lunes, 30 de marzo de 2015

El Simulador: Capítulo 10

En general pensó Pedro aquella semana había sido bastante buena, no había cometido ninguna equivocación grave, y aunque su personificación del doctor Gabriel García era bastante mala y en sus momentos lúcidos no concebía como Paula Chaves podía creerla, estaba agradecido de que así fuera. A ese paso la tendría lista para seguir por su cuenta muy pronto, y después él podría regresar a su existencia de siempre.
Condujo por el camino de grava para alejarse del pequeño claro en el que estacionaba su remolque, poseía ocho hectáreas de prado y robles atravesados por un arrollo poco profundo que corría por sus tierras a gran velocidad y se detenía para burbujear sobre un lecho rocoso y luego caer un corto trecho en una pequeña cascada. Un terreno en verdad encantador, había vivido ahí solo durante los siete años que llevaba en el negocio. Siempre pensó en construirse una casa pero por alguna razón el proyecto siempre se aplazaba, aunque no sabía con certeza qué era lo que esperaba.
Por el momento vivía muy cómodo en su hogar temporal, un remolque de ancho normal, un poco viejo por fuera, pero realmente cómodo. Contaba con una sala grande, cocina, baño y un dormitorio. Todo lo necesario, hasta un televisor aunque no lo veía mucho. Por lo general, al llegar del trabajo, leía un poco de vez en cuando, se calentaba una cena congelada o preparaba unos huevos revueltos y se iba a dormir.
Detuvo la camioneta al lado del arroyo y bajó un momento, se acercó al agua y la oyó antes de acercarse. Le encantaba cómo serpenteaba la pequeña corriente entre los viejos y retorcidos sauces y robles. Pedro conservó allí los enormes robles con la idea de que uno de ellos sería perfecto para hacer un columpio algún día. Sonrió un poco para sí, y regresó a la camioneta mientras consultaba su reloj. Tendría que apresurarse o su madre se iría, se puso muy contenta cuando él le aseguró que iría por ella, pero si él se retrasaba, se marcharía sola. No le gustaba llegar tarde a la iglesia, puso en marcha la camioneta y condujo más rápido de lo debido.
El pueblo de Clover Creek, de cuatro manzanas con tiendas una al lado de otra, está situado en mitad de una zona de pastizales en el norte de California. Los padres de Pedro, al igual que un centenar de lugareños, se ganaban el sustento comerciando con los diversos productos del ganado vacuno. La casa de sus padres era una enorme extensión de ochenta y cuatro hectáreas de pastizales y bosques: más de cien vacas lecheras, unas setenta terneras para sustituirlas, unos cuantos pollos, perros, gatos y la obligatoria huerta y el jardín.
Pedro condujo por el camino lleno de baches que llevaba a la casa y tomó nota mental de traer una carga de grava para la entrada. Echaba de menos a su padre Horacio Alfonso, había muerto diez años antes de un ataque cardíaco que le sorprendió descansando en el columpio del porche después de un día de trabajo.
Al entrar en el patio, Pedro pensó que no se le ocurría una mejor manera en la que su padre hubiera podido partir que sentado en el porche de su propia casa, mirando el sitio que había construido. Se había dado por hecho que Agustín , el hermano de Pedro, se quedaría para administrar la granja, lo que fue un gran alivio para Pedro, pues no le atraía ese tipo de labor.
Pedro asistió a la universidad, lo que no resultaba extraño en Clover Creek, pero tampoco era demasiado común. Estudió historia y literatura y después de graduarse todo el mundo se sorprendió cuando empezó a trabajar en la constructora en lugar de dar clases o hacer un máster.
Pedro detuvo la camioneta en el patio de sus padres y pudo ver a su madre sentada en una silla del jardín con su vestido azul favorito y la Biblia en el regazo, esperándole. Pensó que su madre era deliciosamente anticuada, el cabello se le había puesto casi todo gris, no usaba ni un poco de maquillaje, salvo por un poco de carmín, tenía algunos kilos de más que, a los ojos de Pedro , le daban un aspecto gentil y amable. No había nada áspero en la apariencia de su madre, aunque miró con cierto enfado el reloj cuando él detuvo la camioneta y bajó de un salto.
- Ana: ya me iba a ir sin tí.
- Pedro (dándole un beso en la mejilla): sabías que llegaría
- Ana: tarde o temprano
