Aquello no estaba bien. Nada, nada bien.
Pedro Alfonso era perfectamente consciente de que su plan era una locura, pero desde que Paula Chaves había alquilado el apartamento libre del edificio hacía dos meses, su sexy vecina había protagonizado todas las fantasías eróticas de Pedro. Así que ya era hora de hacer algo al respecto.
Desde el momento que había oído a Paula subir sus cosas cantando una versión desafinada de Je ne regrette rien, había sabido que era una mujer especial.
–No me arrepiento de nada –había dicho en un perfecto francés que había hecho que a Pedro le latiera el corazón con más fuerza.
¿Quién podría resistirse a una mujer así? Pedro habría deseado sentirse tan seguro con las decisiones que había tomado en su vida.
Aquel día había salido a ofrecerle ayuda y así había podido verla detenidamente. El pelo largo de un color castaño rojizo con reflejos rubios le caía provocadoramente por la espalda. Llevaba unos vaqueros de cinturilla baja que se le ajustaban a la perfección al trasero y un estrecho suéter blanco que revelaba, además de un vientre completamente plano, un piercing en el ombligo de lo más seductor.
Había sido justo en ese momento cuando Pedro se había dado cuenta de que tenía que seducir a aquella mujer.
Lo que no sabía era cómo hacerlo.
Pedro no era precisamente un rompecorazones, más bien era un tipo introvertido, apasionado de los fósiles, los objetos antiguos y la historia, al que nunca le había resultado fácil relacionarse con los demás, por lo que pasaba más tiempo con sus libros que con otra gente. Además, Paula desprendía valentía y descaro, era una mujer llena de energía y de vida. Sin duda estaría demasiado ocupada pilotando globos aerostáticos, escalando o elaborando sus originales piezas de joyería como para fijarse en un loco de la arqueología como él.
¡Si ella supiera los pensamientos tan poco fraternales que despertaba en él!
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