domingo, 29 de marzo de 2015

El Simulador: Capítulo 7

Por fin cerca de las once, hizo a un lado todas sus maquinaciones y decidió llegar a la consulta dispuesto a presentarse como él mismo: Pedro, el psicólogo ¡Vaya ironía!. Se preguntó si ésta sería la idea de Dios de una buena broma. Pedro, el hombre que no podía relacionarse con las mujeres, era la última esperanza de Paula Chaves.
El solo hecho de reparar en ello, le hizo sentir mariposas en el estómago mientras se dirigía al consultorio. Entonces recordó el rostro de Paula, tan triste y desamparado, y volvió a sentir el deseo de ayudarla. Incluso en aquel breve encuentro algo en Paula Chaves desató en él una reacción.
Se preguntaba si era parte de su forma de ser, el anhelo que sentía de colocarse delante de ella y mantenerla a salvo hasta que tuviera la certeza de que nada la lastimaría.
Dejó su camioneta en el estacionamiento subterráneo del edificio, luego tomó el ascensor al duodécimo piso y buscó la consulta del doctor. La puerta estaba entreabierta y Paloma en la recepción, con un aspecto muy formal.
- Sofía: lo harás muy bien, no te preocupes. Sólo sé tú mismo.
Pedro entró en el despacho del doctor García y se sentó, incómodo, tras el pulido escritorio de teca, sentía como si no debiera tocar nada. Por lo menos, pensó, ahora parecía más un psicólogo que la primera vez que se vieron. Llevaba puestos unos pantalones de algodón y una camisa de vestir, las botas de acero se habían quedado en casa. Miró su reloj, eran las once en punto cuando oyó la voz de Paula y la reconoció con cierta sorpresa mientras hablaba con Sofía. Paula entró con timidez al tiempo que llamaba suavemente a la puerta.
- Paula: hola doctor García.
- Pedro: hola -. respondió y no pudo evitar sonreír. Se puso de pie y se preguntó si debía salir de detrás del escritorio.
Ella no había llorado ese día. Pedro pudo contemplar una vez más su hermosura.
El doctor García se veía diferente esta vez. Paula se quedó junto a la puerta, no estaba tan segura de sí misma como se había sentido en el camino.
A pesar de los malos momentos que pasó debido a la enfermedad de su hijo y a que tuvo que evitar a Angela, e incluso después de haber tenido que volver al trabajo para enfrentarse al señor Brinnon, ir allí aquella mañana le había devuelto algo de la sensación que tuvo el martes.
Ese día contempló la ciudad con nuevos ojos, como lo haría un turista. Algo comenzaba a cambiar, aunque Paula no podía definirlo con certeza. Sabía que el tiempo que había estado con García la impulsó y le brindó el terreno sólido desde el cual pudo reflexionar sobre su situación y su entorno, pero creía que  no todos los cambios provenían de él. El doctor únicamente amplió la diminuta grieta que empezaba a formarse en la dura coraza que ella había puesto en torno suyo y de Felipe.
La prueba real de su mejoría la constituía el hecho de haber sacado sus pinturas. La noche anterior, después de que Felipe se durmiera, abrió su armario y buscó hasta encontrar la caja, bien empaquetada y sellada durante cinco largos años, sacó sus pinceles y sus pinturas. Casi contuvo el aliento cuando probó si las pinturas estaban secas y se alegró al descubrir que aún servían. Movió algunas cosas, colocó una mesa al lado de la ventana, acomodó una lámpara a un lado y puso allí pinturas, pinceles y paleta. Luego extendió un poco de papel en una tabla y dio los primeros trazos de un nuevo dibujo. Mientras trabajaba, casi podía ver el rostro comprensivo y serio del doctor sonriendo ante sus esfuerzos.
Evocó aquel rostro tantas veces que tan pronto cerraba los ojos aparecía frente a ella. De hecho, lo vió un poco asustada camino de la consulta aquella mañana. Le resultó extraño. Aunque la cara del doctor García le proporcionaba consuelo, no tenía para nada un aspecto plácido. Supuso que la mayoría de la gente lo consideraría tosco, pero luego pensó que estaba siendo demasiado severa cuando recordó su sonrisa.
