El doctor García le sonrío.
-Pedro: Paula, ¿me permite quedarme un momento a solas con el señor Brinnon?
- Paula: claro -. Ella se calmó, se puso de pie y salió al pasillo con toda la dignidad que pudo.
Pedro habló con el señor Brinnon uno o dos minutos. Cuando salió, le hizo una seña para que volviera a entrar.
- Pedro: (sonriéndole) todo está bien, tiene algo que decirle.
Esta vez fue él el que esperó en el pasillo.
- Sr Brinnon: le ofrezco una disculpa, señora Chaves. Me he comportado muy mal con usted. No volverá a suceder. Puede tomarse el tiempo que sea necesario para la operación de su hijo. Hablaré con personal hoy mismo para arreglar lo de sus prestaciones y también pediré que le den un aumento. ¿Le parece bien si hablamos mañana para ultimar los detalles?
- Paula: claro que me parece bien, ¿a qué hora quiere que venga mañana? -. No podía creer que estuviera diciendo aquello.
- Sr Brinnon: ¿Qué tal después de que vuelva de su almuerzo? Así me dará tiempo para realizar el papeleo por la mañana.
Paula asintió. Los ojillos redondos de Brinnon se veían un poco vidriosos.
- Sr Brinnon: y, señora Chaves, ¿por qué no se toma usted el resto del día libre?. Con goce de sueldo por supuesto.
Ella volvió a asentir con la cabeza, se volvió y salió de la oficina sin mirar atrás. El doctor García debió de haber escuchado desde el pasillo, porque le sonreía.
- Pedro: ¿y bien?, ¿no se siente mejor ahora?
Paula no daba crédito a lo que estaba ocurriendo. El doctor la llevó hasta una tienda y escogió una brillante cerradura de seguridad para la puerta principal y algunas protecciones que se ponen en las ventanas para evitar que entren los ladrones. También puso en el carrito un par de alarmas contra incendios.
- Pedro: ¿hay algo más en la casa que necesite arreglo? -.
Preguntó y Paula soltó sin poder evitarlo que el goteo del grifo de la bañera la estaba volviendo loca. Tan pronto exteriorizó su queja se sonrojó, pero el doctor García se mostró complacido y se dirigió a la sección de fontanería. Paula le vió pagar avergonzada.
- Pedro: no hay problema, las mejoras en la calidad de vida van incluidas en el costo del Arreglo de vida.
Volvieron a subir al vehículo y ella ya casi se había acostumbrado a la idea de ir junto a él, de hecho, durante el viaje de regreso a la bahía, sostuvieron una charla amistosa.
- Pedro: ¿dónde está su hijo?
- Paula: en una guardería cerca de aquí
- Pedro: ¿quiere pasar a recogerlo?
Paula estaba sorprendida, ¿sería parte de la terapia?
- Paula: sí, me gustaría mucho -. Le aseguró mientras imaginaba el rostro de su hijo cuando la viera llegar en un auto para llevarlo a casa.
- Pedro: bien, y Paula... hoy no me siento con ánimos de que me llame doctor García.¿Por qué no intenta llamarme Pedro?
- Paula: claro, pero pensé que se llamaba Gabriel.
- Pedro: sí, Gabriel Pedro , pero prefiero que me llamen Pedro-. Es todo lo que atinó a decir.
- Paula: muy bien, por supuesto... Pedro.
Se pasaron la tarde instalando cerraduras y arreglando las goteras. El doctor García sacó un taladro y una caja de herramientas de la camioneta de su cuñado. Felipe lo seguía muy de cerca. Los dos hicieron varios viajes de la camioneta al apartamento y en uno de ésos, mientras Paula revisa la correspondencia, el señor Jacobsen asomó la cabeza desde su puerta.
- Sr Jacobsen: ¡¿qué es todo ese martilleo?!-. Reclamó con la frente arrugada y a punto de discutir con Paula cuando el doctor García y Felipe aparecieron en la puerta del frente.
- Pedro: hola, sólo estoy instalando una cerradura nueva para mi amiga aquí presente. Me pregunto si a usted le interesaría que le instalara una cerradura similar a su puerta. Son mucho más seguras que las que tienen ahora.
