—¿Se acordaba de tí?
—Sí. Ha sido una sorpresa ver que sigue aquí —dijo él—. Hace diez años ya era capataz.
—Yo lo recuerdo trabajando para mi padre desde que tengo uso de razón. Es como de la familia. No sé qué haría sin él; de hecho, él es quien se ocupa de casi todo lo referente al rancho. ¿Te ha presentado a Gastón White?
Aquel adolescente le recordaba a Pedro: tenía la misma ambición que él había tenido, con la gran diferencia de que Gastón tenía unos padres que lo apoyaban.
—Un buen chico —dijo Pedro—. Estaban él y Javier con los toros.
—¿Qué tiene todo eso que ver conmigo?
—Me alegro de que no estés trabajando con unos animales tan grandes que podrían aplastarte —dijo él poniéndose serio.
¿Se preocupaba por ella? Primero no supo qué contestar a lo que él le acababa de decir, pero en cuanto su mente reaccionó se sintió furiosa. La estaba tratando como a una niña pequeña.
—Ya no soy una niña —le dijo—. Lo creas o no, he crecido en estos diez últimos años.
—Eso ya lo veo.
—Pues acostúmbrate, Pedro. Soy una mujer adulta.
—Me doy cuenta —contestó él—. Créeme —murmuró.
—Sé lo que hago. Mi padre fue mi maestro, y Javier se encargó de todo cuando él se fue. Me gustaría que empezases a tomarme en serio...
—Tranquila —dijo él alzando las manos—. Ya me he dado cuenta.
—Pues yo creo que no. Actúas como si fueses mi hermano mayor, y no necesito uno. Puedo cuidar de mí misma.
—¿A quién intentas convencer? —le preguntó Pedro.
—A tí —dijo ella saliendo del granero con la horca en la mano.
—¿Vas a usarlo contra mí? —le preguntó él mirando los afilados dientes de la horca.
—Sí, si es necesario —dijo ella sin poder evitar sonreír.
—Entonces, ¿Por qué no estás tú con los toros?
—Javier le está enseñando a Gastón, y dice que yo le estorbo.
—Hay mucho trabajo que hacer por aquí, y además, Texas es bastante grande. ¿Quién se iba a imaginar que la gente estorba?
—Tenía que hacer cosas aquí en el granero —replicó ella.
—¿No has contratado a nadie para esto?
—Sí, pero no empiezan hasta mañana —dijo Paula—. El resto del personal son del equipo de rodeo del instituto y ahora están de exámenes —añadió—. Tendrán mucho trabajo cuando empiecen las actividades turísticas: explicar a los clientes todo lo que quieran saber sobre los caballos, enseñarles a montar, manejar el lazo... —
¿Y tú qué harás mientras tanto? —le preguntó Pedro.
—Yo soy quien dirige todo esto, quien se encargará de que todo marche bien en el rancho; organizaré actividades y excursiones. Me encargaré de los grupos de los niños. Quizá monte un pequeño corral donde puedan acariciar y alimentar a los animales. Taylor se dirigió al cuarto de las herramientas para dejar la horca. Cuando salió, se sorprendió al ver que Mitch la estaba esperando.
—Has pensado en todo —le dijo él.
«No en todo» se dijo ella. No se había parado a pensar en cómo se sentiría al verlo de nuevo, y menos aún, al tenerlo bajo su mismo techo. Aquella mañana, Paula se había despertado con una sensación de expectación que hacía mucho tiempo que no sentía. Se decía constantemente que Pedro no era más que su cobaya, con quien probaba las cosas antes de que llegasen los primeros clientes, pero no conseguía que su corazón lo aceptase. Se había sentido muy feliz hasta que él le habló de su compromiso; aquello había sido como un jarro de agua fría, porque significaba que Pedro había estado enamorado de otra persona. No vuelvas a cometer el error de enamorarte de Pedro Alfonso, se dijo a sí misma, y recordó las palabras de su padre: un error es aceptable, pero cometer dos veces el mismo es de tontos. La primera vez ella era una niña, pero ahora era una mujer, y sería mucho más doloroso.
—¿Me buscabas por algo en concreto? —le preguntó.
—He llamado a una periodista amiga mía para hacer una entrevista sobre el campeonato. También vendrá un fotógrafo.
—¿Cuándo?
—Pasado mañana —contestó Pedro.
—Me parece bien —dijo ella—. ¿Va a incluir en el artículo del rodeo algo sobre el rancho como centro turístico?
—Sí.
De repente, Paula se dió cuenta de lo que aquello significaba.
—¿Vas a empezar a promocionar el rancho tan pronto? —le preguntó—. ¿Solo llevas aquí un día y ya vas a alabar públicamente mis servicios?
—El desayuno ha sido estupendo —dijo él sonriendo. Ella lo miró con escepticismo.
—Si es lástima, no la quiero.
Pedro negó con la cabeza.
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