sábado, 28 de marzo de 2015

El Simulador: Capítulo 3

La sensación más extraña que había experimentado en su vida inundó a Paula al salir del consultorio del doctor García. La sentía en el pecho, justo debajo de las costillas. Puso ahí la mano y casi pudo sentir su luz y tibieza.
Su amiga Angela tenía razón, el doctor García era sorprendente. Tuvo la impresión de haber sido egoísta por ocupar tanto tiempo del doctor y se sentía un poco culpable por permitir que Angela  pagara la terapia. Eso le recordó que el doctor no le había cobrado. Seguramente Angela  le había mandado un cheque, pero tendría que preguntárselo. Nunca antes había ido a un psicólogo, así que ignoraba sobre todo el manejo de esos asuntos. La idea misma le resultaba extraña.
El doctor García, parecía más un amigo amable y gentil que un especialista al que se le iban a pagar mil dólares por enderezar su vida.
Desechó de su mente los mil dólares y saboreó otra vez la sensación cálida que la recorría: el consuelo que le transmitió el doctor García. Sentada en aquel cómodo sofá blanco de cojines blancos y rodeada por cuadros de arte abstracto, le había contado toda su vida.
Le habló de cuando llegó de Dawson, en Georgia, con Jeff, para estudiar pintura, de cómo tuvo que dejar la escuela para trabajar la jornada completa al quedarse embarazada, y de su separación; le confesó lo decepcionados que estaban sus padres, le habló de su espantoso trabajo, de su pesar porque Felipe, su pequeño de cuatro años, crecía sin padre, del acoso sexual que sufría por parte de su jefe y hasta de la diaria irritación que le provocaba vivir un piso más arriba del señor Jacobsen.
El doctor García no era en absoluto lo que ella esperaba, se había sentado allí, a centímetros de sus rodillas, con su ropa sencilla, y sólo la escuchó hablar y llorar. Sin embargo, tenía los ojos más dulces, claros y francos que había conocido.
¡ Y pensar que estuvo a punto de cancelar su cita! Aún después de haber oído todas las cosas buenas que Angela le contó sobre el Arreglo de vida para animarla. Por poco cancela la cita la noche anterior, mientras limpiaba la bañera con Felipe sujeto a su espalda.
- Paula: no necesito un psicólogo. -
Susurró para sí la noche anterior cuando restregaba las manchas de óxido de la bañera y giraba varias veces el grifo para que dejara de gotear. Lo que necesitaba era alguien que le arreglara la casa o por lo menos un fontanero.
Incluso esa mañana, cuando como de costumbre la vida le impedía hacer lo que quería, pensó en renunciar a su cita. Despertó de un sueño profundo alrededor de las cuatro de la mañana y encontró a Felipe  de pie frente a ella. Se sorbía la nariz y había estado llorando. De nuevo tenía dolor de oídos y la garganta irritada. Le dió una pastilla de Tylenol infantil, lo envolvió en una manta de la lana y los dos se quedaron dormidos en el sillón reclinable de la sala porque a Felipe le disminuía el dolor de oídos cuando estaba sentado.
Un mes antes, el pediatra de la clínica, le indicó por un lado, que Felipe necesitaba unos tubos en los oídos para igualar la presión, y por otro, le recomendó que se le extirparan las amígdalas. Paula  permaneció expectante porque no tenía seguro médico. El pediatra entonces le sugirió una última estrategia, le recetaría dosis bajas de antibióticos, pero tampoco dio resultado.
Desde el sillón de la sala Paula no oyó sonar el despertador a las seis y eran casi las siete y media cuando despertó y a las ocho tenía que estar en su trabajo. No le importó, de todas maneras iba a llamar para avisar que se sentía mal. Así podría llevar a Felipe al médico.
El señor Brinnon (su jefe) la pondría a prueba, como le había advertido la última vez que dijo que estaba enferma cuando Felipe tuvo gripe y luego le ofrecería olvidarse de todo si aceptaba comer con él "para hablar al respecto".