La llevó a la iglesia, donde se reunieron con la mayor parte del resto de la familia: su hermano Damián con esposa e hijos, Carolina la hermana de Pedro, su marido Manuel y sus hijos. El hermano menor, Pablo no se encontraba en el pueblo, sino en la universidad.
Pedro se acomodó en un banco, su mente viajó a kilómetros de distancia, se preguntó que harían Paula y su hijo los domingos por la mañana, si irían a la iglesia o si sólo se quedarían en casa preparando panecillos y leyendo cuentos en el sofá, como lo había hecho él con Felipe el otro día mientras ella preparaba la cena. Pedro sonrió al recordar las mejillas redondas de Felipe y sus ojos azules, detrás de unas gafas que eran casi tan grandes como su cara. El sermón terminó. Pedro salió de su ensimismamiento, musitó un amén e inclinó la cabeza para recibir la bendición.
- Ana: estás muy callado-.
Dijo cuando volvían a casa para la comida del Domingo. Los demás ya se habían adelantado, excepto Samuel que tenía que ir a trabajar después de la iglesia.
- Pedro: solo pensaba
Ella asintió y lo dejó en paz. Era una de las cosas que más le gustaba de su madre, le daba su espacio.
Ya en la casa, después de almorzar, Pedro y Agustín se sentaron a ver el partido. Pedro podía oír el murmullo de las voces de las mujeres, que provenían de la cocina. Apoyó la cabeza en el respaldo del sillón y soñó despierto, conducía una camioneta rumbo a Disneylandia, con niños en la parte posterior, en el asiento delantero, a su lado, iba Paula Chaves.
- Carolina: ¡¿Qué estás haciendo qué?!-
Fue la primera en reaccionar después de que Pedro les contará que había estado haciéndose pasar por el doctor García.
- Pedro: será por poco tiempo
Su madre se volvió hacia él desde el fregadero, donde enjuagaba el último plato de la comida.
- Elena: pero esa no es la cuestión, Pedro, tú  no eres así. Sé que tu intención es buena, pero... ¿ya has pensado en lo que ocurrirá cuando ella se entere?
Nunca debió comentarlo, pero deseaba llevarla allí. Sería algo que le haría bien, casi podía imaginar a Paula Chaves sentada ante la mesa del comedor, participando en la conversación sencilla de su hermana y su cuñada, además, resultaba fácil imaginarse a Felipe corriendo por todas partes con sus sobrinos y sobrinas. Había pensado en llevarla, el siguiente Domingo, eso desató el problema que tenía ahora.
- Pedro: no se va a enterar, no les estoy pidiendo que mientan, sólo que no hablen de mi trabajo para nada.
- Ana: pero corazón, la casa está llena de cosas que te delatarían.
Pedro pensó un momento en los trofeos deportivos y en el título de la Universidad, junto con las fotos suyas y de sus hermanos en la sala, el estudio y el recibidor.
- Pedro: no necesariamente, no creo que ella piense que broté de la cabeza de Zeus o algo así. Sabe que debo tener una familia… madre, tendrías que guardar mi título de la Universidad y ya, y no darle ninguna información. Si les hace preguntas, dejen que yo responda.
Su madre se volvió otra vez hacia el fregadero y movió la cabeza de un lado a otro.
- Ana: bueno, corazón mío, lo único que puedo prometerte es que haremos lo que podamos.
Agustín se apoyó contra el frigorífico, con los brazos cruzados y una gran sonrisa.
- Agustín: ¡esta vez sí que te has lucido!-. Fue todo lo que comentó, su esposa Cecilia, tomó otro sorbo de café y no quiso mirar a Pedro a los ojos.
- Carolina: una pregunta nada más Pedro.
- Pedro: dime-. Contestó ya un poco molesto.
- Carolina: ¿Qué vas a hacer cuando terminen las tres semanas? Primero tomas bajo tu protección de manera condescendiente a esta chica como si se tratara de un proyecto, haces que por fin se sienta bien al tener a alguien que esté ahí para ayudarla y luego, después de tres semanas, le dirás " lo siento, todo era mentira, pero no te sientas mal, lo hice por tu propio bien".
Pedro tuvo que admitir que Carolina acababa de expresar lo que él había sabido todo el tiempo, y a lo que nunca quiso enfrentarse debido a los cálidos sentimientos  que Paula le inspiraba y a su ciega y tal vez errónea idea de que al final las cosas funcionarían.
- Carolina: ¿Qué harás entonces Pedro?-. Insistió ella.
Su madre desde el fregadero le dirigió a Carolina esa mirada tan especial... la única que conseguía aplacarla. Enseguida se quitó el delantal, lo colgó en un gancho y se sentó ante la mesa.
- Ana: Pedro, solo quiero decirte una cosa.
- Pedro: dime ma
-Ana: ¡Oh, Qué red tan intrincada tejemos!

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