-La semana que viene tendrás las fotos -le dijo Ramiro a Pedro.
Luego, ayudado por su amigo, se dedicó a cargar el equipo en el coche. Paula decidió quedarse donde estaba en vez de dirigirse al taller. Pedro había tenido que ayudarla a subirse a la mesa de trabajo, delante del espejo, para que Ramiro la fotografiara convenientemente... y no estaba muy segura de poder bajarse sin romperse el cuello en el proceso.
Ramiro se despidió de ella haciéndole un guiño:
-Mantén a raya a este tipo. Necesita una buena mujer que lo dome.
Paula sonrió, turbada.
-No es del tipo de hombres que se dejen domar.
Cuando se hubo marchado el fotógrafo, Pedro se reunió con ella. Al ver los esfuerzos que estaba haciendo para bajar mientras se recogía el velo con una mano, le preguntó sonriente:
-¿Necesitas que te eche una mano?
-Por favor. Ésta es la peor de mis pesadillas. Ya le dije a la mujer que me encargó este dichoso vestido que no era nada práctico.
-Ven aquí -Pedro hizo a un lado el velo, tomándola de la cintura-. Yo te rescataré.
Y la levantó en vilo. Paula se agarró a sus hombros para conservar el equilibrio mientras él giraba y retrocedía unos pasos, antes de bajarla al suelo.
-Gracias. Si salgo de ésta... ¡te juro que jamás en la vida volveré a ponerme un vestido de novia otra vez! -exclamó riendo.
-¿Estás segura de eso? -la voz de Pedro sonaba divertida, suave y profunda, pero Paula no tuvo oportunidad de replicar; de inmediato la besó en los labios, abrazándola posesivamente.
-¡Pedro, espera! Tengo que quitarme este vestido.
-No lo hagas. Me inspira.
-¿Te inspira?
-Cásate conmigo -la besó de nuevo, acercándola hacia sí.
-¿«Qué»? ¿Acaso todos estos vestidos te han sorbido el cerebro?
-Quizá -le acunó el rostro entre las manos con infinita ternura-. Pero lo digo en serio. Cásate conmigo, Paula. Formaremos un magnífico equipo.
Paula pensó que sólo Pedro podría hacer una proposición de matrimonio como si te tratara de una oferta deportiva. Pero en aquel instante se sentía mareada de placer mientras él seguía besándola tentadoramente, acabando con sus últimas resistencias. -Aún no me has contestado...
-Lo sé.
Pedro la besó de nuevo, haciendo todo lo posible por seducirla.
-Cásate conmigo.
Cuando él se apartó levemente, Paula vaciló pensando que aquello no era justo.
Pedro le estaba ofreciendo la luna, pero ella sabía que todo aquello no era más que una ilusión. No la amaba, aunque ciertamente le había demostrado una y otra vez que sí la deseaba, Y la necesitaba. Recordaba bien los consejos de Florencia acerca de que no concibiera vanas esperanzas; y Zaira le había comentado que Pedro podría casarse otra vez ahora que tenía una hija a la que cuidar. ¿Podría vivir con él, amarlo, sabiendo que se había casado con ella por razones puramente prácticas y no por pasión? En el fondo de su corazón, ya había respondido afirmativamente a su pregunta la primera vez que hicieron el amor, comprometiéndose para siempre con él.
Pero la verdadera pregunta no era si quería o no quería casarse con Pedro. Más bien, Paula tenía que preguntarse a sí misma si podría aceptarlo como marido durante el resto de su vida, sabiendo que jamás podría amarla. La posibilidad de un engaño significaba una amenaza real. Pero, por otro lado, lo amaba.
-De acuerdo, me casaré contigo.
Cuando terminó de pronunciar aquellas palabras, Pedro se quedó completamente inmóvil, como si se hubiera convertido en una estatua de mármol. Entonces aspiró profundamente, echó la cabeza hacia atrás y gritó de alegría, muy alto. Parecía un lobo aullando de gozo.
-¡Shhh! ¡Vas a despertar a Valen!
Se estaba riendo cuando Pedro volvió a besarla en los labios y la levantó en vilo. Su boca parecía un animal fiero y hambriento devorando a su presa. Luego se volvió para sentarla en el banco de trabajo del taller, sin dejar de besarla; empezó a acariciarla por encima del vestido, deslizando las manos por su corpiño de satén, hasta que las introdujo por el escote redondo y se apoderó de sus senos. Se le endurecieron los pezones ante su contacto, y a punto estuvo de caer del banco cuando Pedro bajó la cabeza para succionárselos, arrancándole un grito de placer.
Sin pensarlo, Paula se apoyó en ambas manos para sentarse en la mesa. Pedro, sin perder un solo segundo, empezó a levantarle la enorme falda blanca removiendo inexorablemente cada barrera de ropa que encontraba en su camino. Luego, de pronto, pareció desaparecer delante de sus ojos mientras se agachaba para besarle los muslos desnudos; a través de la tela de su ropa interior, Paula podía sentir sus ardientes besos, su aliento y su lengua lamiendo con insistencia el satén, humedeciéndolo en aquella desesperada búsqueda de su esencia. Con las manos apoyadas en los muslos le abría las piernas sometiéndola a sus hábiles caricias, hasta que encontró el vibrante botón de su deseo y empezó a torturarlo con devastadora precisión. Entonces ella gritó, echando la cabeza hacia atrás y procurando incorporarse, suplicándole que mitigara su anhelo.
Pedro se levantó en ese instante, se quitó los pantalones y la despojó de la ropa interior, haciéndola a un lado con rapidez. Por un segundo Paula bebió su mirada cuando se inclinaba sobre ella, guiándose con una mano hacia su sexo sin la menor vacilación. Luego, sin detenerse, agarrándola firmemente de las caderas, entró en ella y sus cuerpos se fundieron en uno solo. Paula quedó tumbada de espaldas sobre la mesa, convulsionada de placer, suplicándole con palabras incoherentes que le diera lo que tanto necesitaba.
Buenísimos los 4 caps. Cómo se enojó Pedro cuando Paula le dijo que no le importaba jajajaja.
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