A Facundo lo conoció en la universidad de Georgia.
- Facundo: ven a California conmigo, Paula- .
Le propuso y lo hizo parecer tan atractivo como un paseo por un parque de atracciones. Se mudaron, ambos estudiaban en la universidad y trabajaban. Pero al cabo de un mes tan sólo, Facundo renunció a su empleo y apenas se sostuvieron de lo que ella ganaba en su trabajo de media jornada. Luego, sutilmente, más cosas cambiaron. A Facundo solo le importaba la facultad de leyes. Estudiaba de día y de noche y pasaba más y más tiempo con otros estudiantes de derecho.
En la distancia por fin comprendió, que la reacción de Facundo ante el anuncio de que estaba embarazada fue la gota que derramó el vaso. Unos días después de informarle de los resultados de la prueba casera de embarazo que ella misma se había hecho, encontró un sobre en la mesa del apartamento. Contenía cinco billetes de cien dólares, la dirección de una clínica y una nota: " Lamento no poder acompañarte, pero tengo un grupo de estudio esta noche y un examen mañana. Este dinero es para que arregles el asunto. Hablaremos luego".
Arreglar el asunto. Se refería a Felipe. Paula se sentó ante la mesa y leyó la nota tal vez veinte veces, contó los rígidos billetes de cien dólares y dejó caer la cabeza para llorar.
Eso fue lo que le ocurrió a la antigua Paula, ese día creció de golpe. Aún guardaba dos de los billetes originales de cien dólares para casos de urgencia.
Pensó en el doctor García y en su amabilidad, en la cerradura nueva en la puerta. En la manera que la miraba cuando ella le hablaba... expectante y respetuoso.
- Angela: te vas a enamorar de él, todos se enamoran de sus terapeutas-. Le había asegurado su amiga.
- Paula: yo no me voy a enamorar. -. Estaba muy segura de ello y un poco molesta por Angela insinuarlo, pero en cierta forma él la había conquistado, con su amabilidad, y aunque pocas, con sus palabras.
- Pedro: cuénteme -. Fue todo lo que le pidió y ella se lo había contado todo. Le ayudó a soportar una carga que ya le estaba resultando demasiado pesada para llevarla sola siquiera un segundo más.
- Pedro: ¿cómo se siente? -. Le preguntó cuando terminó de hablar.
Y ella le soltó lo primero que se le ocurrió.
- Paula: como un soldado que ha estado de guardia solo, y que por fin logra descansar porque hay alguien más con él.
Y luego él la miró con aquellos ojos amables y dijo:
- Paula: está bien, descanse.
Y aunque no estaba enamorada, eso sería ridículo, ahora se daba cuenta de por qué Angela le había dicho aquello.
Mientras observaba los edificios bajos y cuadrados de las fábricas que surgían de entre la niebla matutina, se preguntó que haría cuando se terminaran las sesiones. Tal vez el doctor García, Pedro, querría seguir siendo su amigo.
Asintió y guardó en su interior aquel pensamiento reconfortante. Aunque no tenía la certeza de que fuera a ser así, por el momento era suficiente para ella. Además, lo vería... consultó el reloj sobre la vieja cocina... en exactamente cinco horas.
El doctor García tenía muy buen aspecto ese día. Levaba otra vez unos pantalones vaqueros, una camisa de algodón azul con blanco y botas, un poco menos toscas que las de antes. Cuando Paula llegó, la estaba esperando en la entrada del consultorio y ella pudo ver a espaldas de él, a dos hombres de traje azul que medían y marcaban las paredes.
- Pedro: como habrá visto, están trabajando en el consultorio.
Paula asintió y el mundo se le vino abajo. Se preparó para lo que seguiría y se preguntó por que habría roto su primera regla: no anticipar las cosas. Uno siempre acaba decepcionandose.
- Pedro: bueno (mientras la miraba con tranquilidad) ¿Le gustaría ir a tomar un café?.
Paula sintió como si una burbuja transparente subiera desde su abdomen y explotara en el aire en forma de risa. Entonces, el doctor García, sonrió, pero no pronunció palabra. Solo parecía un poco perplejo.
- Paula: claro, me gustaría mucho.
- Pedro: ¿de que se ríe? -. Le preguntó mientras se dirigían al ascensor.
- Paula (con una sonrisa): de nada, de mí misma.
El doctor García mantuvo la puerta de la camioneta de su cuñado para que ella subiera. Le explicó que se la había prestado mientras duraba el proyecto en el que estaba trabajando.
- Pedro: Paula, ¿Alguna vez ha visitado la plaza Ghirardelli?.
Paula movió la cabeza y respondió que no.
El doctor García apreció satisfecho con su respuesta e hizo dar vuelta la camioneta para dirigirse hasta allí.
El camino colina abajo, Paula miró a su alrededor con los ojos con que había decidido contemplar la ciudad a partir de aquel omento: como si fuera uno de aquellos turistas que se apiñan en las esquinas, a la espera de cambio de luces en el semáforo. De hecho decidió que así vería todo: desde la calle en la que vivía hasta su jefe en el trabajo. Descubrió con asombro, que las cosas pueden cambiar. Que pueden transformarse y avanzar.
Hermosos capítulos! Ay! cuando Pau se entere de lo que está haciendo Pedro!
ResponderEliminarAyyyyyyy, qué despelote se va a armar cuando Pau se entere que Pedro no es el doctor jaja. Me encanta esta historia!!!!!!!
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