Paula trató de imaginar lo que sería ir a comer con el señor Brinnon, pero no quería ni pensar cómo sería acceder a cualquier cosa que a él se le ocurriera. La sola sensación de aquellas manos húmedas apoyadas en su brazo cuando se inclinaba a revisar su trabajo bastaba para estremecerla.
Mientras le preparaba el desayuno a su hijo, evitó pensar en la amenaza de despido del señor Brinnon si no "controlaba su problema de absentismo". Con un repentino acceso de furia se dio cuenta de que no tendría ningún problema de absentismo si el banco le hubiera dado los permisos por problemas de salud y las vacaciones que se suponía eran parte del empleo que había aceptado.
Paula le llevó el desayuno a Felipe, quien miraba dibujos animados apoyado sobre unas almohadas en el sofá de la sala, como un pequeño rey cubierto con la manta. El niño tenía las redondas mejillas un poco encendidas aquella mañana y los ojos azules le brillaban detrás de las gafas.
- Paula: aquí tienes camarada.
Le tocó la frente, ya no tenía fiebre. Pero de cualquier forma tendría que llevarlo al médico para que le cambiaran el antibiótico y le dieran fecha para la operación. A la noche llamaría a sus padres para pedirles dinero, una oleada de temor la recorrió de sólo pensarlo, pero no le hizo caso.
Alisó el cabello de su hijo mientras llamaba al señor Brinnon. Él guardó un silencio amenazador cuando Paula le habló y le comentó que tendría que tomarse el día libre porque tenia que llevar al médico a su hijo. Luego sus peores temores se confirmaron.
- Señor Brinnon: ¡le recuerdo que está usted a prueba, señora Chaves. Si en los siguientes tres meses falta aunque sea una vez, por la razón que sea, no se moleste en volver!. - Y luego colgó.
Paula sintió que caía en un abismo. De pronto llegó al límite. Sintió como si tiraran de ella para alejarla de Felipe y de  lo que él necesitaba, de las cosas que tenía que hacer para mantenerlo; sus padres la llamaban y la hostigaban para que volviera a casa y lo mismo ocurría con Angela, quien se suponía que era su amiga. Se dió cuenta de que estaba perdiendo el control y fue entonces cuando decidió asistir a la consulta del doctor García.
Dejó a su hijo con su vecina y se dirigió a la consulta.
Paula se sintió completamente sola. Una falta más sin importar el motivo y seguro se quedaría sin empleo. ¿ Y entonces qué iba a hacer? ¿Qué haría Felipe? Comenzó a temblar. ¿Y si no lograba conseguir otro trabajo? Perdería el apartamento y ella y su hijo se quedarían en la calle. Tendría que volver con sus padres y aunque no comprendía muy bien por qué esa idea le provocaba una muy amarga decepción.
Paula sintió que el llanto se le agolpaba en la garganta, intentó tranquilizarse o distraerse, pero la constante carga de recriminaciones y miedos ya había cumplido su cometido. Las lágrimas comenzaron a brotar.
Lloró todo el camino hasta el consultorio, con la cara cubierta por ambas manos para acallar sus gemidos. Aunque sabía que la gente debía estar mirándola.
En ese momento esperaba en la estación después de su cita con el doctor García y sentía la limpia calidez que sigue al llanto casi como si hubiera eliminado la tristeza para dejar sitio a algo más. Tenía unos minutos antes de que llegara el tren, así que se sentó y rebuscó en su bolso hasta encontrar el cuaderno de dibujo y el lápiz que siempre llevaba consigo, pero que por alguna razón nunca utilizaba.
Lo abrió e hizo unos cuantos trazos para capturar la imagen del rostro del doctor García. Al terminar alzó el boceto, entrecerró los ojos y después sonrío. Era él, sí era él. Volvió a sonreír y guardó el cuaderno y el lápiz, el tren se aproximaba. Aspiró profundo y volvió a colocar la mano sobre la boca del estómago como si quisiera comprobar que la sensación de consuelo seguía ahí. Ansiaba que fuera Jueves.

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