Traseros Desnudos
Hábiles. Masculinos. Fuertes. Moviéndose rítmicamente al compás de la música.
Aquí. Allí. Mirara donde mirara Paula Chaves, allí estaban. Había traseros por todas partes, traseros cubiertos tan sólo por unos diminutos tangas.
Madre de Dios.
Atravesó la muchedumbre de mujeres que gritaban “Muévete, guapo, muévete” y que llenaban Traseros Desnudos, un selecto club de striptease situado en el centro de Phoenix y donde sólo se permitía la entrada a las mujeres. Paula estaba pasando por un largo período de sequía sexual, por lo que la visión de aquellos exquisitos ejemplos de masculinidad la hacía sentir… algo… necesitada.
La selección de hombres era impresionante. No le resultaría difícil encontrar un bailarín para la fiesta de despedida de soltera de su hermana, como muy bien le había dicho su vecino Pedro Alfonso.
Con el que, por cierto, había tenido una conversación un tanto extraña.
Esa mañana Paula había estado sacando de su Mini Cooper las cosas para la fiesta y, justo en el peor momento, se le había roto una bolsa y se le había caído todo al suelo. La acera había quedado cubierta de preservativos que brillaban en la oscuridad, esposas de terciopelo…
Al ver que Pedro acudía a ayudarla, Paula había estado a punto de echarlo para evitar que viera todos aquellos regalitos. Sabía que su vecino se azoraba con facilidad, pues cada vez que la veía en bikini por la piscina de la comunidad, se ponía a tartamudear y ni siquiera era capaz de mirarla a la cara. Y cada vez que ella se quejaba de su inexistente vida sexual, se le ponían las mejillas del color de la remolacha.
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