Miró por la puerta de la consulta, ahí estaba él, al otro lado de la habitación, detrás del enorme escritorio y no se parecía en nada al hombre de sus evocaciones. Por un instante, dudó que sería mejor: cerrar los ojos y buscar el recuerdo tranquilizador del doctor con sus pantalones vaqueros y su camisa azul, inclinado hacia delante, con los ojos preocupados por ella... o entrar y hablar con el hombre de carne y hueso. El rostro era el mismo por supuesto, pero todo lo demás se veía rígido y elegante. No se parecía a la imagen que había evocado tan a menudo desde el martes.
Pedro: buenos días -. Salió de detrás del escritorio y dió unos pasos hacia ella. Luego se detuvo y se quedó en mitad de la habitación-. Siéntese, por favor.
Le enseñó el pequeño sofá que había usado el martes, así que ella volvió a sentarse allí. Él tomó una silla del rincón, igual que antes, y se sentó frente a ella. Eso la hizo sentirse mejor, ya que al menos una parte de la escena del martes se repetía. Curiosamente, el tenerlo tan cerca, con las rodillas apenas a unos centímetros, hizo que Paula se sintiera más cómoda, en vez de causarle la sensación contraria, que solía inundarla cuando los hombres se acercaban demasiado a ella. Tal vez todo estaría bien a fin de cuentas. Él estaba impaciente.
- Pedro: ¿de qué le gustaría hablar hoy?
- Paula: no estoy segura
El doctor García sólo asintió y le dió vuelta a sus pulgares. Se aclaró un poco la garganta. Paula  de pronto tuvo el temor de que él comenzara a hablar de algo tonto, como de regresiones a vidas pasadas o a preguntarle si odiaba a sus padres. No se creía capaz de tolerar que el práctico, amable y estable doctor García resultara ser un tonto.
- Pedro: de acuerdo. ¿Qué le parece si me cuenta las tres cosas que más le molestan? Ya sé que el otro día habló sobre sus preocupaciones, pero ahora sería buena idea si las vamos restringiendo. Mencione las tres cosas más importantes.
Paula se relajó un poco, esa pregunta sí la podía responder.
- Paula: creo que lo que más me preocupa tiene que ver con mi hijo Felipe, con que crezca sin un padre, pero en este momento mi preocupación número uno es que tienen que extirparle las amígdalas y ponerle tubos en los oídos. No tengo seguro médico y no puedo faltar más al trabajo o me despedirán. El señor Brinnon me advirtió que mis faltas se han convertido ya en un problema. Mencionó que si falto un día más en los próximos tres meses sin importar el motivo, me despedirá. -. Pudo sentir el calor que crecía en su interior.
- Pedro: ¿no puede pedir un permiso por enfermedad?
- Paula: no me dan permisos por enfermedad, según me habían ofrecido, tendría derecho a incapacidades, prestaciones médicas y vacaciones, pero después de dejar mi empleo anterior, el señor Brinnon me indicó que empezaría con una categoría temporal, que no sería un empleo permanente, de jornada completa, hasta después de mi primer año.
- Pedro: ¿Y no se lo dijeron antes de comenzar a trabajar?
- Paula: no, y ahora me encuentro a prueba. Supongo que tendré que pedirles dinero a mis padres y luego buscar otro trabajo, porque mi hijo necesita la operación y cuando está enfermo quiere que esté con él. Quiere a su madre.
- Pedro: desde luego que sí-. Afirmó un poco molesto de imaginar que alguien pudiera pensar de otro modo.
Paula se preguntó que pensaría García, una mujer en riesgo de perder su empleo prefería pagar una terapia en vez de pagar la cirugía de su hijo. Eso no era así y le pareció importante explicarlo.
- Paula: mire, doctor García... sobre el dinero que hay que pagar...este, eh, el Arreglo de vida...
Pedro comenzó a mover la cabeza y Paula se apresuró antes de que él la interrumpiera.
- Paula: mi amiga Angela insistió en que viniera. Ella va a pagarlo. Le pregunté si podía usar el dinero para otra cosa, pero me aseguró que siempre habría algo más en qué gastarlo y que quería que primero "pusiera en orden mi cabeza" para usar sus propias palabras. Bueno, yo quería que usted lo supiera.
El doctor García guardó silencio. Paula sintió su rostro sonrojándose.
- Paula: creo que lo segundo que más me molesta también está relacionado con mi trabajo. Es mi jefe el señor Brinnon, él, bueno... se me insinúa.
- Pedro: deme un ejemplo, ¿qué le dice?-. El tono de voz dejó traslucir cierta molestia.

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