuyo?

 A  Pedro le  parecía  que  Paula intentaba  volver  a  unirlo  con  su  hermana,  y  no  sabía por qué.

—No sé si hablabas en serio... —dijo ella— sobre qué pasará cuando vuelvas a ver a Camila. Mentiste al decir que no sientes nada por ella.

 —No me hace falta verla. Puedo decirte ahora mismo que estaba mintiendo.

—¿Sí? —dijo ella.

 Parecía sorprendida, pero también parecía dudar.

—Sí.  Supongo que cuando vea  a  Camila me  alegraré  de  volverme  a  encontrar  con  una vieja amiga.

—Ya.

Paula se metió  las  manos  en  los  bolsillos  y  sin  decir  otra  palabra  se  dió  la  vuelta y se dirigió hacia la casa. Pedro quería  seguirla  y  abrazarla,  pero no se atrevía. Por nada del mundo quería hacerle daño; nunca había sentido nada igual por una mujer. Pero debía hacer las paces con el pasado, y tenía que cerrar el capítulo con su hermana. Estaba casi seguro de que ya no sentía nada por Camila, pero ella fue su primer amor, la primera mujer a la que había querido.

Al día siguiente lo sabría.

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