No a Monsieur Enmascarado, sino a él. Al Pedro de siempre.
Se duchó a toda prisa y, en menos de cinco minutos, se había puesto unos pantalones anchos y unas viejas zapatillas de deporte. No le gustaba mostrar el cuerpo y odiaba que lo miraran. En realidad, el único motivo por el que conseguía salir al escenario del club era porque llevaba la máscara que lo convertía en un personaje anónimo. Era la única condición que había impuesto para aceptar el trabajo. Lo que no había imaginado entonces era que aquella máscara fuera a convertirlo en el bailarín más popular del club.
Hizo una mueca al pensar en ello. En cuanto reuniera el dinero necesario para realizar aquella excavación en Belice, dejaría el trabajo y guardaría el tanga para siempre.
Comenzó a subir la escalera, pero sólo había avanzado dos escalones cuando se detuvo en seco. ¿Qué demonios creía que estaba haciendo? Ahora no tenía ninguna máscara tras la que esconderse.
“Charla un rato con ella. No es tan difícil. Puedes hacerlo”.
Podía oírla cantando la canción que había hecho que empezara a enamorarse de ella. Je ne regrette rien.
Dios. ¿A quién quería engañar? No era lo bastante valiente ni aventurero para una mujer como ella. Se dio media vuelta.
“Cobarde”
Muy bien. Lo haría. Se dió media vuelta de nuevo y trató de no pensar en la debilidad que sentía en las rodillas.
Sólo tuvo que llamar una vez antes de que Paula abriera la puerta. Pedro se sintió aliviado y decepcionado al mismo tiempo al ver que llevaba puesto un cómodo pijama.
“¿Qué esperabas? ¿Un babydoll transparente?"
Bueno, sin duda eso era con lo que había fantaseado. La había imaginado así… o completamente desnuda.
–¿Te parece bien un malbec? –preguntó mostrándole la botella.
–Sí –podría haberle dado cicuta y se la habría bebido igualmente.
–Vamos al salón a sentarnos –sugirió ella.
“Maldita sea”, pensó Pedro mientras la veía caminar.
No podía apartar la mirada del movimiento seductor de sus caderas, de la curva que formaba su espalda al unirse al trasero y del modo en que el cabello le caía libremente. La salvaje erección que le había provocado en el club amenazaba con reaparecer. Mejor sería que se sentara cuanto antes si no quería quedar en ridículo. Se derrumbó sobre el sofá y trató de respirar con normalidad.
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