- Sr Jacobsen: ¿y cuánto me va a cobrar?
- Pedro: absolutamente nada.
Paula se quedó de una pieza al oír que el señor Jacobsen estuvo de acuerdo.
- Pedro: me dará mucho gusto hacer lo mismo por todos los vecinos de este edificio. Nos pondremos de acuerdo en la fecha en que lo haremos antes de que me vaya-. Concluyó el doctor García y el señor Jacobsen hasta inclinó la cabeza frente a Paula y luego cerró la puerta de su apartamento.
- Paula: eso ha sido sorprendente-.
Susurró Paula cuando los tres subían las escaleras de regreso a su apartamento. Preparó sopa de verduras y emparedados de queso a la plancha; entre tanto, Pedrole leía a Felipe. La comida estuvo lista y pasaron un muy buen rato sentados en torno a la pequeña mesa de fórmica, mientras comían y reían.
Como había prometido antes de irse, Pedro hizo que Paula le llevara con cada uno de sus vecinos y se ofreció a volver el siguiente viernes para instalar cerraduras en puertas y ventanas; además sugirió que iniciaran un programa de vigilancia en el edificio para que pudieran cuidarse unos a otros.
- Luisa: es un joven muy agradable, ¿Dónde lo conociste?.
- Paula: ehh, nos presentó una amiga.
- Pedro: bueno, entonces adiós- se despidió de pie en la puerta de Paula, con el cinturón de herramientas colgado del brazo. Felipe se apoyaba una y otra vez contra las rodillas de Pedro.
- Paula: Felipe no hagas eso, cariño.
- Pedro: está bien Paula-.
En un instante, Felipe estaba de cabeza, el doctor lo sujetaba de los pies y lo columpiaba suavemente de un lado a otro. El cabello electrizado de Felipe se abría en abanico y el pequeño no dejaba de reír. Paula comenzó a reír también.
- Pedro: bueno ya ha sido suficiente-. Felipe protestó, pero Pedro lo enderezó y le colocó las gafas que le colgaban de lado.
- Pedro: volveremos a hacerlo, pero me has dejado agotado.
- Felipe: ¿me lo prometes?
- Paula: ¡Felipe!
- Pedro: ¡sin duda alguna!. Está bien Paula, me agrada Felipe.
Los ojos de Felipe se entrecerraron tras las gafas por la enorme sonrisa que le invadió el rostro y Paula se sintió tan contenta como no se había sentido en años, pero al mismo tiempo, la asaltó un ligero temor.
Por fin, después de hacerla prometer que mantendría la puerta cerrada con llave aunque estuviera en casa, el doctor soltó a Felipe, le revolvió el cabello y se despidió. Paula le dió a su hijo su medicamento, lo metió en la cama y lo arropó. Después como si estuviera en medio de un sueño del que no quería despertar, se sentó en el sofá.
“Qué día". Recordó todo lo que había pasado y sonrió. Siempre que pensaba en el doctor García la recorría por dentro una sensación de calidez. Todo lo hacía bien, las cosas prácticas, como lo que hizo por ella en el apartamento, pero también admiraba su sabiduría. Recordó la forma en que le habló al señor Brinnon, supo exactamente qué decir y cómo decirlo. Y le gustaba el modo en que trataba a su hijo.
Movió la cabeza de un lado a otro. No le haría ningún bien encariñarse con él, recapacitó. El doctor García era su médico, autor de libros para ayudarse uno mismo, ¡por el amor de Dios! De hecho, recordó no sin cierto sentimiento de culpa que se esperaba de ella que comprara los libros del doctor. Decidió que los compraría el día de pago.
Había quedado en llamar a Angela esa noche, sus pensamientos alegres se congelaron al recordarlo, pues anticipaba problemas. Seguramente que Angela no aprobaría el modo en que ella y el doctor habían ocupado el tiempo de terapia, de forma muy diferente a la suya. Sabía que le molestaría mucho no haber recibido la misma atención personalizada. Paula se levantó y se dirigió al teléfono para hablar con su amiga, tratando de decidir qué era lo que le diría, mientras cruzaba la habitación se olvidó, por el momento, de cualquier deseo de leer los libros del doctor García.
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